La prensa de hoy trata el asunto como lo que fue en su momento y lo que significa en la actualidad, un gran logro en el camino por conseguir la equiparación entre todas las personas con independencia de su sexo y condición. Pero del mismo modo que la efémeride se plantea desde una perspectiva positiva (¡Ya hace 75 años!) se podría plantear desde otra que no lo fuera tanto (¡Solo hace 75 años!).
Y es que si nos comparamos con otros lugares, vemos que llevamos 118 años de retraso con Nueva Zelanda, que aprobó el voto femenino en 1893, y casi 15 con una gran parte de Europa, donde se aprobó en torno a 1918.
¿Que todavía queda mucho por caminar en el terreno de la igualdad? Sin duda, y no basta decir que ya se andará, sino que lo que hay que decir es que hay que andarlo ya. Por lo que a mí respecta, tengo que decir que nunca he sentido ningún tipo de prejuicio hacia la mujer. Mi madre, modista, tenía un taller de costura y allí, entre mujeres, me crié yo. Estudié el bachillerato en un centro mixto y tenía amistades en ambos sexos. Ahora, en el instituto, hay tantas profesoras como profesores.
Por eso me molesta tanto que se levante esa agria polémica en torno al sexismo (masculino y segregador) del lenguaje. Siempre he defendido que no es sexista el lenguaje, sino quienes lo utilizan mal y lo que hay que hacer no es cambiar aquel sino la actitud de estos.
Yo intento explicarlo (de forma simplificada) con este ejemplo: en griego existían las palabras anthropos, 'individuo del género humano', andrós, 'hombre, varón', y giné, 'mujer'. En latín, la triada la formaban homo, vir y mulier. En español, el primer elemento se perdió y todo quedó reducido a la pareja hombre y mujer; la lengua, que busca siempre la superación de los problemas, habilitó uno de los términos, el primero, para el valor genérico y para el masculino. Al menos, en español es así. En las frases el hombre es mortal y este hombre es mecánico, la palabra hombre funciona con diferente significado y todos los hispanohablantes lo entendemos perfectamente. Se podrían dar muchos ejemplos más, pero no los considero necesarios. Quien quiera ver en el lenguaje otras cosas que están solo en su mente va errado.
Esta es la razón por la que aborrezco tanta utilización de los/las, compañeros y compañeras y otras lindezas de ese tipo. Esos usos son los que nos llevan a escribir ese horror de secretari@s o a decir esa barbaridad de jóvenes y jóvenas.
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