sábado, septiembre 02, 2006

Y AÚN MÁS SOBRE EL LENGUAJE POLÍTICAMENTE CORRECTO (III)

Me sugiere Zalabardo que les explique la razón del título que estoy utilizando en estos últimos comentarios (Sobre el lenguaje..., Más sobre el lenguaje..., Y aún más sobre el lenguaje...). Es sencillo: se trata de que si utilizo solo Sobre el lenguaje..., seguido de I, II, etc., no consigo que se me grabe el comentario en el blog. Y no me pidan cuál es la razón de ello porque no la sé. Bueno, sigamos con lo que teníamos.
Sé que entramos en un tema delicado y procuraré no errar en la exposición breve y clara de mi pensamiento. Parto del reconocimiento de que vivimos en una sociedad imperfecta, debiéndose entender esta imperfección como algo connatural a toda sociedad, sin distinción de tiempo ni de lugar, y sin entrar a discutir si la imperfección es más notable en unos grupos que en otros o mayor en unas épocas que en otras. Entre los rasgos de esta imperfectividad, Zalabardo coincide conmigo en que hay que destacar el hecho de que tendemos a valorar más lo que se aparenta que lo que se es; esto se hace patente tan solo observando cómo, en todas las épocas y lugares, se han levantado ideologías terribles basadas en la creencia de que accidentes tan nimios como la raza, las creencias, el sexo, el lugar de origen, el oficio o actividad que se ejerce, la lengua, la edad, etc., pudieran ser más fuertes que el esencial y radical valor que nuestra calidad de seres humanos nos confiere e identifica.
Si eso es lo que hay, ¿qué debemos hacer? En mi criterio, asumir nuestra imperfección para así poder ir mejorando en la medida de lo posible y, sobre todo, no falsear las situaciones cuando nos veamos incapaces de hacerlas mejores de lo que son. Y desde un punto de vista político, y no me refiero tan solo a los gobernantes o a los militantes de un partido cuando uso el término, sino a nuestra condición de integrantes de una polis, una ciudad, uno de los modos de falseamiento de la realidad se alcanza mediante un determinado empleo espurio del lenguaje. El que hace que tendamos a identificar la palabra con la cosa designada de modo que, cuando algo nos desagrada, terminamos por creer que eliminando la palabra, el nombre, habremos solucionado el problema. Aunque no modifiquemos la realidad, sino solo disfrazado.
Un buen día, unos gobernantes, no importa cuáles, pues en esto creo a Zalabardo cuando me dice que todos están cortados por el mismo patrón, anuncian que quieren dignificar las condiciones laborales de un colectivo; y se suprime por decreto la profesión de porteros y se les pasa a llamar empleados de fincas urbanas. En todos los campos ocurre de vez en cuando algo semejante: los aparejadores se convertirán en arquitectos técnicos, los practicantes en asistentes técnicos sanitarios, etc. Si no es eso, confieso que no sé qué sea el lenguaje políticamente correcto. Uno de los casos más recientes: nuestro actual presidente, Rodríguez Zapatero, en diciembre de 2005 comunicó a bombo y platillo que defendería una propuesta para que en nuestra Constitución se cambiara el término disminuidos por el de discapacitados, porque, según sus propias palabras, los aludidos "no son ciudadanos disminuidos, sino discapacitados". Ahora bien, en gran medida siguen persistiendo las barreras arquitectónicas y de todo tipo que impiden a estos ciudadados actuar, desplazarse o acceder a diversos edificios (administrativos, religiosos, educativos, de ocio, etc.) como los demás. Como se suele decir, estamos construyendo la casa por el tejado.
Me dice Zalabardo que ya me estoy alargando demasiado; así que mañana seguiremos. Veremos cómo titulo.

No hay comentarios: