Días atrás hablaba de la perversión del lenguaje para referirme a aquellos casos en que usamos determinadas expresiones y palabras, conscientemente o no, para disimular lo que verdaderamente se esconde detrás de ellas, lo que deberíamos entender cuando las utilizamos sin ninguna clase de aderezo ni alharaca. Vamos a ver, lo que dice nuestro clásico refrán: al pan, pan y al vino, vino.
Anoche, en Rentería, unos jóvenes encapuchados rociaron de gasolina y prendieron fuego a las instalaciones de una estación ferroviaria. Otras veces es una autobús lo que se quema, o una oficina bancaria, o la sede de un partido. Eso es lo que se ha denominado en euskera kale borroka. Esa expresión se suele traducir en los medios informativos como violencia callejera. Me parece que es una expresión excesivamente suave. La traducción literal más cercana sería lucha en la calle.
Una página de la Guardia civil describe la naturaleza de esta kale barroka como de "comisión de delitos de estragos, incendios, lesiones, amenazas y coacciones", y su finalidad es "subvertir el orden constitucional y alterar gravemente la paz pública". Por todo ello, el instituto armado no duda en calificar la kale borroka como terrorismo de baja intensidad.
Pero para calificar ese tipo de acciones tenemos todavía otro término, de ascendencia francesa. El diccionario de la RAE lo define como "daño o deterioro que en las instalaciones, productos, etc., se hace como procedimiento de lucha contra los patronos, el Estado o contra las fuerzas de ocupación en conflictos sociales o políticos". Ese término no es otro que sabotaje.
Bajo violencia callejera pueden quedar disimulados muchos comportamientos: el del automovilista que circula a más velocidad de la debida y no respeta ni semáforos ni pasos de cebra; el del merluzo que destroza el mobiliario urbano por el puro goce de hacer daño o el de los que pintorrean las paredes sin el menor asomo de vergüenza. Sin olvidar, por supuesto, a los que atracan a las personas para quitarles los pocos o muchos euros que lleven encima.
Pero lo que hacen estos desalmados no es sino terrorismo y sabotaje y sus actos hay que enfrentarlos y castigarlos como tales, sin más zarandajas. Y utilizando su nombre.
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