lunes, marzo 02, 2009


TODO SEA POR EL 'SHARE'
Fausto vendió su alma al diablo a cambio de la sabiduría y la juventud eterna. ¿A cambio de qué estamos dispuestos, en los tiempos que corren, a vender nuestra alma? Sería interesante realizar una encuesta que nos permitiera conocer la respuesta a esta pregunta.
La televisión, de esto no parece existir duda, daría lo que se le pidiese por romper todos los índices de audiencia. ¿Y la gente de a pie? ¿Cuál es ese sueño anhelado a cambio del cual no le importaría entregar el alma, no digamos ya al diablo, sino a cualquiera que le plantease la posibilidad de alcanzarlo? La experiencia diaria nos dice que, para muchos, ese dorado sueño no es otro que el de conseguir un segundo, unas horas, algunos días de gloria, en un plató de televisión. Me dice Zalabardo que si eso es así, por bien poco ponemos nuestra alma en manos de Mefistófeles. Le contesto que no sabe bien cómo está el patio.
¿Pero es que alguien duda de lo que digo? Solo nos basta pensar en las múltiples personas que han pasado, o lo han intentado, por programas de la laya de Gran Hermano, Supervivientes, El autobús, Operación Triunfo y tantos más. O en tantas y tantas Belenes Esteban o Nurias Bermúdez como pululan por ahí. O en tantas y tantas madres con niño, o con niña, que peregrinan de programa en programa con la intención de que alguien se dé cuenta de lo buenos artistas que son sus retoños o la de historias de interés nacional que pueden contar. Y eso si no pensamos en casos peores.
Jade Goody, de 27 años, participante en un Gran Hermano británico y ahora aquejada de cáncer, no ha dudado en ofrecerse a las televisiones para que estas emitan su muerte en directo. A cambio de dinero, claro está; dice que no es para ella, sino para que sus hijos no queden en la miseria. Zalabardo me cuenta que ha visto un grafito aparecido en Londres por ese motivo: una joven con la cabeza calva y el signo de la libra marcado en la frente, una frase en rojo que dice "Esto es Inglaterra" y una bandada de buitres que revolotea sobre el conjunto.
¿Y aquí? Primero fue el circo mediático que se montó con ocasión de la muerte en Huelva de la niña Mari Luz y la campaña llevada a cabo por su padre para conseguir entrevistarse con el Presidente del Gobierno y con el jefe de la oposición para que se cambiaran las leyes relativas al asunto. Todo adobado con el error negligente cometido por un juez. Ahora, otra familia, los padres y allegados de otra menor, la sevillana Marta del Castillo, presiden manifestaciones en las que se solicita la convocatoria de un referendo para cambiar la Constitución y que se legalice la pena de cadena perpetua.
Me pregunta Zalabardo si acaso estoy dudando del dolor de esos padres que ven impotentes cómo se les ha privado violentamente de sus hijas. Por supuesto que le respondo que no, que yo participo hasta donde me es posible de ese dolor, sin que el mío alcance el grado que el que sienten las familias, y también deseo que los delitos sean castigados con todo rigor y justicia. Lo que me preocupa es que se crea que las leyes han de cambiar según cada caso particular. Y lo que me indigna es todo aquello que se mueve alrededor de estas doloridas familias para obtener no sé qué beneficio. Y ahí es donde entran las televisiones y su predilección por plantear las desgracias ajenas solo desde una perspectiva morbosa. Como lo es llevar a un plató a una menor, amiga de la asesinada, para que hable de quien se considera autor de los hechos e incluso de su propia intimidad. Creen que con decir que esta menor asiste con el consentimiento y compañía de su madre ya han salvaguardado su responsabilidad. ¿Es que nadie ve el daño que se inflige a esta niña, aunque sea con el beneplácito, culpable, de su propia madre, con lo que el asunto se agrava? ¿En qué ha quedado el compromiso de las televisiones por respetar un código deontológico y unos horarios de protección infantil?
El Consejo Audiovisual Andaluz ha denunciado los comportamientos contrarios a la ética que Telecinco y Antena 3 han mantenido en estos casos. Y el juez de menores granadino Emilio Calatayud, conocido por sus sentencias ejemplares, ha puesto el dedo en la llaga al lanzar una llamada de atención sobre el daño que se hace a los niños con conductas como las que se están dando. ¿Pero ahí ha de quedar todo? En televisión no puede valer todo y menos si por medio hay menores desprotegidos y familias doloridas. Ni siquiera el índice de audiencia puede justificar estos comportamientos indignos e indignantes.
Le digo a Zalabardo que, en principio, yo quería hablar aquí de otra cosa, aunque los hechos me han llevado a ocupar el espacio con este tema. Lo que pretendía, y por ahí va el título (aunque esto tiene un interés menor frente a todo lo anterior), es que pusieran más cuidado con el lenguaje y dejen de fusilar al personal con tanto anglicismo. Por ejemplo, que dejen de hablar, cuando tratan de las audiencias que tanto les preocupa, a veces parece que es lo único, de rating y de share, que dicho sea de paso, no llego a entender del todo qué diferencia hay entre una y otra cosa. Que si lo que quieren es saber cuántas personas, de todas las que tienen encendidos sus televisores, ven un determinado programa en un momento dado, se limiten a utilizar expresiones como cuota, nivel o porcentaje de audiencia, que así todos nos enteraríamos mejor. Que no hablen de prime time, sino de horario principal, preferente o destacado. Que no hagan reality shows, sino programas de telerrealidad (si es posible, mejor que los quiten) o que no emitan eso que se denomina talk show, sino mejor programa de entrevistas. Por todo ello, es posible que la audiencia no se resienta, pero el lenguaje saldrá ganando.

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