sábado, octubre 05, 2019

AD PEDEM LITTERAE (A PROPÓSITO DE 'MIENTRAS DURE LA GUERRA')

Página del códice Aemilianensis 60

            Durante siglos, el latín fue la lengua de la cultura, de la civilización y de una gran parte de los habitantes del mundo conocido. Siguió un periodo de oscurantismo, aunque no lo fue tanto como se dice, la Edad Media, en que la lengua latina se vio relegada a ser vehículo de transmisión de la cultura (lo que no es poco) y lengua de la iglesia, pues las lenguas que de ella se derivaron, las llamadas romances, la fueron desplazando en el uso diario. La ciencia y la universidad la mantuvieron durante mucho tiempo (Copérnico y Newton, por ejemplo, escribieron sus obras en latín) y para la Iglesia católica fue la lengua de sus ritos hasta el concilio Vaticano II, mediados el siglo XX.
            Pese a lo dicho, en la Edad Media, le digo a Zalabardo, la mayoría de la gente ya ni hablaba ni entendía el latín. Al decir la mayoría de la gente hay que incluir, cosa curiosa, a un número muy alto de eclesiásticos, que ejecutaban sus cultos sin saber lo que decían.
            Hubo, pues, que traducir los textos latinos si queríamos entenderlos. Pero a los traductores les precedieron los glosadores, por lo común monjes que, junto a las palabras más complicadas de los códices, en realidad bajo ellas, escribían el término equivalente de la lengua romance. Le recuerdo a Zalabardo que el primer texto castellano conocido es precisamente una glosa. En el códice Aemilianensis 60, del siglo XI, se encuentran muchos casos de palabras bajo las cuales un monje ha escrito la correspondencia en vasco o en castellano. Así, se lee jzioqui dugu bajo jnueniri meruimur; o ſanos e ſalboſ debajo de jncolumes. En ese famoso documento, Gómez Moreno encontró en 1911 algo que se les había pasado a los bibliotecarios de San Millán: la primera muestra de una frase completa en castellano, la ya muy conocida conoajutorio de nuesſtro dueno, dueno Christo
            Esa forma de anotación originó la locución ad pedem litterae, es decir, al pie de la letra, que indica que la palabra latina hay que entenderla tal como se entiende la palabra romance que se escribe debajo. Hoy, el DEL define ad pedem litterae ‘literalmente, enteramente y sin variación, sin añadir ni quitar nada’.

Fotograma de Mientras dure la guerra
            Le hablo de esto a Zalabardo porque leemos que, en Valencia, un grupo ultraderechista ha boicoteado una de las proyecciones de la película Mientras dure la guerra, de Amenábar. Y leemos solicitudes de boicot y artículos en medios digitales de idéntica o parecida inclinación que denuncian las “falsedades históricas” de la película. Mi amigo y yo hemos visto la película y nos parece excelente por muchas razones: magníficas interpretaciones, rigor en la narración de unos hechos históricos, neutralidad y distanciamiento (es decir, huida de perspectiva partidista) y más cosas.
            La película narra los inicios del alzamiento en Salamanca, la zozobra ideológica de Unamuno y, sobre todo, su choque dialéctico con Millán Astray. Por ahí vienen casi todas las críticas: que no se narra con exactitud ese encuentro, que Millán Astray dijo o no dijo, que cuál fue la intervención de Unamuno… Todos estos reventadores y fanáticos que muestran su intolerancia pidiendo prohibiciones o esos críticos nostálgicos de épocas pasadas parece que no entienden el tiempo en que viven, que no saben leer la lengua en que está escrito y necesitan que se aplique la técnica del ad pedem litterae.
            Primero, porque no ven que Amenábar ha hecho una película, lo que permite algunas licencias, y no un documental. Segundo, porque creo que el director no hace en su historia un juicio político ni se decanta por un bando. Unamuno, centro del film, se nos presenta atormentado porque habiendo sido republicano y después defensor del alzamiento, su conciencia le pide condenar las atrocidades cometidas tanto por la República como por el Alzamiento.
            Está claro que Zalabardo y yo no pensamos destripar la película, que ha sido calificada por críticos de apariencia más ecuánimes como sólida, buena, contenida, valiente, compleja o arriesgada. Solo queremos escribir bajo la línea de su relato algunas aclaraciones. Es cierto que no hay documentos exactos y fidedignos de cómo se desarrolló aquel acto. Amenábar, no lo dudamos, se habrá servido de una muy amplia documentación, pero creemos ver que para el episodio del acto de Salamanca sigue básicamente el relato que hace Hugh Thomas en su libro La guerra civil española, por otra parte, el más comúnmente aceptado por todos los historiadores de prestigio. Thomas reconoce, a su vez, que él se vale de la versión que Luis Portillo, que fue profesor en Salamanca, aunque tampoco estuvo presente, publicó en la revista Horizon.

Fotograma de Mientras dure la guerra
            Los parlamentos del acto, dice la crítica negativa, son una invención. Pero, y aquí viene lo que ad pedem litterae, José María Pemán, uno de los oradores junto al profesor Francisco Maldonado, publicó en ABC, en 1964, La verdad de aquel día, un artículo en el que quería rebatir el anterior de Portillo.
            Ese artículo, para mí, es la principal nota ad pedem litterae. En su alegato, Pemán comienza por decir que no hubo nada; que en Salamanca solo se pronunciaron dos oraciones universitarias sobre la hispanidad y que no recuerda bien la secuencia de los hechos. Pese a todo, su memoria le permite reconocer que Unamuno condenó el empleo que se hacía del término anti-España; que es cierto lo que se dijo sobre lo vasco y lo catalán, y que don Miguel habló algo sobre que no es igual vencer que convencer.
            Sobre otras cosas, se muestra seguro: que se produjo un gran revuelo en contra del rector salmantino; que Millán Astray pidió hablar tras la intervención del rector, pero que lo suyo no fue un discurso, sino gritos arrebatados; que no dijo “muera la inteligencia”, sino “mueran los intelectuales”, a lo que, tras las quejas de Maldonado y él mismo, añadió: “mueran los intelectuales traidores”; y que, y esto es importante, “quizá el profesor Maldonado y yo tuvimos algo de culpa de todo lo que sucedió”. El artículo de Pemán se convierte, pues, en magnífica muestra del sentido auténtico de la película. Entendamos, pues, lo que se desarrolla en la pantalla ad pedem litterae, enteramente y sin variación.
            Cualquier otra cosa es querer aferrarse al manido tópico, que puede que no sea ni manido ni tópico, de las dos Españas irreconciliables del que algunos, entre ellos Zalabardo y yo estamos bastante cansados.

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