viernes, mayo 25, 2007

NI TANTO NI TAN CALVO

En Francia andan un tanto revueltos desde la reciente elección de Sarkozy. Y uno de los campos que parece dar más que hablar es el de la educación. Durante toda la campaña no se cansó en ningún momento de repetir que había que superar de una vez lo que él denominaba la resaca de mayo del 68 y su efecto en las aulas. La campaña quedó ya atrás, las elecciones pasaron, pero parece que la idea persiste. Algunos sectores de la nueva clase dirigente, aunque el ministro de Educación no está muy por la labor, desearían recuperar la vieja costumbre de que los alumnos se pongan de pie a la entrada del profesor en el aula y que se traten de usted, tanto el alumno al profesor como viceversa.
Entre nosotros ya hay quienes no dejan de reconocer que esta sería una buena manera de recuperar la disciplina y el ambiente respetuoso debidos. Claro que entre nosotros, me dice Zalabardo, siempre ha habido quienes están deseando que se dé en cualquier lugar el más imperceptible movimiento en el terreno de la educación para perder el culo imitándolo. Da la impresión de que no somos capaces de analizar en profundidad qué líneas son las más adecuadas para nuestro sistema educativo y basta que haya un cambio de signo en el gobierno del país o comunidad o que en otro lugar se haga algo, aunque fracase, para dar la vuelta al sistema como si fuera un calcetín o imitar lo foráneo, que eso viste mucho.
Le pregunto a Zalabardo si él cree que sea verdad que falta disciplina en los centros. Me responde que sí, pero que no piensa que un simple cambio de formas vaya a solucionar el problema. Hay otras cosas mucho más importantes que el hecho de ponerse de pie a la entrada del profesor o que hablarle de usted. Se podría recordar a este propósito aquella escena de El alcalde de Zalamea en la que el capitán exigía que se le tratase con respeto y Pedro Crespo le respondía con aquellas palabras que empezaban: "Eso está muy puesto en razón, con respeto le llevad...", y terminaban: "...con muchísimo respeto os he de ahorcar".
Como veo que Zalabardo tiene hoy ganas de hablar, no en vano su experiencia es dilatada, lo dejo que continúe. La recuperación de la disciplina y el respeto en los centros debiera empezar por dignificar la misma misión que en ellos se lleva a cabo. Hacer ver a la sociedad que la educación es un derecho, pero al mismo tiempo una responsabilidad. Que la administración debiera ser la primera en valorar del modo debido a sus enseñantes, puesto que hoy solo se nos considera como un número (¿qué es ese absurdo de que a un centro le corresponden, por ejemplo, veinte profesores y medio y cosas por el estilo?) y la primera en otorgarle la dignidad que merece. Que las familias sepan que no se puede desacreditar ante sus hijos la figura de los profesores y menos aún maltratarla, sea de palabra u obra. Que los alumnos sepan que los derechos que se adquieren cuando se ingresa en un centro van acompañados de unas obligaciones tan exigibles como aquellos. Que sepan que cada comportamiento inadecuado comporta una sanción que habrá de ser, por supuesto, acorde a la norma infringida.
Cuando creo que ha terminado, me hace Zalabardo una indicación en sentido contrario. Solo se ha tomado un respiro, pero continúa. Y, aparte de todo lo anterior, que los profesores sean a la vez conscientes de cuáles son sus derechos y sus responsabilidades. Que para reclamar ese respeto que en nuestra opinión se nos debe habrá que comenzar por ser respetuosos con todos, empezando por los alumnos. El profesor habrá de mostrarse siempre respetuoso con el alumno y preocupado por su puesta al día en la materia que imparte. El profesor que reprende una conducta desde una posición de respeto absoluto a la persona a la que se reprende tiene más posibilidades de alcanzar un resultado feliz que si lo hace de cualquier otra manera.
Y como no tengo nada que aportar a lo que Zalabardo ha dicho, pienso que lo mejor es dejarlo aquí. Si acaso, podría añadir que lo demás, que nos llamen de tú o de usted, que se pongan de pie cuando entremos en el aula, no dejan de ser formalidades de otro tiempo que, por sí solas, no van a aportar ninguna mejoría en el problema.

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