Ayer tarde, Zalabardo y yo estuvimos paseando juntos por el lateral izquierdo -¿o acaso es el derecho?- del Parque, parándonos en las casetas de la Feria del Libro. Las visitas a las librerías siempre me han supuesto una especie de aventura en la que uno se adentra en una jungla de libros esperando hallar un ejemplar valioso que conquistar como trofeo. Y cada día es más así, pues creo haber dicho antes que con los años releo más que leo y busco, más que novedades, textos conocidos que me ofrezcan un mínimo motivo para volver sobre ellos. He de decir que, en la caseta del Centro Cultural Generación del 27 encontré dos joyitas que al momento me llamaron la atención y decidí traérmelas para casa. Una es una cuidada edición facsimilar de Cazador en el alba, la novelita de Francisco Ayala que se editó en 1930. Aquel festival de metáforas ("Hubo un momento, mientras la música se dormía en las ramas, en que abandonó su cabeza, tesoro marino, en el hombro del cazador."), el enfrentamiento vanguardista entre el campo y la ciudad ("Nostalgias brotadas del substrato rústico de su alma le empujaban a espiar en medio de la ciudad los detalles agrarios que pudieran haberse injerido en ella."), La historia del soldado Antonio Arenas, el joven campesino que conoce la vida moderna en el instante en que sube a un tren para cumplir su servicio militar en la ciudad y en ella entra en contacto con la mitología de la modernidad, me cautivó desde que la leí cuando estudiaba en Granada.
La otra es también edición facsimilar, esta de España en el corazón, de Pablo Neruda ("Quién?, por caminos, quién, / quién, quién? en sombra, en sangre, quién? / en destello, quién, / quién? Cae / ceniza, cae / hierro / y piedra y muerte y llanto y llamas, / quién, quién, madre mía, quién, a dónde?"). Es la primera edición española, la que había estado al cuidado de Manuel Altolaguirre en 1938.
Las librerías, según digo arriba, siempre han ejercido sobre mí una fuerte atracción. Las primeras que recuerdo, ya he hablado de ellas, son de mi pueblo: la de Antonio Ferrón, en realidad una papelería, y la de Granell. Años después, en Sevilla, me acostumbré a una, no recuerdo su nombre, que había en la calle Sierpes y que ya no existe. En Granada, en la Librería Don Quijote, de la plaza de la Trinidad, tuve por vez primera contacto con las cuentas de crédito de librerías, un sistema que permitía acceder a libros que, de otra forma, no hubiésemos podido comprar.
Y, en fin, cuando llegué a Málaga, alboreaban los años setenta, Zalabardo me puso en contacto con las cuatro que mejor funcionaban: Negrete, cuyo aspecto denotaba ser algo así como la cueva de Zaratustra valleinclaniana; Ibérica, regentada por Juan Cepas, autor de un Vocabulario malagueño que ha sido guía y espejo para tantos preocupados más por el habla de Málaga, y que, situada en calle Nueva, presumía de ser la más chic; Denis, posiblemente la más actualizada en sus fondos; y, una que empezaba, Prometeo, situada en un segundo piso, si no recuerdo mal, de uno de los callejones de Méndez Núñez, la más revolucionaria y progresista, símbolo de los tiempos que se avecinaban. En ella, escondidos por necesidad, Paco Puche siempre tenía libros recién llegados de Francia, de Argentina o de Méjico, de autores a los que la censura no permitía publicar aquí en España. Más de un libro conservo aún de aquella época. De estas librerías, solo queda Prometeo y a ella seguimos, Zalabardo y yo, siendo fieles.
Tras deambular por las diferentes casetas contemplando las llamativas portadas de los libros y hacernos con algunos ejemplares más, nos sentamos un rato a descansar en uno de los nuevos bancos que han colocado. Creo en verdad que la obra del Parque ha valido la pena y pasear por él resulta más gratificante que en su estado anterior. En fin, discutimos por dónde empezar la lectura de las piezas conseguidas. Tras una breve disputa, acordamos comenzar por Ayala: "Todos sabemos que es peligroso, en los días de nieve, acercarse demasiado al oso hambriento de la peletería. Todos hemos seguido alguna vez por la carretera el rastro de una serpiente, hasta encontrar un neumático de bicicleta muerto, estrangulado en el borde."
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