MANIFIESTO POR LA LENGUA (2)
La exposición de que hablábamos en el apunte precedente habrá que iniciarlo, sin ningún género de dudas, por el vasco o euskera, la más antigua de nuestras lenguas. Se trata de una lengua preindoeuropea cuyos orígenes resultan aún muy oscuros, sin relación con las demás de la Península y muy anterior a todas ellas. Sus restos más antiguos conocidos son la llamada estela de Lerga, del siglo I d. C., que presenta una serie de antropónimos característicos de la región y una lápida que contiene unos epitafios correspondientes al siglo II d. C. Todo ello sin que olvidemos que lo que se considera cuna del castellano, las Glosas de San Millán, del siglo XI, están entreveradas de términos vascos. El euskera, tradicionalmente, estaba tan ligado a la vida rural y se hallaba tan fragmentado dialectalmente que los primeros esfuerzos de la Academia de la Lengua Vasca, fundada a principios del siglo XX inspirada en el modelo de la RAE, se dirigieron a la creación del batua, especie de lengua común que sirviese tanto de vehículo de comunicación como de modelo para la expresión científica y literaria.
Las otras tres lenguas españolas (castellano, catalán y gallego, y que los valencianos me perdonen si considero su lengua una mera modalidad del catalán) son románicas, nacidas de la fragmentación del latín de Hispania en numerosas formas dialectales (de las que perduraron como lenguas las tres de las que hablamos) y aparecieron en épocas similares (entre los siglos IX y XI), aunque hayan tenido un desarrollo histórico diferente. Los que se presentan como restos más antiguos conservados están también muy próximos en el tiempo y son de naturaleza bastante afín: Nodicia de kesos, un documento que recoge una donación de bienes para la catedral de León, para el castellano; Les homilies d'Organyà, recopilación de sermones, para el catalán; y el Foro do burgo do Castro Caldelas, documento notarial, para el gallego; todos ellos fechados entre finales del siglo X y los primeros años del XIII.
Durante la Edad Media, gallego y catalán tuvieron un desarrollo muy notable, superando incluso al castellano: recordemos simplemente que el rey de Castilla Alfonso X decidió escribir sus poesías en gallego o que muchos de los poetas provenzales eran catalanes, sin olvidar la figura señera de Auzias March. Algo más tarde, razones políticas —el expansionismo reconquistador y la política matrimonial de los Reyes Católicos—, y razones culturales —el prestigio de la literatura en castellano de los siglos XVI y XVII— hicieron que tanto catalanes como gallegos relegaran el uso de su propia lengua en favor de la castellana, que acabaría así por convertirse en la lengua oficial de España.
En el siglo XIX se dieron movimientos regionalistas relativamente fuertes que se vieron acompañados de un despertar de las lenguas autóctonas. De estos movimientos se debe destacar, por ser el más importante, la denominada Renaixença catalana. La cultura en las lenguas españolas no castellanas conocen un amplio resurgir, la que más la catalana y la que menos la vasca. Y en esas estamos cuando, tras la guerra civil, Franco prohíbe el uso de cualquier lengua que no sea la oficial del Estado. Y ya sabemos lo que sucede cuando, sin razones lógicas, ni de ningún otro tipo, que lo justifiquen, nos las hemos de ver con una prohibición de esta naturaleza.
Llegamos así al momento actual. Aunque nuestra Constitución deja bien claro que el español o castellano (e insisto en que no olvidemos que las cuatro lenguas de nuestra nación son españolas) es la lengua oficial del Estado y que las otras lenguas son igualmente oficiales, eso significa cooficiales, en sus respectivas Comunidades autónomas, por lo que habrán de ser "objeto de especial respeto y protección". Sin embargo, lo cierto es que muchos recelan todavía de que todo ello pudiera redundar en algún tipo de menoscabo. Y tal precepto proteccionista es algo que olvidan, si no quienes han redactado el Manifiesto, sí muchos de los que se han adherido a él con no se sabe qué intereses.
Hasta ahí, lo que sea una revisión histórica del asunto. Nada especial si tenemos en cuenta que España no es el único país en el que coexisten más de una lengua ni el único en el que se dan conflictos por ello, ya que esa es una situación más común de lo que nos pudiera parecer: Canadá, Suiza, Bélgica, China, India...; ¿para qué seguir? O sea, que en todas partes cuecen habas.
Creo que debemos cortar aquí para respetar la unidad de lo que nos queda por decir. La verdad es que este apunte está resultando algo extenso; espero que no sea, a la vez, tedioso.
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