lunes, diciembre 09, 2019

SOBRE ANFIBOLOGÍAS



           La anfibología es un recurso literario basado en la ambigüedad, equívoco y confusión que puede generarse a partir de palabras de parecida forma y escritura, pero que poseen diferente sentido. Por ejemplo, si leemos simplemente Compró una vela, podríamos dudar si se hace referencia al ‘paño de que se sirve un barco para ser impulsado por el viento’, a un ‘cirio’ o, por ejemplo en mi pueblo, a un ‘toldo con que se cubre un patio en sus alturas para evitar los rigores del sol’.  Me pregunta Zalabardo, primero, por qué hemos de recurrir a palabras raras para cosas fáciles. Y le explico que la palabra proviene del latín amphibolia, que a su vez viene del griego ἀµφιβολος, que significan ‘doble lanzamiento’ y de ahí ‘doble sentido’ hasta terminar en equívoco o ambigüedad.
            Leemos en el DLE que, si nos referimos al lenguaje, es ambiguo lo que puede entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones y dar, por consiguiente, motivo a dudas, incertidumbre o confusión; que es incierto o dudoso. Y de equívoco dice que es lo que puede interpretarse en varios sentidos, o dar ocasión a juicios diversos; también, equivocación, error.      
            De inmediato, me pregunta Zalabardo si, atendiendo a lo anterior, es lo mismo una cosa ambigua que una equívoca. He de contestarle que, en ambos casos, tenemos el doble sentido; y en ambos, también, la posibilidad de confusión. Y que, aunque busco con detenimiento, no hallo ninguna norma gramatical que aclare la diferencia que pueda haber entre un concepto y otro, lo que me inclinaría a responderle que sí son sinónimos. No obstante, me queda una duda que no sé resolver, pues equívoco es ‘lo que induce a errar’, lo que puede llevar a creer lo que no es, mientras que ambigüedad no pasa de ser ‘lo que induce a confusión, a duda, a incertidumbre’

           Lo que pretendo hoy, le digo a Zalabardo, es que la anfibología —y no diferenciamos ya entre ambigüedad o equívoco— sirve fundamentalmente para componer secuencias humorísticas. Por ejemplo, Quevedo, contando en El buscón la salida de la cárcel del padre del protagonista, afirma que lo acompañaban más de doscientos cardenales, solo que a ninguno llamaban señoría. Jugaba con el doble sentido de cardenal: ‘jerarquía eclesiástica’ o ‘moratón por los azotes’. Y Jim Carrey, en la película Man on the Moon, durante un monólogo, dice: Pueden ustedes tomar a mi mujer; y ante las risas de los asistentes, aclara: Bueno, eso no. Así podríamos seguir.
            Pero la anfibología está muy presente en la lengua cotidiana sin que apenas nos apercibamos de ello. Y, en la mayor parte de los casos, es el contexto quien nos ayuda a solventar cualquier duda. O la presencia de los interlocutores en la comunicación directa. Si yo digo a alguien Ayer vi a tu amigo mientras corría por el parque, siempre cabrá la duda de saber quién corría; o si le digo que Margarita quiere a María Jesús porque es muy buena, ¿quién de las dos es muy buena? La anfibología también la provoca la inadecuada colocación de las palabras en la frase. Así, cuando pregunto en una tienda ¿Venden sombreros para señoras de corcho?, no hay duda de que el complemento de corcho tendría que ir junto a sombreros. Muy frecuentes son las anfibologías que provoca el uso de posesivo su. En Tu primo y Felipe han discutido en su casa, ¿en casa de quién?

            Le llamo la atención a Zalabardo acerca de las anfibologías que se nos presentan en la prensa. Hay ocasiones en que la propia ambigüedad de una palabra impide una redacción que resulte más clara para el lector. Hace unos días, leía una información en la que se decía: La elección de los miembros de la Mesa del Congreso se convirtió en un suplicio para casi todos los partidos. Y, claro, me surgió la duda: ¿se hablaba de que los miembros de la Mesa eligieron algo o de que los partidos tuvieron dificultades para elegir a esos miembros? Solo la lectura del párrafo completo podía sacarme de esa confusión.
            Pero hay otras veces en que tendríamos que hablar de descuido por elegir una palabra que, aunque correcta, puede inclinar a entender lo que no se dice por las connotaciones que tiene. No hace tanto, se escribía en la cabecera de una noticia: Cifuentes planta a la juez alegando razones de enfermedad. La información era veraz, pero ambigua, pues utilizar el verbo plantar hacía pensar que Cifuentes se valió de alguna artimaña para dar un plantón a la jueza y eludir su obligación. Nada de eso sucedió. El DLE recoge bien ese significado para su no presencia, pero ¿no hubiese sido mejor titular Cifuentes excusa su comparecencia ante la juez por razones de enfermedad? Se hubiese evitado cualquier interpretación confusa.

            No es lo mismo cuando se quiere hacer uso de las anfibologías para dañar a alguien. Le cuento a Zalabardo lo que me parece una malévola intención de quien escribió este titular: Anders Breivik estudiará la misma carrera que Pablo Iglesias en la Universidad de Oslo. ¿Qué mueve a relacionar a este terrorista de extrema derecha con el presidente de Podemos? Y, por fin, en ocasiones, lo que hay es despiste supino o ignorancia en el origen de una redacción confusa o equívoca. Quien escribió Los 200.000 musulmanes españoles formularán sus deseos… no se molestó lo más mínimo en informarse que no hay esa cantidad de españoles que practiquen la religión musulmana; en realidad, no pasan de 3000. Cuando él escribía españoles, lo que debió haber escrito es que viven en España, la mayoría de los cuales son marroquíes. 
            Pero como le estoy tratando de explicar a Zalabardo que la anfibología se utiliza más para el humor y la ironía, le cuento el caso de este anuncio en el que el pobre anunciante no se dio cuenta de lo que realmente decía: Vendemos coches usados. ¿Piensa acudir a uno de esos sitios donde lo estafarán? Visítenos primero a nosotros.

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