Vaya por delante que este título no es mío. Es de Mariano José de Larra, Fígaro, quien lo utilizó para un artículo de crítica sociopolítica publicado en 1834. Como el título sugiere, el escrito trataba sobre la censura.
Me he acordado del artículo de Larra porque acabo de ver en El País el chiste que hoy publica El Roto. Como todos los suyos, vale tanto como cualquier artículo de crítica social. Un hombre, con gesto desasosegado escucha algo a través de unos auriculares que lleva puestos y dice: "Cada vez se pueden decir menos cosas". A lo que una voz en off, en tono imperativo, responde: "¡No se te ocurrirá decir eso!"
Esa voz la oímos, por desgracia, muchas veces. Ejemplos muy cercanos en el tiempo: Unas palabras del Papa, no hablo ya de su oportunidad o inoportunidad, ponen en pie de guerra a los islamistas más fundamentalistas; en Alemania se suspende una ópera por miedo a las reacciones, cómo no, de los fundamentalistas religiosos porque el protagonista decapita a Buda, Jesucristo, Poseidón y Mahoma; en Madrid, hay que estrenar casi a escondidas un espectáculo teatral ante las amenazas, ¿de quién?, de fundamentalistas políticos; leo hoy que el prefecto del Archivo Secreto Vaticano afirma que "la Santa Sede no tiene miedo a las polémicas".
Por eso, siempre espero la llegada del sábado para liberarme de todo eso. Los sábados cogemos las mochilas y nos vamos al campo. Hoy hemos andado por el cauce del río Higuerón hacia su nacimiento. A la salida del pueblo, Frigiliana, nos hemos encontrado a Javier, que regaba sus aguacates. El recorrido es duro, muy pedregoso, y el calor, pese a ser el último día de setiembre, apretaba con ganas; además, el cauce apenas si lleva agua por causa de la tremenda sequía que estamos padeciendo. Pensábamos llegar hasta la cascada que hay río arriba, pero, ya digo, el calor, y el hecho de ser el primer día que salimos al campo después del verano, nos hicieron desistir poco antes de llegar a ella y dimos media vuelta. De regreso, paramos en el área recreativa Pinarillo espeso y nos comimos el bocadillo.
Si cuento todo lo anterior es solo para que sepáis que en esos momentos, oyendo el rumor del agua y el aire entre la arboleda, se olvidan todos los gestos de intolerancia que durante la semana nos saltan a la cara. Y como he vuelto cansado, hoy no habrá ningún comentario lingüístico.
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