martes, mayo 15, 2007

CINE Y BOXEO

Hay actividades que excitan prejuicios del público, así en general, y que originan actitudes contrarias a su continuidad. Tal pasa, por ejemplo, con el boxeo o con los toros, deporte el uno y espectáculo el otro, que hacen nacer encendidos elogios por parte de sus partidarios ("noble deporte" y "fiesta nacional" son llamados) y agrias críticas por la de sus detractores, que hablan de violencia cruel y sin sentido y maltrato animal injustificado. Y también es verdad que, a la hora de defender o atacar tales actividades, estas tienen suerte diversa. Yo, por ejemplo, soy admirador de las corridas de toros y alguna vez creo haberle contado a Zalabardo cómo en mi niñez jugaba con otros niños a emular a las grandes figuras del toreo de la época (Manolete, aunque a este no lo conocí, Arruza, Aparicio, Litri y otros); sin embargo, no acudiría nunca a presenciar un combate de boxeo.
No obstante, sin llegar a llenarle demasiado, Zalabardo cree, frente a mí, que el boxeo contiene unas ciertas dosis de épica y que, sometido a unos controles concretos, no habría por qué condenarlo de manera tan tajante. Me dice algunas veces que al boxeo le pasa lo que a Jessica Rabitt, protagonista de ¿Quién engañó a Roger Rabitt?, que "no es malo, sino que lo han pintado así." En cambio, continúa diciendo, las corridas de toros, aun teniendo también sus detractores, están más protegidas sin que se sepa decir exactamente por qué. A lo mejor sucede que generan un dinero al que el boxeo no llega. O vaya usted a saber.
Pero yo no quería contraponer boxeo y toros, sino hablar de boxeo y cine. Anoche estuve viendo una película sobre boxeo que no conocía de antes, Cinderella man, y, pese a lo dicho y a la violencia de algunas imágenes, he de reconocer que la cinta lleva a sentir algo más de aprecio, o menos aversión, hacia este deporte. Porque, si lo pensamos, el cine ha tratado muy bien al boxeo, hasta el punto de haberse convertido en todo un subgénero prestigioso. Pienso, por ejemplo, en Más dura será la caída, The boxer, Toro salvaje, Huracán Carter, Million dollar baby o Alí. Sé que José Manuel me podría ayudar dándome más y, por supuesto, mejores títulos de los que yo aporto. Y no digamos Pablo Cantos, que ayer comenzó el rodaje de su primer largometraje, Imaginario. Le deseo toda la suerte del mundo, porque creo que tiene la calidad suficiente para salir adelante en un mundo tan complicado. El boxeo, en el cine, se ha asociado con hombres que han superado una situación límite, con seres honestos y valientes; y, también, con lo contrario, con mundos marginales, con hampones e individuos fracasados o perdedores. Y debo reconocer que ignoro cuál de esos mundos es más auténtico.
Pero el boxeo tiene en su contra, entre otras cosas, el hecho de que una parte de la prensa se niega en redondo a informar sobre él, a no ser que sean noticias que hablen de su faceta más negra y negativa. Y aun así, no olvidemos que el lenguaje corriente está lleno de palabras y expresiones que proceden de ese campo. Entre las palabras podemos citar cuadrilátero, noquear, croché, esparrin, asalto, grogui, etc. Y las expresiones son igualmente numerosas: dar un golpe bajo, por actuar de forma malintencionada y ajena a las normas aceptables; ser buen fajador o encajador, para señalar a la persona que soporta bien los reveses; tener mandíbula de cristal, para indicar precisamente lo contrario; no bajar la guardia, por estar siempre atento a cualquier contingencia; besar la lona, por ser derrotado en cualquier lid; o ser un peso pesado (o pluma), para señalar la relevancia (o la poca relevancia) de una persona en cualquier asunto.

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