Lo bueno que tiene la publicidad en esta sociedad consumista en que vivimos es que puede hacernos sentir la necesidad de un producto que nunca hubiésemos imaginado siquiera. Zalabardo se lleva el dedo índice a la sien dándome a entender que estoy, que estamos todos, como una chota. No entiende que nadie pueda ser atraído por algo que no conoce hasta el punto de no poder pasar sin ello, sea lo que sea.
Desde no hace mucho, nos están bombardeando con un producto que se llama T! Es, al parecer, un refresco a base de té aromatizado en diferentes versiones. La campaña de lanzamiento se fundamenta en un juego de cuatro colores: blanco melón, rojo melocotón, verde manzana y negro limón. Zalabardo dice que, a lo mejor, alguna de estas variedades tiene también sabor a té. Cuando se pone sarcástico, Zalabardo es así. Yo, a decir verdad, no he probado el tal refresco y, como amante del té, no sé si me gustaría. Pero mentiría si niego que a mí también me alcanza ese secreto deseo de catarlo. Cosas de la publicidad: "Usted no ha pensado nunca en ello, usted no lo necesita, a usted no le servirá de nada; pero, ¿podrá ser feliz viendo como los demás lo tienen y usted no?
Pero el tema del comentario de hoy no es la publicidad, sino la t, o mejor, las palabras del castellano terminadas en t. No me negará nadie que es una terminación extraña en nuestra lengua, donde las consonantes finales comunes son n, l, r, s, d y z. El otro día, José Antonio, un compañero, me preguntaba si para estos comentarios yo me documentaba. Por supuesto que me documento. Nunca cometería la osadía de pretender saber todo aquello de lo que hablo. Pues bien, esta vez he utilizado el programa de búsqueda de la versión electrónica del DRAE y el Diccionario panhispánico. En el primero, encuentro recogidas ciento treinta formas con terminación en t. La inmensa mayoría, por no decir la totalidad, tienen origen foráneo. Pero algunas son de uso muy frecuente y a ellas voy.
Sabéis que siempre he defendido dos cuestiones en este campo del léxico: la españolización de los préstamos tanto en la fonética como en la ortografía y el mantenimiento de un criterio recto, no cambiante. Pues bien, nuestro diccionario propugna y defiende, entre otras, las formas bufé, chalé, carné, vermú, gurmé e incluso balé frente a las formas con terminación consonántica (bufet, chalet, carnet, vermout, gourmet y ballet). Hay algunas en las que incluso se ha perdido hasta la conciencia de que en origen tenían t final (corsé o bidé). En cambio, sigue considerando preferibles las formas argot, boicot, complot, debut, entrecot o fagot frente a las formas castellanizadas (argó, boicó, compló, debú, entrecó o fagó). Se podría defender, y tengo mis reservas, algún caso por los derivados surgidos (debutar, debutante, boicotear, boicoteo, etc.). Pero no creo defendibles las demás. ¿Habría que hacer alguna campaña publicitaria en favor del criterio uniforme?
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