miércoles, septiembre 13, 2006

EN LA COLA

El informe anual sobre la educación que elabora la OCDE debiera hacernos reflexionar. El periodo analizado, de 1995 a 2003, da como resultado que de un total de 30 países estudiados nosotros ocupamos el puesto 28; es decir, que estamos en el pelotón de cola. No me voy a meter en dar datos estadísticos, lo cual es sumamente frío y, además, vienen en cualquier periódico de hoy. Solo uno: el porcentaje de fracaso escolar se cifra en un 30 %.
Lo que más me preocupa, más que los datos mismos es un hecho sobre el que Zalabardo me llama la atención. Algunos no han sentido empacho en decirlo: "Esos resultados se refieren a una época de gobierno del PP". ¿Y qué más da? ¿Acaso el PSOE lo está haciendo mejor? Los que nos dedicamos a la enseñanza sabemos que la respuesta es no; otros han dicho: "Nos comprometemos a incrementar en un 27 % la partida para educación". A lo mejor, o a lo peor, ese porcentaje respecto a la partida real sigue siendo escaso.
¿Habrá alguna vez un compromiso serio para llegar a un gran acuerdo nacional sobre la educación, que no se vea mediatizado por la ideología de cada cual? Es lo que necesitamos. Quizás así no tendríamos esa cifra terrible de fracaso escolar y quizás también pudiésemos hacer unos planes de estudios en los que primase la excelencia y no la mediocridad.
Mientras tanto, nos preocupamos de mirarnos el ombligo, pero cada uno el suyo. Nos preocupa si somos nación, realidad nacional o como quiera que cada una se llame, y nos preocupa si nuestra ciudad ha de llamarse A Coruña, Araba o Lleida, aunque esto lo defiendan gallegos que apenas hablan gallego o vascos que ni chapurrean el euskera. Bien está que en su respectiva comunidad y lengua, cada ciudad se llame en su propia denominación; así debe ser y así debe ser respetado. Pero en castellano, esas ciudades se han llamado siempre La Coruña, Álava o Lérida (y así debemos proceder con todas las demás). Del mismo modo que, en castellano, decimos y escribimos Londres y no London, o Amberes y no Antwerpen. Luego ocurre que algunos escriben Trebzon para referirse a lo que ya en el Quijote es llamado Trapisonda.

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