NATURALEZA VIOLENTA
Cuando estaba en segundo curso de bachillerato (y me recuerda Zalabardo que de eso hace ya cincuenta y tres años) estudiaba que España, atendiendo al clima de su territorio, podía dividirse en una España húmeda y una España seca. Andalucía pertenecía, decíamos, a esta última. Hoy costaría trabajo convencer a alguien de tal afirmación. No sé si este será el invierno más lluvioso que he conocido en mi vida; en cualquier caso, está siendo extremadamente lluvioso. Los daños (por inundaciones, corrimientos de tierras, cortes de vías de comunicación) son cuantiosos en Cádiz, en Sevilla, en Málaga, en fin, en toda la Comunidad.
Y si a nosotros nos azota la lluvia, no hay duda de que en otros lugares están mucho peor. En aquellos en los que la tierra ha temblado hasta originar catástrofes enormes. A mediados de enero fue en Haití; a finales de febrero, en Chile; hoy mismo, en Turquía. Todo en apenas un mes.
Podría repetir ahora los argumentos expuestos en otros apuntes para preguntarme si esta naturaleza desatada es obra del cambio climático u obedece, como dicen otros, a simples ciclos que se repiten periódicamente.
Pero hoy no es momento de plantearse tales preguntas. Ya habrá tiempo para debates, para explicaciones y para hallar las causas de toda esta violencia de la naturaleza. Hoy lo que corresponde es condolerse con todos los afectados y llamar a la solidaridad con ellos, con los que están próximos y con los que están más lejos. Si nosotros, en persona, con nuestras propias manos, no podemos hacer nada, ya hay quien está cumpliendo esta misión. Pero para ello hace falta una colaboración económica. Y esa sí la podemos prestar.
Ahora, aquí, en recuerdo de todos los damnificados, quiero traer un poema de Neruda, chileno precisamente, que se titula Terremoto:
Desperté cuando la tierra de los sueños faltó bajo mi cama.
Una columna ciega de ceniza se tambaleaba en medio de la noche,
yo te pregunto: he muerto?
Dame la mano en esta ruptura del planeta
mientras la cicatriz del cielo morado se hace estrella.
Ay!, pero recuerdo, dónde están?, dónde están?
Por qué hierve la tierra llenándose de muerte?
Oh máscaras bajo las viviendas arrolladas, sonrisas
que no alcanzaron el espanto, seres despedazados
bajo las vigas, cubiertos por la noche.
Y hoy amanece, oh día azul, vestido
para un baile, con tu cola de oro
sobre el mar apagado de los escombros, ígneo,
buscando el rostro perdido de los insepultos.
Deseemos que ese día azul amanezca, en verdad para ellos y para todos nosotros.
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