Bastantes son los que afirman que se trata de una historia apócrifa y hasta es posible que tengan razón. Pero muchos viajeros la siguen contando para sobrellevar los largos trayectos sin caer en el tedio, o mientras se acodan en la barra de una cafetería cuando es preciso esperar a que llegue el transbordo que esperamos. Así la oí yo, en la cafetería de una estación, de boca de un viajero griego que se valió de preguntarme la hora para entablar conversación conmigo.
El caso es que dice esa leyenda, fábula o cuento, cualquier cosa que ello sea, que a los pocos días de su regreso a Ítaca tras su largo periplo una vez concluida la guerra, Ulises se encontraba ya incómodo y triste en su casa. Unos dicen que el plazo fue algo mayor, de unos meses, e incluso hay quien afirma que todo sucedió al año. Da igual para lo que importa, que no es otra cosa sino que, después de tantos peligros y aventuras, no halló en casa lo que esperaba.
El hijo, Telémaco, se le enfrentó echándole en cara los años que había debido ir formando su carácter privado de un padre que le sirviera de ejemplo y guía, tal como la experiencia le había mostrado que sucedió con la mayoría de sus amigos. Los cortesanos murmuraban de él porque, habiendo regresado hacía tiempo la mayoría de los caudillos que acompañaron a Agamenón, creían que él habría perecido e intrigaban por los pasillos de palacio buscando alzarse con el poder. Y los pretendientes de la supuesta viuda lo hostigaban por haber llegado reclamando sus derechos maritales tras tantos años de olvido y haberlos ridiculizado por presentarse disfrazado y queriendo mostrar que solo él era capaz de tensar el arco.
Solo su esposa, Penélope, no le recriminó nada, pero en el tono violáceo de sus ojeras y en las arrugas que las lágrimas dibujaron sobre su cara pudo leer Ulises el dolor y quebranto que la invadieran por tan dilatada espera. Y también en los suyos pudo interpretar Penélope, las mujeres difícilmente se equivocan en estas cosas, que el destino de su marido no era otro sino el de cumplir etapas sin meta inmediata.
Y Ulises comenzó a sentirse desgraciado. Tanto que se vio forzado a abrir el corazón a su esposa y confesarle su angustia. Ella lo contempló en silencio, lo besó luego en la frente y le dijo que le otorgaba su permiso para irse a continuar vagando por el mundo. Y que cuando creyera llegado el momento de cubrir la última etapa, allí estaría ella esperándolo, como lo había esperado hasta ahora, en su casa de Ítaca.
Y Ulises recogió sus cosas y salió de noche, oculto en la oscuridad, sin que nadie lo viera salvo su leal esposa.
La historia termina dando el dato de que todavía es posible verlo por ahí. Unos dicen que es ese viajero que lleva las solapas levantadas para resguardarse del frío y, sentado en un banco en la esquina del vestíbulo de una estación, muestra una mirada perdida en la lejanía. Otros pretenden, contra toda lógica, que sea ese joven que, provisto solo de una ligera mochila, estudia atentamente un cuadro de llegadas y salidas. Incluso alguno a quien yo le he transmitido la historia me ha dicho que pudo ser el viajero que me preguntó la hora mientras tomábamos café.
Pero yo creo que se equivocan.
Constantinos Kavafis (1863-1933): Ítaca
Cuando partas de viaje a Ítaca
desea que tu camino sea largo,
lleno de aventuras, pleno de experiencias.
No te den miedo los lestrigones ni los cíclopes,
no temas la ira de Poseidón.
En tu camino seres así nunca hallarás
si mantienes elevadas tus ideas, si una selecta
emoción guía tu espíritu y tu cuerpo.
No hallarás lestrigones ni cíclopes,
no hallarás al temible Poseidón,
si no los llevas en tu alma,
si tu alma no los yergue ante ti.
Desea que tu camino sea largo.
Que abunden las mañanas estivales
en que llegues con placer, con infinito gozo,
a puertos antes nunca vistos.
Párate en los mercados fenicios
y compra sus bienes preciados,
ámbar, ébano, coral, marfiles,
voluptuosos perfumes diferentes,
muchos, cuantos puedas abarcar.
Ve a las ciudades egipcias,
aprende en ellas, y aprende de sus sabios.
Ten siempre en tu pensamiento a Ítaca.
Llegar allí es tu destino.
Pero nunca vayas deprisa en tu viaje.
Que dure muchos años,
y atraques en la isla ya muy viejo,
rico con lo que te dio el camino,
sin esperar que Ítaca te dé riquezas.
Porque Ítaca te permitió ese hermoso viaje.
No habrías partido sin ella.
Ninguna otra cosa tiene ya para ti.
Y si la encuentras empobrecida, no te ha engañado Ítaca.
Sabio como serás, pleno de experiencias,
Comprenderás entonces lo que las Ítacas significan.
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