domingo, octubre 27, 2019

CARCUNDAS


            Hace unos días, andaba yo por el monte, por el Cerro Tío Cañas, y me vino a la memoria un episodio de La regenta, de Clarín. Se lo cuento a Zalabardo y se echa a reír. Me pregunta si no tengo bastante con el esfuerzo o con disfrutar mirando el paisaje como para, además, dirigir mi atención a otras cosas. Le contesto que, a mí, el senderismo, aparte del ejercicio físico y el placer contemplativo, me ayuda a ordenar las ideas.
            El pasaje que recordé es uno en que don Santos Barinaga, borracho, despotrica contra don Fermín de Pas, magistral y provisor de la Catedral, hombre codicioso de poder que fluctúa, indeciso, entre sus funciones religiosas y sus ambiciones mundanas; aparte de otras cosas, de Pas regenta, de forma clandestina, una tienda de objetos de culto con la que ha conseguido arruinar a don Santos, que tiene un negocio similar. Santos Barinaga, en mitad de la calle, califica al provisor de carcunda, oscurantista, simoníaco, rapavelas, comehostias y no sé cuántas cosas más. En su desesperación, grita a un ausente magistral: Usted ha arruinado a mi familia… Usted me ha hecho a mí hereje…, masón. El pobre don Santos acusa al indigno sacerdote de haberlo incitado a alejarse de la religión. Y yo, mientras subía por una cuesta pedregosa, pensaba que el cura que, con su conducta, aleja a sus feligreses de la fe no es cosa del pasado, sino que todavía podemos encontrarlo.
            Zalabardo me pregunta qué peregrina cuestión me ha arrastrado a ese recuerdo y a ese pensamiento. Y le contesto que ha sido una palabra, carcunda, que hoy no parece tener mucha relevancia pero que designa un modo de ser que subsiste. Le hablo a mi amigo, se lo he dicho infinidad de veces, de que el léxico de una lengua no es un cuerpo inamovible, estático, sino que se va renovando con el tiempo, pues hay palabras que comienzan a pedir paso, mientras otras caen en el olvido. A veces he utilizado la imagen del árbol que, al tiempo que pierde hojas, ve cómo le nacen otras. También le hablo de las que podrían llamarse palabras guadiana, que desaparecen para, transcurrido un tiempo, volver a presentarse ante nosotros.
            En ocasiones, aunque una palabra pudiera parecer fuera del circuito del habla, algo nos la devuelve a un primer plano. Eso es lo que me ha ocurrido estos días con carcunda. Según nos explica muy bien Joan Corominas, le aclaro a Zalabardo, carcunda o corcunda, es un término portugués que significa ‘joroba y jorobado’ y, metafóricamente, ‘avaro, mezquino, egoísta’. Su sentido indudablemente despectivo se fue acentuando en el país vecino cuando se comenzó a utilizar, en el siglo XIX, como ‘reaccionario’. Se aplicaba a los absolutistas que se opusieron a la revolución liberal de 1820.

            El caso es curioso: España exportó a Portugal la revolución liberal y los portugueses nos dieron la palabra que designaba a sus opositores. Aquí, se empezó a llamar carcundas a los carlistas partidarios de Carlos María Isidro Borbón, hermano de Fernando VII. Pero, no sé si por comparación con el trabucaire catalán, ‘clérigo que coge un trabuco y se une a las luchas políticas’, también se llamó carcundas a los ultramontanos y neocatólicos, es decir a quienes ven el poder civil y el poder eclesiástico como una misma cosa y defienden que el primero ha de estar supeditado al segundo.
            Rastreando la historia de la palabra en España, carcunda significó, de modo general, ‘retrógrado, reaccionario’, con lo que volvía a su sentido original. Y, ya en el siglo XX, se aplicó a todos cuantos defendían ideas fascistas y de ultraderecha. Entonces inició su decadencia, pues la aparición de facha, con el mismo sentido, pareció que engulliría al portuguesismo.
            Zalabardo que es tozudo cuando se trata de obligarme a explicar algo, me dice que nada de lo dicho sobre origen e historia de la palabra le ayuda a entender por qué subiendo a un monte se me ocurre pensar en la novela de Clarín y en el adjetivo pronunciado por un personaje. Comprendo que tiene razón y accedo a sus deseos. El monte me hizo pensar en otra zona montañosa, Cuelgamuros, donde se levanta la basílica del Valle de los Caídos. La palabra, el episodio acaecido allí hace dos días antes, la exhumación de Franco por sentencia del Tribunal Supremo.
            Ni Zalabardo ni yo tenemos interés en comentar aquí dicha exhumación, que debería haberse tomado como algo natural y, sin embargo, se ha hablado demasiado y durante demasiado tiempo de ella. Me interesaba hablarle de la palabra y de algunos comportamientos recientes. Por ejemplo, que me ha causado estupor la cerrazón de ese cura ultramontano, carcunda, el abad benedictino del Valle de los Caídos, y su desfachatez al amenazar con enfrentarse a la sentencia del Tribunal Supremo de la nación y a un Estado que es quien mantiene la basílica y a la comunidad de la que él preside. Ese abad Cantera lleva su espíritu trabucaire no solo a desobedecer una sentencia, sino a desoír la opinión del propio Vaticano.

            Pero si pudiera entender la actitud del abad Cantera, que no justificar, por su pasado, ejemplo claro de carcunda y trabucaire, hemos asistido a otros comportamientos que me han indignado porque, a mi edad, creía que no iba a presenciar más nada parecido. Si en 1973, fuerzas reaccionarias gritaban lo de ¡Tarancón al paredón!, en estos días he tenido que ver cómo grupos ultras escriben pintadas, con una amenazadora mira telescópica, contra el cardenal Carlos Osoro y otros eclesiásticos cuyo único pecado ha sido acatar unas leyes civiles que en nada empañan sus creencias religiosas. Ante tales hechos, la jerarquía católica española no solo guarda silencio, sino que incluso se manifiesta molesta con el papa Francisco por no haberse opuesto a la exhumación del dictador. Esa conducta es propia de carcas, ultras, neos, sean eclesiásticos o no, y ellos son los que hacen un daño irreparable a tantos buenos cristianos católicos como hay, a la Iglesia en suma.
            Porque, lamentablemente, entre nosotros, el talante de aquel Fermín de Pas, ambicioso y soberbio, altanero y arrogante, reaccionario, carcunda que aleja a los fieles de la Iglesia, aún tiene seguidores.

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