Este es el titular que podemos leer en la última página de El País de hoy, referido al hecho de que una niña estadounidense ha podido ser salvada del zulo en que permanecía encerrada, gracias al mensaje que envió desde el teléfono móvil de su secuestrador, que se había quedado dormido.
Muchas veces he discutido con Zalabardo acerca de la conveniencia/inconveniencia de este artilugio, uno de los más caracterizadores de la modernidad tecnológica en que vivimos. No vaya a pensar nadie que soy enemigo de este invento, como no lo soy de casi ningún otro; lo que no acabo de aceptar es la tiranía que sobre nosotros ejerce el susodicho aparato y lo improcedente de su utilización en la mayor parte de las ocasiones. Cada vez es más difícil evitar que la tantas veces hortera y chabacana sintonía salida de uno de estas máquinas rompa el encanto del especial momento en que te encuentras: estás en un cine asistiendo al instante en que se va a desentrañar el misterio, o en un museo atento a la explicación del guía sobre la magia del colorido de un cuadro, te encuentras ensimismado siguiendo el discurso enamorado de Romeo en un teatro, o tratas en una clase de encelar a tus alumnos en los melancólicos versos de las Soledades machadianas; ¡tararí que te vi, un móvil que deja escapar su agria fanfarria!
Pero tanto eso, como otras cosas de la modernidad son batalla perdida. Lo que quiero dejar aquí es el comentario del término, o mejor, el caso de uso de palabras inadecuadas para designar una nueva realidad. ¿Hay algo que se haya impuesto entre nosotros con más fuerza que la telefonía móvil? Leía hace un tiempo que en nuestro país existen no sé cuántos millones de teléfonos móviles y que se esperaba que se vendieran no sé cuántos millones más. El problema no estriba en que un adjetivo haya asumido toda la carga significativa del sustantivo al que acompaña (teléfono móvil pasa a ser, simplemente, móvil), sino en llamar de esa manera a lo que, en puridad, debiéramos llamar portátil.
Porque móvil es 'lo que puede moverse o se mueve por sí mismo', mientras que portátil es 'movible y fácil de transportar'. Siempre han existido las radios portátiles o las lámparas portátiles. ¿Por qué a un ordenador fácil de transportar lo llamamos portátil y a un teléfono de igual condición lo llamamos móvil? Pese a todo, en el diccionario de Manuel Seco, del que creo haber dicho con anterioridad que me parece el más actualizado y fiable de nuestra lengua, entre los significados de móvil, concretamente la acepción I, 1, b), recoge '[Teléfono] portátil incorporado a una red de transmisores de alta frecuencia'.
Lo dicho, que si alguien pretende ahora conseguir que se hable de portátil será tildado de cursi y pedante o recibirá la respuesta que me dio a mí una alumna cuando hablaba en clase de este asunto: ¿Por qué vamos a llamar portátil a lo que todo el mundo sabe que se llama móvil?
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