Rara vez, esa es la verdad, voy a casa de Zalabardo. Por lo general, es él quien viene a la mía o bien quedamos citados en cualquier lugar de la ciudad. Pero este pasado mes de julio, sin que yo recuerde ahora cuál fue el motivo, me presenté en su casa. Me pidió que me sentara y lo esperara mientras preparaba un té (descafeinado) para los dos.
Mirando a mi alrededor, pude observar que en una estantería estaban los cuadernos que él me presta para recoger los apuntes que van apareciendo aquí desde el año 2006. Sabía que ya son bastantes, pero no imaginaba que fuesen tantos.
Mientras los hojeaba, algo atrajo mi atención. Allí, entre los depositarios de la Agenda, había un cuaderno que, por su forma y color, yo no recordaba haber visto nunca. Estaba allí, como escondido y disimulado entre los demás. Lo cogí y abrí al azar. Me encontré con que era un poema de Cavafis precedido de un breve texto, escrito, supongo, por el propio Zalabardo, y que, según me fue dado comprobar, de alguna manera se relacionaba con el poema.
Cuando volvió de la cocina portando una bandeja con dos tazas de té humeante y un plato con galletas, le pregunté qué era aquello. En un primer momento quedó como confuso y el rubor coloreó sus mejillas. Tras soltar la bandeja en una mesa, me pidió con palabras corteses, aunque firmes, que no leyese aquello y le devolviera el cuaderno. Naturalmente, no le hice caso y no solo pasé más hojas sino que lo forcé a que me explicara qué era aquel cuaderno.
Mucho tuve que insistir, pero al final cedió y se mostró dispuesto a darme cuentas. Dijo que en aquel cuaderno solía copiar poemas o fragmentos de poemas que, de alguna manera, le habían causado impacto profundo la primera vez que los leyó. No eran, por lo que me dijo, lecturas recientes, sino que pertenecían a épocas muy diferentes de su vida. Los poemas, continuó, no eran necesariamente los mejores de sus autores, ni de su época, ni de su estilo. Eran simplemente textos que a él le habían conmovido hondamente, muchas veces sin que se supiera bien la razón.
Entonces, un día, le costaba indudablemente continuar su relato, decidió reunirlos todos para que no se le perdieran. Y, sin saber cómo, pensó que no estaría mal acompañarlos de un comentario que no era tal, ni tampoco glosa, sino una humilde y simple historia alusiva, unas veces más y otras menos, al contenido tratado. En aquel cuaderno no había demasiados y no sé si ahora, una vez conocido su secreto, seguirá incluyendo otros.
Por supuesto, me dijo con mucho énfasis, aquello no era una antología ni pretendía serlo, como entendería si leía también el texto de Machado que había escogido para iniciar la relación. Las antologías, me dijo, no solo suelen ser pretenciosas, sino, en su mayoría, falaces, pues casi siempre reflejan un criterio muy parcial y alejado de la necesaria neutralidad.
Le pedí permiso para publicar en la Agenda la colección que allí había y los textos que introducen cada poema. Es de imaginar lo que me ha costado, pues se negaba en redondo. Pero al fin lo convencí. Los poemas del cuaderno no guardan ningún orden cronológico ni temático ni de ningún otro tipo. He creído que lo mejor es irlos dando tal como aparecen, pese a que él quería revisarlos y ordenarlos. Y también he creído que debería reproducir aquí el texto de Antonio Machado con el que abre su cuaderno:
Antonio Machado (1875-1939): Juan de Mairena (1934-1936)
Si yo intentara alguna vez un florilegio poético para aprendices de poeta, haría muy otra cosa de lo que hoy se estila en el ramo de las antologías. Una colección de composiciones poéticas de diversos autores —aun suponiendo que estén bien elegidas— dará siempre una idea tan pobre de la poesía como de la música un desfile de instrumentos heterogéneos, tañidos y soplados por solistas sin el menor propósito de sinfonía. Además, una flor poética es muy rara vez una composición entera. Lo poético, en el poeta mismo, no es la sal, sino el oro que, según se dice, también contiene el agua del mar. Tendríamos que elegir de otra manera para no desalentar a la juventud con esas «Centenas de mejores poesías» de tal o cual lengua. Porque eso no es, por fortuna, lo selectamente poético de ninguna literatura, y mucho menos de ninguna lengua.
Recordaréis que había prometido cambios para después del verano. Lo que no imaginaba es que en mis manos caería este cuaderno escondido de Zalabardo que me facilita la tarea. En semanas sucesivas, ya sea alternando, o no, con los tradicionales apuntes de esta Agenda, irán apareciendo los poemas del cuaderno. También observaréis que otro cambio afecta al aspecto exterior de la Agenda. Espero que no os disguste ni una cosa ni la otra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario