Fuentepiña. Al pie de ese pino está enterrado Platero |
Hay libros que, de tanta fama como
han adquirido, parecen despertar una especie de miedo (injustificado) entre la
gente. Eso hace que muchos hablen de ellos, que digan conocerlos, que reciten
de carrerilla su inicio: En un lugar de
La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…, Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría
todo de algodón… Pero, sin embargo, y por desgracia, muchos son también los
que no pasan de ahí.
El año próximo se cumple el cuarto
centenario de la segunda parte del Quijote. Pero antes, esta Navidad,
se cumple el primero de la aparición de Platero y yo. Muchos tópicos se levantan sobre uno y otro: del primero, la
cansina insistencia en que es la historia de un hidalgo que enloquece por leer
libros de caballerías; del segundo, la banalidad de que es un libro para niños.
Ni lo uno ni lo otro, pues, aunque valgan en parte ambas afirmaciones, tanto el
Quijote
como Platero
son mucho más que eso.
Doble página de la edición de 1914 |
Pero es que existe un prólogo
inédito, cuyo original se conserva en la Sala
Zenobia-Juan Ramón, de la Universidad de Puerto Rico, en el que se dice: Francisco Acebal, director de «La Lectura»,
que leyó algunos de mis manuscritos de «Platero», me pidió una selección para
su «Biblioteca de juventud». Yo no le toqué a lo escojido para él. Yo (como el
grande Cervantes a los hombres) creía que a los niños no hay que darles disparates
(libros de caballerías) para interesarles y emocionarles, sino historias y trasuntos
de seres y cosas reales tratados con sentimiento profundo, sencillo y claro. Y
esquisito.
No es, pues, «Platero»,
como tanto se ha dicho, un libro escrito sino escojido para niños.
Juan
Ramón compuso Platero y yo entre los años 1906 a 1912 (la mayor parte). En
1914, le pidieron permiso para seleccionar unos capítulos que la editorial La
Lectura publicó por Navidad. Es lo que se conoce como edición menor. En 1917, Calleja lanzó la primera edición completa.
Pero abundan quienes se quedaron con aquel librito de tres años antes. Y muchos
siguen hoy sin ver cuanto encierra Platero y yo.
Ilustración de R. Álvarez Ortega |
Aunque pudiera parecer petulancia
por mi parte (Zalabardo sabe que no lo es) quiero dejar constancia aquí de un
dato, por demás irrelevante. Dispongo de cuatro ediciones diferentes del libro,
tres de ellas con bellas ilustraciones. La primera que cayó en mis manos es de Aguilar.
Le faltan una página al principio (la portada) y una al final (parte del
índice). Creo, no obstante, que es de 1957 y que las ilustraciones son de Rafael Álvarez Ortega. Alguien, cuyo
recuerdo no conservo, lo compró en una librería de lance y me lo regaló. Fue mi
encuentro con el libro. También tengo dos ediciones facsímiles: la de 1914 de La Lectura,
con ilustraciones de Fernando Marco,
y la de 1953, publicada en Francia por la Librairie des Editions Espagnoles,
ilustrada por Bernardo Lobo. Y, por
fin, una, digamos normal, concretamente la de Cátedra.
¿Debiera explicar qué es Platero
y yo?, pregunto a Zalabardo. Temo que hacerlo sí fuese gesto petulante.
Por eso me limito solo a llamar la
atención sobre la crítica social que recorre algunos capítulos: …Sólo que Judas, hoy, Platero, es el
diputado, o la maestra, o el forense, o el recaudador, o el alcalde, o la
comadrona; y cada hombre descarga su escopeta cobarde, hecho niño esta mañana
de Sábado Santo, contra el que tiene su odio (viii, Judas). Nunca oí hablar más mal a un hombre ni remover con sus juramentos más
alto el cielo. Es verdad que él sabe, sin duda, o al menos así lo dice en su
misa de las cinco, dónde y cómo está allí cada cosa (xxiv, Don José, el cura). También
hay denuncia de la violencia y crueldad de algunas costumbres: …los pobres gallos ingleses, dos monstruosas y
agrias flores carmines, se despedazaban, cogiéndose los ojos, clavándose, en
saltos iguales, los odios de los hombres, rajándose del todo con los espolones
con limón… o con veneno. No hacían ruido alguno, ni veían, ni estaban allí
siquiera… (lviii, Los
gallos).
Dedicatoria autógrafa a su madre en la edición de 1914 |
¿Sabes tú, quizá, de
dónde es esta blanda flora, que yo no sé de dónde es, que enternece, cada día
el paisaje y lo deja dulcemente rosado, blanco y celeste —más rosas, más
rosas—, como un cuadro de Fra Angélico, el que pintaba el cielo de rodillas? (x, ¡Ángelus!).
Platero, en el patio de la Casa-Museo. Moguer |
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