MACHADO, 70 AÑOS DESPUÉS
El domingo pasado, día 22 de febrero, se cumplieron setenta años de la muerte de Antonio Machado. En el pequeño cementerio viejo de Collioure, ciudad del sur de Francia donde reposan sus restos, han tenido lugar diferentes actos conmemorativos de la efeméride.
Nuestra ciudad también se ha sumado al recuerdo de aquel frío día de febrero de 1939. El Ateneo de Málaga ha querido evocar la figura del poeta organizando una tertulia poética en su honor. Nunca había asistido a ningún acto de esta institución, pero Zalabardo me sugirió que podíamos ir. El acto, a decir verdad, ofreció más sombras que luces. El local, lleno de personas en su mayor parte ya de avanzada edad; apenas si entre los asistentes había algún que otro joven.
Como digo, el acto dejó bastante que desear. Mucho "enamorado de toda la vida de la poesía de don Antonio" que aprovechaba el momento y ocasión para la propia autocomplacencia ("yo también escribo poesía", "yo he publicado una novela", "yo he viajado no sé cuántas veces a Collioure"...). Alguna afirmación que allí se hizo resultaba de todo punto inverosímil, como la de quien, tras el lapsus de haber antes dicho que había estudiado en un colegio de curas de Baeza en el que no se podía leer a Machado "por rojo", se refirió a sus años de alumno de la Institución Libre de Enseñanza, sin caer en la cuenta de que, por su edad, no pudo estar en la ILE, que debió suspender sus actividades al final de la guerra civil y vio sus bienes confiscados en 1940.
Hubo también en la tertulia bastante de republicanismo soterrado, ya que por ningún lado apareció la palabra República. Así, se quisieron poner los acentos en el triste momento del paso de la frontera; en el hecho, se puso mucho énfasis en ello, de que Machado nunca fuera abandonado en su corto exilio francés por los suyos; se aplaudió con rabia el soneto a Líster y aquello de si mi pluma valiera tu pistola; como se aplaudió el poema dedicado a la muerte de Lorca. Zalabardo me decía que Machado no era eso. Yo lo corregí diciéndole que Machado también es eso, pero que es mucho más que eso. Que Machado son los jardines nocturnos y solitarios de Soledades; que Machado es la Soria de Campos de Castilla; que Machado es Alvargonzález; que Machado es ese trasterrado que recuerda Andalucía cuando está en Soria y que añora Castilla cuando está en Baeza (En estos campos de la tierra mía / y extranjero en los campos de mi tierra / -yo tuve patria donde corre el Duero...-); que Machado son las canciones a Guiomar; que Machado son esos dos versos, los últimos que escribió, que encontró su hermano José en un bolsillo de su raído abrigo (Estos días azules / y este sol de la infancia). Machado, en fin, es uno de los pilares sobre los que se sustenta toda la poesía española (el Romancero, Bécquer, Machado, Juan Ramón).
Pero también hubo momentos emotivos. Todas aquellas lecturas que realizaron los asistentes que quisieron colaborar fueron entrañables. Para mí, y creo que para Zalabardo también, el momento más emotivo fue aquel en que dos jóvenes, apenas dos adolescentes (¿cómo llegaron ellos allí, en una asamblea de tantos viejos?), pusieron su granito de arena con sendas lecturas. Él empezó diciendo que Machado no le atraía especialmente, que no lo conocía a fondo porque a él "no le interesaba nada de eso de Franco y de la dictadura"; recordé un artículo de Javier Marías publicado este domingo en el que denunciaba cómo los artistas jóvenes no conocen más que su entorno inmediato y desconocen esa tradición que explica, da savia y sentido a cuanto hay en el presente. Pues bien, él leyó uno de los poemas a Guiomar (En un jardín te he soñado, /alto, Guiomar, sobre el río); ella, más nerviosa y con menos desenvoltura que su compañero, leyó un fragmento de Juan de Mairena (Amar a Dios sobre todas las cosas -decía mi maestro Abel Martín- es algo más difícil de lo que parece...). Esas intervenciones compensaron cualquier desajuste anterior que hubiese podido tener aquella tertulia.
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