lunes, octubre 29, 2007


LA CUEVA DE MELERO
El sábado estuvimos andando siguiendo el sendero del arroyo de la cueva de Melero, allá por la sierra Tejeda, en la Axarquía. El sendero se inicia en la zona recreativa de La Fábrica, junto a Canillas de Albaida, y va subiendo hasta llegar al puerto Blanquillo. La verdad es que no anduvimos mucho, puesto que nada más llegar un poco más adelante de la cueva comenzó a llover. Un cabrero que tiene su rebaño en la zona, y con quien ya nos cruzamos una vez, fue quien nos aconsejó desistir del paseo, pues nos indicó que podía haber tormenta por la parte alta y, cuando eso sucede, el arroyo, de humilde presencia por lo general, se vuelve crecido y el camino de vuelta puede tener problemas. Total, que volvimos atrás y nos comimos los bocadillos en el área recreativa, donde también pasamos el rato jugando al parchís.
La cueva de Melero impone cuando se ve desde la otra orilla del barranco y la presencia de la cabras que en ella se acogen inclinaría de inmediato pensar en la cueva donde Polifemo encerró a Ulises y sus compañeros. También, si no fuese por lo despejada que tiene la entrada, podría hacer pensar en la cueva de los ladrones cuyo acceso violentó Aladino. Pero no sé por qué a mí se me esfumaron estas dos visiones bastante pronto y se me hizo patente la imagen de la cueva de Platón.
La cueva de Platón siempre me ha parecido la negación más grande de la realidad a la que todos nos debemos. Los individuos que permanecen allí, al fondo de la cueva (mis profesores de filosofía siempre decían caverna en lugar de cueva), no ven, como si de una cámara oscura se tratase, más que vagos reflejos que simulan los objetos de la realidad que vive fuera de ella. Y están tan acostumbrados a habitar en la profundidad de esta oquedad que acaban sintiendo como reales los que no son sino pálidos negativos de lo que sucede en el exterior. Lo peor de todo es que ellos terminan por jurar que no hay más realidad que la que ven en el fondo último de la cueva.
Hay mucha gente que actúa de esta manera, son gente que se encierran en una real o imaginaria cueva que no les permite ver lo que hay fuera y solo perciben una simulación de lo exterior. Y nos echan en la cara que no existe otra verdad que no sea la de ellos, y mantienen que únicamente ellos tienen la razón, porque, allí en lo más recóndito de su caverna, se han formado un mundo que toman por verdadero porque, cuando asoman a la superficie, la luz del día les impide percibir las auténticas imágenes.
Lo malo de todo esto es que casi nadie está libre de sucumbir al canto de sirenas que sube de la oscura cueva que llevamos dentro y que nos impulsa a sumergirnos en ella hasta el fondo. Por mi parte, muchas veces le he comunicado a Zalabardo mi miedo a caer en esa trampa. Porque quien cae en ella pierde lo mejor que los hombres tenemos: el placer de rozarnos con los demás y sentirnos hechos del mismo barro y dotados de las mismas pasiones y miserias que los demás. Y ello nos permite ver cuál es en realidad nuestro límite y nuestra pequeñez, o sea, eso que en el lenguaje común se expresa con el dicho de que nadie es más que nadie.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Del senderismo por esas zonas de la Axarquía no podemos decir nada porque no la conocemos y ya no tenemos edad para esos deportes. En cuanto a las cuevas, nuestros recuerdos, vivenvias y experiencias moran en la caverna que forma nuestro cráneo, junto con las neuronas y sus dendritas. Ya sabemos que esto es poco filosófico pero debe ser así. Todos tenemos una cueva donde está nuestra vida y nuestra alma, que no es más que lo que somos y perdemos al irnos.
Rogelio y los demás estamos hoy muy poco filosóficos. Vamos a comenzar nuestro andar cotidiano.