lunes, noviembre 10, 2008


PROFESIONES DE RIESGO
En la dulcificada versión de Walt Disney, Pinocho llevaba una manzana con la que agasajar a su maestra. En el original de Collodi, el muñeco de madera lo que hace es vender la cartilla (para cuya adquisición Gepetto tuvo que vender su chaqueta en pleno invierno) a la primera ocasión que se le presenta y con lo obtenido comprar la entrada para una función de títeres. Desde el comienzo de la historia, Pinocho no quería ir a la escuela y esa no sería la única vez que hace novillos. Vaya, algo parecido a bastantes alumnos de la ESO.
Pero deseo ahora incidir en el detalle de las versión en dibujos de Disney, el obsequio para la maestra. Me recuerda Zalabardo que hubo un tiempo (y yo lo he conocido) en que eso era algo usual. Las familias mostraban su reconocimiento de la tarea desempeñada por los profesores de sus hijos con dádivas en determinadas y señaladas fechas. También es verdad que hubo épocas en que eso fue una manera de compensar la escasa remuneración recibida por los enseñantes. No en vano existía aquella humillante expresión de ganas menos que un maestro de escuela. Quiero dejar sentado antes de nada que no es que yo crea que deban volver aquellos tiempos, tampoco que añore los regalos que, en mis primeros años de enseñante, también recibí. Quiero, al mismo tiempo, que todos recordemos que aquella costumbre afectaba no solo a los profesores. Los médicos, por ejemplo, también eran receptores de aquellas muestra de consideración por parte de sus pacientes agradecidos. Pero es que también recibían regalos, esta vez en forma de aguinaldo navideño, los guardias que regulaban el tránsito en nuestras poblaciones. Y podría aportar algunos ejemplos más.
En estos casos, se utilizaba el concepto que se resumía en la expresión profesiones vocacionales, lo que suponía reconocer en quienes las desempeñaban no solo un bagaje de conocimientos, sino una especie de entrega espiritual hacia los demás. Repito, no me duelo de que se hayan perdido tales usos. Incluso me congratulo por ello, porque en una sociedad progresista y civilizada no hay mejor reconocimiento que una justa remuneración por los servicios realizados. Eso tiene que desterrar cualquier otra clase de compensación (sea en especie o en metálico).
Si estoy diciendo estas cosas es para destacar un hecho para mí fundamental: el reconocimiento que las familias y la sociedad en su conjunto concedían a determinados profesionales; por ejemplo, a nosotros, los docentes. Eso es lo que se ha perdido; eso es lo que, lamentablemente, echo de menos. Todo ello, esa falta de consideración social, es consecuencia de una pérdida general de modales educados y de un embrutecimiento galopante de la sociedad en que vivimos. No creo que sea una falsa apreciación mía, sino que se ve en múltiples detalles y afecta a un considerable número de facetas: no se cede el paso a las personas mayores, no se cede el asiento en los transportes urbanos a las personas impedidas, no se respeta el mobiliario urbano, se cometen daños en apariencia absolutamente gratuitos (el otro día, en el edificio donde habito, se llevaron los extintores de las escaleras, no sin antes vaciar el contenido de uno de ellos en el ascensor).
¿Y nos va a extrañar que se produzca la pérdida del reconocimiento debido a determinados profesionales? ¡Ojalá todo quedase en eso! Leía el sábado que, en Almuñécar, un paciente agredió en un centro sanitario y sin motivo previo a dos médicos, con lo que ya son cuarenta y ocho agresiones a trabajadores de la sanidad en lo que va de año, solo en la provincia granadina. Me recuerda Zalabardo que, no hace mucho, en Huelva, una profesora fue agredida brutalmente por una alumna mientras el resto de sus compañeros jaleaban la agresión, con lo que no se sabe cuántas agresiones se han producido a docentes sin que nadie acierte a poner coto al desmán.
Y es que, a lo que parece, tales sucesos no provocan alarma social, ni se piden firmas ni se organizan manifestaciones para que se les ponga fin de una vez. Todo queda en huecas declaraciones de las respectivas delegaciones sobre que se van a investigar los hechos acaecidos. Todavía desconozco un solo caso en el que se sepa qué consecuencias se han derivado de tales averiguaciones, salvo la de dar por buenas las bajas temporales de los agredidos, casi siempre bajo la alegación de depresión.
En tanto, podíamos pedir a los sindicatos que luchen por conseguir que se introduzca en la nómina un plus de peligrosidad, ya que parece claro que las nuestras, al menos las de profesores y sanitarios, se ha convertido casi sin saber cómo en profesiones de riesgo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dice usted, escritor, en el apunte de hoy que "... en una sociedad progresista y civilizada no hay mejor reconocimiento que una justa remuneración por los servicios realizados". ¡Ojalá fuera así! Nos referimos a lo de progresista y civilizada que no lo vemos claro en algunas direcciones, aunque es cierto que no se puede negar en otras. ¿Cómo puede ser nuestra sociedad progresista y civilizada con la violencia gratuita que vemos por todas partes? Hay una sociedad que avanza, cierto, que progresa, que se hace más culta, pero al mismo tiempo hay otra que, si no retrocede, parece estar estancada en la maldad e incluso parece que el número de tales individuos va en aumento. Hoy mismo daba comienzo el juicio contra ese ¿profesor? de artes marciales que mató a patadas hace dos años a su mujer (en estado) y a una sobrina; ¡horrible!, y asegura que no hubo ensañamiento puesto que las podía haber matado de un solo golpe. ¡Tremendo! Seguramente, saldrá de la carcel cinco o seis años después. ¿Es este el progreso?
Esto debe ser lo que usted mismo llama "embrutecimiento galopante de la sociedad"? A nosotros nos interesan especialmente las causas puesto que, si las hubiera, sabríamos cómo atajar el problema. Pero en esto reside el meollo de la cuestión, algo en lo que no se ponen de acuerdo psicólogos, sociólogos, psiquiatras, juristas y otros profesionales.
El resultado es lo que usted mismo apunta sin entrar en profundidades por razones de espacio: la pérdida del reconocimiento que las familias tenían a ciertos profesionales y a las personas que representan, y a la pérdida de los modales educados.
Esta situación es especialmente alarmante en los últimos lustros, es como si la educación en valores de toda la vida viniera resquebrajándose en los últimos años, o bien como si sobre los individuos menos formados estuviera cayendo una influencia nefasta que elimina sus valores humanos. ¿No le parece?
Saludos de los de La Colina.