sábado, diciembre 21, 2019

ESPAÑA NO PRESERVA SU RIQUEZA LINGÜÍSTICA

Tuone Udaina

            Una mañana de 1967, era yo alumno de la Universidad de Granada, don Manuel Alvar nos habló de Tuone Udaina (Antonio Udina). Con la muerte, 69 años atrás, de aquel barbero de KrK (en la actual Croacia) moría una lengua romance, el dálmata, de la que era el último hablante. Le confieso con sinceridad a Zalabardo que me tomé la información como una mera anécdota, una curiosidad sin más.
            Años después, en 2008, Enrique Vila-Matas escribió un artículo, El último en hablar. Recordaba el caso de aquel Tuone Udaina. Pero también comentaba otros casos semejantes, algunos vividos por él de modo cercano, (la defunción de Marie Smith Jones, última hablante de la lengua eyak, hablada en una región de la desembocadura del río Cooper, en Alaska, o la desaparición de la lengua kasabe en una perdida zona de Camerún). Mi reacción fue diferente. Aquellas muertes dejaban de ser una anécdota y se convertían en acicate para informarme mejor sobre lenguas que desaparecen porque un día no hay quien las hable. Me conmovió una frase que no sé si pertenece a Vila-Matas o la tomaba de alguien: La soledad de hablar una lengua que ya nadie conoce tiene que ser una experiencia extraña. Dejé de sentirlas como lenguas muertas, como el latín, que nos siguen sirviendo de referencia; eran lenguas muertas y olvidadas para siempre.
            De las aproximadamente 100 lenguas que hay en Europa, solo la cuarta parte son oficiales. En el mundo hay unas 7000 lenguas y 2500 están en peligro de extinción. De una veintena de lengua se sabe que resta un solo hablante (quizá ya fallecido cuando escribo).

Marie Smith Jones
            En Europa se redactó, en 1992, una Carta Europea de las Lenguas Minoritarias o Regionales a la que España se adhirió y firmó su compromiso de cumplimiento en 2001. En ella se exige algo tan simple como lo siguiente: reconocer que estas lenguas son expresión de riqueza cultural; compromiso de garantizar su pervivencia y uso; fomento de su aprendizaje por parte de quienes, sin que sea su lengua materna, vivan en la región; garantizar la educación desde preescolar hasta los niveles universitarios en dicha lengua, sin perjuicio de cualquier otra que sea oficial en todo el Estado; garantizar que los órganos judiciales (a petición de las partes) lleven los procedimientos en la lengua regional allí donde proceda; garantizar a sus hablantes el derecho a dirigirse a la administración en su lengua regional y a ser contestado en la misma.
            Pero muestro a Zalabardo unos datos estremecedores que he recogido: en Galicia, en 2008, un 29,5% de niños no hablaban gallego; en 2018, esta cifra se ha disparado hasta el 44%. Y el 13% de los abuelos de esos niños se expresa solamente el castellano. En Euskadi, hablan vasco solo 16 de los 343 jueces que hay, solo el 42% de agentes de la Ertzaintza y solo un 34% de sanitarios pueden atender a los pacientes en su lengua materna. En la Islas Baleares, el caso es peor: solo hay dos jueces conocedores del catalán.
            Datos, datos, datos, me dice Zalabardo. Le respondo que sí, que son datos y, a lo mejor, alguno errado por una búsqueda deficiente por mi parte. Pero es que el martes pasado, creo que fue ese día, me encontré con una noticia que, al menos a mí, me ha provocado escalofríos: El Consejo de Europa amonesta a España por incumplir el deber de preservar la riqueza lingüística del continente.

 
Octavilla impresa en A Coruña, en 1942
          
Esta acusación se dirige al Estado Español por no reforzar el uso de las lenguas cooficiales en la Administración Central y por no garantizar el derecho de los ciudadanos a poder dirigirse a la Administración en su lengua materna en procesos judiciales. De manera particular, se acusa a Galicia, cuyos poderes públicos se muestran pasivos ante una alarmante desgalleguización. La Comunidad Valenciana tampoco sale muy bien parada. Curiosamente, quienes más elogios reciben son los catalanes. De la Generalitat se dice que está aplicando un proceso modélico de inmersión lingüística que consigue que los alumnos concluyan su etapa escolar con un correcto conocimiento de la lengua propia y un excelente dominio de la lengua castellana.
            Le digo a Zalabardo que se me abren las carnes solo de pensar que un día tuviésemos que enterarnos de que ha muerto el último hablante de gallego, lengua que dio, presumiblemente, las primeras creaciones líricas romances en España. Que un día no hubiese alguien capaz de recitar, y entender, estos versos de un juglar del que apenas se sabe nada, Juiâo Bolseiro, que pone en boca de una joven estos versos:
Aquestas noites tan longas,
que Deus fez en grave dia,
por min, porque as non dormio,
e por que as non fazia
no tempo que meu amigo
soia falar comigo?
            [Estas noches tan largas que Dios hizo en mal día, por mí, porque no las duermo, ¿por qué no las hacía en el tiempo en que mi amigo solía hablar conmigo?]
            Como se perderían versos tan bellos como estos de Celso Emilio Ferreiro, este más moderno, en uno de los poemas de Longa noite de pedra:
Anque as nosas palabras sean distintas,
e ti negro i eu branco,
si temos semellantes as feridas,
coma un irmau che falo.
Por enriba de tódalas fronteras,
por enriba de muros e valados,
si os nosos soños son igoales,
coma un irmau che falo.
            [Aunque sean diferentes nuestras palabras, y tú seas negro y yo blanco, si tenemos heridas semejantes, como a un hermano te hablo. Por encima de todas las fronteras, por encima de muros y vallados, si nuestros sueños son iguales, como a un hermano te hablo.].
            Otro día, le digo a Zalabardo, quizá hablemos de las diferentes causas de la muerte de tantas lenguas.

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