sábado, junio 20, 2015

CRÍTICA LITERARIA E INTERESES COMERCIALES



            Advierto a Zalabardo de que este apunte puede convertirse en un cúmulo de citas sobre la crítica literaria. Que recientemente haya aparecido en El País un artículo sobre el tema (http://elpais.com/elpais/2015/06/10/opinion/1433958626_272137.html) escrito por Gustavo Martín Zarco no es más que una mera casualidad. Por cierto, aconsejo su lectura a quien no lo conozca. Pero la verdadera razón del apunte la dejo para el final.
            La crítica literaria es necesaria y, contra lo que otros puedan pensar, conveniente para la salud de la literatura. La crítica no solo actúa para orientar a los lectores precisados de que alguien guíe sus pasos en el momento de escoger qué leer, sino que es a la vez espejo en el que el escritor puede contemplarse y refrenar esa vanidad que a todos nos alcanza alguna que otra vez, ya que nos devuelve los vicios, tics y fallos en los que podemos incurrir. La crítica es, me parece innegable, educativa.
            La crítica literaria, por otra parte, ha existido casi desde siempre. Según esa expresión de Zalabardo que tanto me gusta, existe desde toda la vida de Dios. Los tiempos cambian, los gustos cambian y las tendencias cambian; pero la finalidad de la crítica permanece incólume. He escogido, aclaro a Zalabardo, tres autores que no me parecen nada sospechosos en cuanto a la rectitud y validez de sus criterios.
            Horacio (siglo i a.C.) inicia su Epistola ad Pisones con el siguiente ejemplo: Si un pintor, por capricho, dotase a un rostro humano de la cerviz de un caballo, ¿sería posible contener la risa al mirar el cuadro? Eso es lo que pasa cuando vemos que un libro se compone de modo semejante, llenándolo, como si se tratara del delirio de un enfermo, de absurdas imágenes. De inmediato, el gran poeta latino reconoce que tanto en literatura como en pintura a los artistas se les conceden licencias, aunque avisa de que no hay que ser extremados en su empleo. No me diréis que, pese al tiempo transcurrido y a los cambios que el arte ha experimentado, Horacio no sigue teniendo razón. 

            El Marqués de Santillana, nacido en 1398, escribe, ya en 1449, es decir, cumplidos los 51 años un Proemio y carta al Condestable de Portugal para encabezar una copia de sus obras que se le había pedido. Con algo de modestia, se excusa de que sus escritos son algo que le ocuparon más en su juventud y que, a la edad que entonces tenía, sus preocupaciones y gustos eran diferentes. No obstante, eso no impide que comience a hablar de qué sea poesía, de la preferencia que siente por esta frente a la prosa y todas esas cuestiones. Cuando deja un poco de lado la teoría para manifestar sus preferencias personales dice: Yo prefiero, con respeto hacia quien sepa más de esto, los italianos a los franceses, pues sus obras son más ingeniosas y se adornan y componen con las más hermosas y pelegrinas historias; en cambio, superan los franceses a los italianos en ser más respetuosos con lo que el arte dispone. Y aún quedaba mucho para que llegaran las teorías de los racionalistas y los ilustrados. Lo que es indudable es que estaba haciendo crítica literaria.
            Y, por fin, en el siglo xvi, el sevillano Fernando de Herrera, llamado el Divino, se propuso en 1580, cercano pues también a la cincuentena, una edición de las poesías del toledano Garcilaso de la Vega a la que añade sus anotaciones. A eso llamaríamos hoy hacer una edición crítica. En los prolegómenos, en las anotaciones al soneto i, deja bien claro: Pienso que por ventura no será mal recibido este trabajo mío […] no porque esté necesitada y pobre de erudición y doctrina [nuestra lengua]. No soy tan temerario que espere ver mucho […] pero oso prometer que [mi trabajo] será de algún provecho a los que carecen del conocimiento de este arte. Porque los que alcanzan enteramente sus teorías […] no tienen necesidad de estas observaciones. Más claro, agua: afirma que su tarea es ayudar a quien necesite orientación, pero es innecesaria a quienes poseen un criterio formado.

            No me resisto a incluir una última cita, esta de Cervantes, del prólogo a la segunda parte, no en vano celebramos el cuarto centenario de su publicación, en la que se defiende de los ataque que Avellaneda le dirige: …bien sé lo que son las tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros y tantos dineros cuanta fama. Injerta entonces el cuentecito del loco que se dedicaba a hinchar perros valiéndose de un canuto y les decía a quienes lo miraban: ¿Pensarán vuestras mercedes que es poco trabajo hinchar un perro? Cervantes aprovecha para decir: ¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro? Cervantes no se opone a la crítica; se duele de que quien pretende desprestigiarlo no aluda a su estilo ni a su obra, sino a la circunstancia de ser viejo y manco.
            ¿Por qué traigo aquí estas citas? Porque, repito, la crítica es necesaria y benéfica. Para el lector más o menos desavisado porque lo pone en camino de aprovechar lo que lee. Para el escritor porque, no siendo nadie el mejor juez de sus propias obras, le permite ver en qué puede andar errado para, si no lo domina la soberbia y la vanidad, corregir su camino y mejorar su técnica. O buscarse otro modo de ganarse la vida, pues no solo hay ser Shakespeare o Cervantes.
            Lo que resulta inadmisible es la crítica interesada, la que es parcial y persigue unos objetivos diferentes a estos que enuncio. De esto, desgraciadamente, hay hoy bastante. Decía al principio que hay un motivo para sacar aquí el tema. He dedicado, Zalabardo y otras personas son testigos de ello, el último año y medio a trabajar en una novela. Muchas son las horas que le he dedicado, valiéndome de mi condición de jubilado. No miento si digo que escribo más por higiene mental que por otra cosa, igual que continúo haciendo senderismo por higiene corporal. Aun así, la he presentado a una pequeña editorial por si veían en ella algún mérito que la hiciese publicable. La respuesta fue desoladora. Alguien que decía ser (sin serlo) colaborador de la editorial (y que, no lo sé, pero que tal vez se dedique a hinchar perros con un canuto) me envió un breve correo en el que, en lugar de la opinión que solicito, se ofrece a dedicarme una o dos horas para hablar de mi novela si le pago 60 €, puesto que él tiene un Taller de Escritura Creativa y eso es lo que cobra por las clases que imparte. Zalabardo sabe la respuesta que le he dado. Afortunadamente, responsables de la editorial, en quienes confío, me aseguran ser ajenos a tal proceder, me piden excusas por el malestar que, indirectamente, me han provocado y me sugieren que sea otra persona quien revise mi novela y la juzgue en cuanto a las opciones que tenga de ser publicada. Eso sí me parece lícito. El valor que mi escrito pueda tener es harina de otro costal.

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