lunes, marzo 30, 2009


MOGUER, MADRE Y HERMANOS (JRJ)
Este pasado fin de semana nos hemos dado una vuelta por tierras de Huelva. En el viaje de ida, la travesía de la provincia de Sevilla la realizamos bajo una fortísima lluvia que nos hacía presagiar lo peor e igual nos sucedió a la vuelta, aunque la estancia en Huelva estuvo presidida por un sol radiante y una suave temperatura. Eso nos permitió disfrutar del viaje cultural-naturalista que habíamos proyectado.
Me hace notar Zalabardo que hay ciudades en cuyo aire se nota aletear el espíritu de un escritor. Es lo que pasa en Soria con Antonio Machado y es lo que igualmente sucede en Moguer con Juan Ramón Jiménez. No es ya el cuidado con que se conserva su casa, convertida hoy en Casa-Museo Zenobia y Juan Ramón; es cada rincón, cada plazuela, cada calle del blanco pueblo onubense (Cuando yo era niñodiós / era Moguer, este pueblo, / una blanca maravilla). Allí, como en todas partes, nuevos rótulos dan nombres nuevos a las calles, que así pierden el que siempre tuvieron y el que la gente, de verdad, recuerda. Pero en Moguer, gracias a la inmortalidad que Platero y yo, junto a otros textos, le concedieron, alguien tuvo la ocurrencia, feliz, de reponer en bellos azulejos el nombre antiguo junto al moderno. Y del mismo modo, raros son el rincón, la plazuela, la calle en cuyas paredes no hay una cerámica que nos recuerde la relación de ese preciso sitio con una página de la obra del poeta moguereño.
Pero Moguer ha cambiado, me advierte Zalabardo. Verdad es; por ejemplo, las viñas y las huertas de las que hablaba Juan Ramón ya no existen, y casi todos sus campos se ven ahora cubiertos por plásticos bajo los que se cultiva el rico fresón. Reza la propaganda oficial que el 30% que se produce en toda la provincia de Huelva se da precisamente aquí. Hoy, pues, Juan Ramón no podría dar a Platero, mientras paseasen por estas tierras, higos y uvas moscateles, sino, como se llama en los folletos que nos dan en la oficina de turismo, este oro rojo también dulce que genera anualmente, sigue diciendo la propaganda oficial, 85.000 toneladas de fresas, 72 millones de euros y 350.000 jornales.
La casa de Juan Ramón y Zenobia, aparte de lo que cualquier casa-museo permite ver, guarda valiosos elementos bibliográficos: parte de la biblioteca personal del matrimonio, libros y revistas, así como un número considerable de manuscritos. A mí, personalmente, lo que más me llamó la atención fue el original mecanografiado por Zenobia, con correcciones a mano del autor, del fragmento primero del poema en prosa Espacio ("Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo". Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo porvivir). Enmarcada sobriamente cada hoja, el conjunto llena una de las paredes.
Estuvimos alojados en el Complejo Turístico Nazaret, en un bellísimo paisaje poblado de pinos, que se levanta sobre la que fue propiedad de Rafael Almonte, médico y amigo del poeta. Todas las dependencias del complejo son un homenaje al poeta, con fotografías y recuerdos por todas partes, además de una librería que permite a los alojados leer todas sus obras. A escasos pasos del hotel, apenas a doscientos o trescientos metros, está el paraje de Fuentepiña, con una casa que, si alguien no pone remedio, pronto será una pura ruina y el majestuoso pino a cuyo pie, dicen los del lugar, está enterrado Platero.
También visitamos el cementerio del pueblo, donde se alza el sencillo mausoleo bajo cuyo granito gris yacen el poeta y su esposa. En Moguer se dice, se usan muchos se dice referidos a este insigne hijo, que los cuerpos del matrimonio no reposan el uno junto al otro sino, por expreso deseo del poeta, ella debajo y él arriba, para que, así como Zenobia fue su apoyo y sostén en vida, lo sostenga también detrás de la muerte. Ante aquella tumba, Zalabardo me recordó los versos que parecen cerrar la obra de Juan Ramón: Cuando esté con las raíces, llámame tú con tu voz. / Me parecerá que entra temblando la luz del sol. El poeta, tan angustiado por la muerte, pensó siempre que moriría antes que ella. Por eso no fue capaz de sobrevivirla más que diecinueve meses.
Al día siguiente nos encaminamos hacia Doñana. La falta de previsión fue causa de que no pudiésemos realizar la visita guiada del parque en vehículo todoterreno, como era nuestro objetivo. Nos tuvimos que conformar con el audiovisual que pasan en el Centro de Visitantes de El Acebuche y con pasear por algunos de los senderos que existen abiertos al público, en especial el de las dunas móviles.
Y como nos sobró tiempo y nos cogía de paso, hicimos un alto en El Rocío. Pero eso es ya otra cosa. Mucho ambiente de feria y bastante fanatismo. En el marco, eso sí, incomparable de las marismas.

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