domingo, febrero 09, 2014

BABEL (¿OTRA POLÍTICA LINGÜÍSTICA PARA ESPAÑA?)



            Constantemente, Zalabardo y yo hablamos de todo. Debatimos sin estridencia y con mesura (o lo procuramos) cuanto se nos ocurra. En estos tiempos, es normal que nos planteemos la cuestión del secesionismo catalán, sus posibles consecuencias, o las posibilidades de evitarlo. Zalabardo mantiene la tesis de que en el origen no hay sino postura inmovilista (por ambas partes) respecto al tema lingüístico. ¿Y la “pela”?, le pregunto. Hace un gesto difuso, pero acepto plantear el debate en sus términos.
            Solemos mirar la diversidad de lenguas, me dice, como castigo ejemplar de Dios —o eso se lee en la Biblia— a la soberbia humana que pretendía una salvaguarda frente a un nuevo diluvio (ya sabéis, esa historia de Babel). Pero… Entonces me muestra un texto de Covarrubias, quien, pese a respetar (¿la compartía?) la ortodoxia de su época, no duda en mantener otras ideas que, dado los tiempos que corrían, podrían haberle acarreado algún que otro perjuicio. Como la de afirmar, por ejemplo, que no hay lenguas puras —lo que no es cuestión baladí— sino que todas muestran ejemplos de corrupción. Para Covarrubias, corrupción significa mezcla e influencia de cada una de las lenguas con elementos de las demás. Por eso dice que, incluso el hebreo, la pretendida lengua original, tenía mezcla de palabras caldeas o que cuando Nuestro Redentor vino al mundo se hablaba vulgarmente la lengua siriaca mezclada. Llama la atención que en su Tesoro, ya en las primeras líneas sobre la entrada lengua afirmase con rotundidad que no hay lengua que se pueda llamar natural.
            Como también es interesante su idea de que la diversidad de lenguas, más que castigo, se puede tener por gran felicidad en la tierra, pues con ellas comunica el hombre diversas naciones, y suele ser de mucho fruto en caso de necesidad, refrenando el furor del enemigo, que hablándose en su propia lengua se repone y concibe una cierta afinidad de parentesco que le obliga a ser humano y clemente.
            Me pide, entonces, que reflexione sobre cómo en nuestro país, pocas veces se ha mantenido una opinión tan flexible. Lo pienso y me encuentro con que Nebrija puso unos firmes cimientos a la concepción de la unidad nacional a partir de una lengua uniforme al escribir en su Gramática: una cosa hallo y saco por conclusión muy cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio. La aceptación del castellano como elemento unificador y uniformizador de lo español se generalizó y es la que late en el conocido verso de Hernando de Acuña: un Monarca, un Imperio y una Espada. Y así ha sido casi siempre. Los que ya tenemos cierta edad, tuvimos que oír hasta la extenuación lo de por el Imperio hacia Dios. O pudimos leer una de aquellas octavillas que recomendaban: Hable bien. Sea patriota. No sea bárbaro. Es de cumplido caballero que usted hable nuestro idioma oficial o sea el castellano. Es ser patriota. Viva España y la disciplina de nuestro idioma cervantino. ¿Lo ves, me dice Zalabardo? Todo ello se condensa en ese genuino exabrupto español ¡A mí me habla usted en cristiano! ¿Pero es que hay lenguas que sean más “cristianas” que las otras?
            Zalabardo me insiste en que aquellos polvos engendraron los lodos de hoy. Y me pide que lea, como antídoto contra lo anterior, estas palabras del Consejo Federal helvético dirigidas en 1938 al Parlamento Suizo en defensa de una convivencia plurilingüe: pueblos de lengua diferente pueden coexistir en un mismo país si están unidos por la voluntad de vivir en común y si su comunidad está organizada de manera que cada lengua pueda engendrar libremente la vida espiritual que le es propia.
            ¿No podríamos ser, en ese aspecto, como los suizos?, me pregunta Zalabardo. Y, juntos, hacemos un repaso de la estructura lingüística de aquel país. Los datos fríos son los siguientes: Suiza cuenta con cuatro lenguas consideradas igualmente oficiales: alemán, francés, italiano y retorromano. Sin entrar en cuál sea la lengua materna y el grado de conocimiento de las demás, se puede decir que hablan alemán alrededor del 72% de la población; francés, el 21%; italiano, el 6,5% y el retorromano menos del 1%.
            Pero lo que nos admira es que la actual Constitución suiza determina que: Los idiomas nacionales son el alemán, el francés, el italiano y el retorromano (art.4). Se garantiza la libertad del idioma (art. 18). Los cantones determinarán sus lenguas oficiales (art. 70.1) —lo que supone que en cada cantón la enseñanza se imparte en su lengua oficial—. La Confederación y los cantones fomentarán la comprensión y los intercambios entre las comunidades lingüísticas (art. 70.3). Con todo ello, mi amigo me destaca dos cuestiones. Una, que todo ciudadano tiene derecho a dirigirse a las instituciones nacionales en cualquiera de las lenguas oficiales y a recibir respuesta en esa lengua. Y otra, que la Conferencia Suiza de los Directores Cantonales de Enseñanza Pública defendía en uno de sus documentos lo siguiente: Todos los escolares han de aprender, aparte de su correspondiente lengua cantonal, al menos una segunda lengua oficial del país además del inglés. Así mismo, han de gozar de la posibilidad de aprender si así lo quisieran una tercera lengua oficial y otras lenguas extranjeras adicionales.

           Me pide Zalabardo que traslademos el asunto a nuestro ámbito; usamos, también un poco a la ligera, las cifras y, dando por hecho que cada habitante de una Comunidad habla la lengua que la Constitución considera oficial en su territorio, el castellano sería la lengua del 71% de la población; el catalán (incluyendo a valencianos y baleares) del 20%; el gallego, del 5% y el euskera, del 4%. ¿No podríamos hacer —me repite— como en Suiza, es decir, respetar las peculiaridades idiomáticas de cada zona, dar oficialidad, en igualdad de condiciones, a las cuatro lenguas y obligar a que cada español, aparte de su lengua materna, esté obligado a conocer al menos una de las otras? Me dice que, por cuestiones de pura lógica y de operatividad, esa segunda lengua (en Cataluña, País Vasco, Galicia, Valencia y Baleares) sería con mucha probabilidad, el castellano, que, en el peor de los casos, se convertiría en lengua conocida y hablada por el 90% de la población. Pero, a la vez, las otras tres lenguas, aumentarían su ámbito de conocimiento por el conjunto de los españoles.
            ¿Qué para ello hay que modificar la Constitución? Como si hay que modificarla para otros asuntos. ¿Qué lo impediría si tenemos voluntad de hacerlo?

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