martes, octubre 09, 2007


EL LIBRO ROJO DEL COLE
Muy pocos de quienes me lean recordarán El libro rojo del cole, libro a cuya portada pertenece la ilustración que he elegido para el apunte de hoy. Es preciso llevar más de veinticinco años en la enseñanza para acordarse de él. Se publicó a finales de 1979; hacía cuatro años que Franco había muerto y apenas uno que se había aprobado la Constitución. Por entonces, los enseñantes, y el resto de la sociedad, sentíamos la necesidad de sacudirnos los efectos de una dictadura tan larga como la que habíamos padecido. El libro rojo del cole iba dirigido a escolares de enseñanzas medias y hablaba en un lenguaje asequible a ellos de temas que hoy no extrañarían a nadie y en un tono que, hoy, incluso haría reír a los más inocentes: el sistema escolar, los profesores y los alumnos, la participación, la sexualidad, las drogas...
El libro rojo del cole nos tuvo en tensión, al menos aquí en Málaga, a los profesores de instituto, no recuerdo si aquel año o el siguiente. Un profesor, Pepe Sánchez, lo había recomendado a sus alumnos como libro de lectura. Alguien lo denunció ante las autoridades académicas, escandalizado por el contenido del libro. ¿Algún padre, algún compañero, la inspección educativa? Da igual. Pepe Sánchez fue expedientado por recomendar tal lectura. Los compañeros se movilizaron en su defensa y en protesta por lo que se consideraba un grave atentado a la libertad de cátedra.
Hoy, cuando he vuelto a casa, Zalabardo me esperaba con El libro rojo del cole en la mano. Le he preguntado, lógico, a qué venía tal circunstancia, teniendo en cuenta, además, que ese ejemplar debía estar escondido en uno de los rincones más inaccesibles de mi biblioteca. Serio, más serio de lo que lo haya visto nunca, me ha respondido que quería que reparara en lo bajo que hemos caído los profesores si ya no nos inmutamos ante lo que le ocurra a un compañero. Me he quedado callado porque he comprendido por dónde iba.
Me enteré esta mañana antes del comienzo de las clases: Antonio Escámez, director del IES Torre del Prado, fue agredido de gravedad el pasado viernes por haber aplicado una sanción disciplinaria a un alumno. No es el primero, lo sé; tampoco será el último. Nosotros, mientras tanto, permanecemos callados. Algunos, en su interior, van más allá y rezan eso de Virgencita, que me quede como estoy. En esto, las autoridades académicas, leo, destacan que el agredido, Antonio Escámez, es un docente muy entregado a su labor y que esta es la primera vez que sufre una agresión. Menos mal; esperemos, pues, a que lo vuelvan a agredir para aplicar el remedio debido.
¿Qué hacemos nosotros ante el suceso? Nada. Seguimos dando nuestras clases como si todo fuera de seda. El claustro no se reúne, ni por decisión de la Directiva ni a petición de parte, para mostrar nuestra solidaridad con el compañero agredido y pedir, seriamente, que se pongan de una vez los medios que eviten la violencia (contra profesores y alumnos) en los centros escolares y protejan la dignidad (y, a lo que se ve, la integridad física) de los profesores. Y no digamos nada de sugerir un paro con el que exigir, a las autoridades académicas y a la sociedad, la consideración que nuestra función merece.
Lo malo, pienso, es que nuestros superiores no recuerdan ya El libro rojo del cole; y si lo recuerdan, miran hacia otro lado. No sé qué será peor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aquí en La Colina no sabemos mucho de agresiones a profesores salvo lo que la prensa dice cuando hay alguna triste noticia. Pero sí que sabemos cuando alguien habla con valentía, como usted, diciendo lo que tiene que decir con temple y sin que le tiemble la mano, porque está en lo cierto. Pero hay que ir más lejos aún, pues, ¿cuándo vamos a pasar en las urnas la factura a los políticos de siempre? El otro día iba uno de nosotros solo al encuetro de los demás cuando un par de mocitos le agredió en plena calle, propinándole un tortazo en la calva a sus 80 años. En otra ocasión dos de La Colina fueron agredidos con una patada de kárate en el pecho por un joven que practicaba, impunemente, en plena acera con los viejos. Y nunca pasa nada si no hay denuncias, que no hay por asesoramiento de la propia policía.
La integridad física de las personas tiene que ser invulnerable, es el primer principio de convivencia de La Colina.