Vamos con San Valentín. Sabido es
que Federico Moccia, en su novela Tengo
ganas de ti, ideó una escena en la que dos de sus personajes sellaban
el amor que sentían el uno por el otro colocando un candado sobre un poste de
la luz del Puente Milvio, en Roma, y arrojando la llave a las aguas del Tíber.
Este acto simple se convirtió pronto en moda y no hay puente en el mundo que no
luzca sus candados-declaración amorosa. También aquí en Málaga los hay.
La moda, sin embargo, está creando
problemas. Estos días, ¿será por lo de San Valentín?, he leído varios artículos
al respecto. En Roma, el peso de los candados hizo caer algunas farolas. Se
intentó poner solución, aditivos a los que enganchar los candados sin riesgos
para las farolas, pero la corrosión avanza como marabunta feroz. Igual ocurre
en el Pont des Arts, de París; y pronto pasará en Málaga, en el Puente de la
Esperanza, o en la pasarela que conduce al Centro de Arte Contemporáneo, o en
el Parque del Oeste. Pero tampoco de eso quiero hablar.
Me interesa, le digo a Zalabardo, ir
un poco más allá: expresar mi rechazo a esas formas de manifestar el amor
(entre las que incluyo grabar en las cortezas de los árboles o hacerse un
tatuaje). Son, para mí, explícitas (¿inútiles?) declaraciones de egoísmo, pues
no pocas veces suponen considerar a la otra persona como una propiedad, deseo
de atarla, sujetándola con un candado, inmortalizando su nombre en árbol, para,
mediante una especie de chantaje, evitar que pueda alguna vez dejarnos. Lo que
es una ironía con lo efímera que suele resultar en nuestro tiempo la vida de
pareja. Ya no existe aquello de contigo pan y cebolla, ya es difícil
mantener un te amaré hasta la muerte. ¿Existen hoy Romeos y Julietas? ¿Sería
posible escribir hoy un soneto como el de Quevedo
Amor
constante más allá de la muerte? Los amores ahora duran poco. Se les
podría aplicar lo que decía Góngora
en su soneto A una rosa: Ayer naciste
y morirás mañana. / Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
Sería imposible leer, aun
dedicándole toda la vida, un libro que recogiera todos los poemas de amor
escritos a lo largo del tiempo. ¡Hay tantos y de tantos tipos…! Los que se detienen
en la belleza de la persona amada, como El cantar de los cantares (Como cinta de grana son tus labios, / qué
hermosa es tu boca; / como trozos de granado son tus sienes / entre el velo…) Los
que expresan el temor por la pérdida, como el de García Lorca (Tengo miedo a perder la maravilla / de tus
ojos de estatua y el acento…). Hay los que reducen todo al sexo, como el de Ana Rossetti (Es tan adorable introducirme / en su lecho, y que mi mano viajera /
descanse, entre sus piernas, descuidada…). Algunos cantan, lloran, el
fracaso, como Gertrudis Gómez de Avellaneda
(Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:
/ ¡nunca, si fuere error, la verdad mire!) ¿Y si pensamos en Catulo, celoso del gorrión que
acariciaba Lesbia (¡Oh, tú, mi gorrión, que haces las delicias
de mi amada!)? No negaré que me atrae la queja por la separación que
trasluce este anónimo medieval (Ya cantan
los gallos / buen amor y vete…). De Neruda
siempre he dudado si me gusta más el que comienza Me gustas cuando callas porque estás como ausente… o inclinarme por
el que ruega Quítame el pan si quieres, /
quítame el aire, pero / no me quites tu risa…;
Pero, con ello, le digo a Zalabardo,
pienso que el amor debe ser todo menos atadura, pues el amor debe ser libertad.
No lo que un tiempo se llamó amor libre. La libertad de que hablo es la de la
otra persona para no depender de nadie, para no ser una posesión de nadie. Por
eso no me gustan los candados, ni las frases grabadas que un día dejan de respetarse.
Por eso, mi poema de amor preferido es uno de Agustín García Calvo. Es el que se llama Libre te quiero, que comienza:
Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña.
Pero no mía.
Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera.
Pero no mía…
Si alguien quiere conocerlo completo
y tiene interés en oír la versión que de él hizo Amancio Prada, aquí dejo el vídeo:
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