martes, octubre 11, 2011


TORNÁRSELE EL SUEÑO AL PERRO

    Esta mañana, mientras paseábamos disfrutando de uno más de los días de este cálido otoño que nos ha tocado y hablábamos de lo divino y de lo humano, pero sobre todo de cómo está el país a causa de la feroz crisis que nos sobrevuela y nos lanza dentelladas por todos los costados, Zalabardo me dijo: ¿No crees que en este país a más de uno se le ha tornado el sueño del perro?
    Como notó que lo miraba con gesto de no entender, se paró en mitad de la acera y mirándome un poco con cara de chufa me soltó: ¿Tú presumes de conocer el Tesoro de Covarrubias e ignoras una expresión cuyo origen y sentido fue él el primero en comentar? Tornarse el sueño del perro viene a significar lo mismo que ‘descomponerse el logro de alguna pretensión o utilidad que ya se tenía consentido según los medios estaban puestos’. El conquense explica el origen del dicho de la siguiente manera: Soñaba un perro que estaba comiendo un pedazo de carne, y daba muchas dentelladas y algunos aullidos sordos de contento; el amo, viéndole desta manera, tomó un palo y diole muchos palos, hasta que despertó y se halló en blanco y apaleado.
    Le insinué que aún no sabía a dónde quería llegar. Entonces él, armándose de paciencia, que eso sí debo reconocer que tiene, guardó un momento de silencio, como si pensara lo que iba a decirme o cómo me lo diría, hasta que retomó la palabra: ¿Has observado, decía, qué aspectos destacan en sus promesas cara a las próximas elecciones tanto Rubalcaba como Rajoy? Este habla de suprimir duplicidades de competencias, de conseguir una Administración más ágil y menos numerosa. “Una Administración, una competencia”, creo que ha llegado a decir. Aquel, para no ser menos, habla de reducir el número de diputados, de senadores y de concejales. De “adelgazar la Administración” según ha dicho en una de sus últimas intervenciones. A buenas horas, mangas verdes, diría alguien políticamente correcto. O, como lo diría yo, por fin se dan cuenta de que son demasiados los que chupan del bote, llámense comisiones o cualquier otro nombre.
    Lo interrumpo y le digo que me parece muy duro, y no sé si hasta injusto, eso de chupar del bote. ¿Tú crees que no es así?, me replica. Y sigue: ¿Tú no has reparado en la alegría y desenfado con que se han venido tomando muchas decisiones? Que tú perteneces a mi partido, eres amigacho mío y, además, te debo un favor. No te preocupes, creo un cargo para ti y ya está todo arreglado. Si, de todas formas, no lo pago yo, sino el Estado, la Comunidad o el Municipio. Que hay que conseguir que la gente nos vote en las próximas elecciones. Eso tiene solución, se construye un polideportivo que nunca se usará porque en el pueblo somos pocos, o no tenemos equipo, o, simplemente, el deporte nos importa un pimiento. O pagamos autobuses para que los pensionistas del pueblo acudan como público a los programas de Juan y Medio.
    Así vemos cómo muchas comunidades y municipios vivían sumidos en un sueño de abundancia y, siendo además que los dineros no eran suyos, los malgastaban en proyectos más de una vez inútiles, creyendo que el capital nunca se acabaría, hasta que ha llegado el famoso tío Paco de las rebajas, el amo del perro, los bancos, los mercados (¿qué y quiénes serán los mercados y dónde podríamos pillarlos para darles una buena colleja?) y los han despertado de mala manera, haciéndoles ver que lo que creían abundancia no es ahora sino carestía y penuria, que su gestión de los fondos públicos era más propia de irresponsables cigarras que de laboriosas hormigas. Y recordados (como decía Manrique por despertados) del sueño, todos piden ayuda para salir del pozo que ellos mismos se han cavado. O sea, que el sueño se les ha tornado pesadilla. ¿Quieres un ejemplo cercano? Hoy mismo, esta mañana, lo trae la prensa. El Ayuntamiento de Vélez-Málaga paraliza el tranvía que puso en marcha hace cinco años, y que supuso un gasto inicial superior a los 30 millones, porque entre ausencia de viajeros, averías, descarrilamientos y otras zarandajas genera un déficit anual de casi un millón de euros que el Ayuntamiento, que reconoce una deuda de 110 millones, no puede pagar y la Junta de Andalucía se niega a asumir.
    Zalabardo había cogido carrerilla y seguía con su discurso: Como consecuencia de esa mala gestión, ayuntamientos y comunidades no pagan a los proveedores, los proveedores se empobrecen y acaban en la ruina, las empresas cierran y los trabajadores van al paro. Y ahí estamos. Mientras tanto, PSOE y PP, casi con nocturnidad y alevosía, van y nos cambian la Constitución creídos en que eso resolverá el mal que solos ellos han causado. Y Zapatero, aquí te pillo aquí te mato, con la anuencia de Rajoy, va y nos mete en el escudo antimisiles de los EEUU. Así que no nos queda otra opción que rogar para que la crisis comience pronto a remitir y no nos cause más daño del que nos ha causado ya.
    Tras esto, se calló y yo no tuve el valor de responderle nada. Sé que los argumentos de Zalabardo se pueden combatir, que sus planteamientos a veces son algo simplistas, pero prefiero no decirle nada. Seguimos andando y solo al cabo de un rato me volví hacia él y le dije: Pues sí, me parece que se nos ha tornado el sueño del perro.

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