¿ARTE CALLEJERO?
¡Hay que ver la de vueltas que dan algunos asuntos hasta llegar a ser lo que son! Estoy pensando ahora en cómo se nos introducen algunas palabras sin que, al parecer, podamos evitarlas. Me viene esto a la cabeza tras leer un reportaje sobre el que me llama la atención Zalabardo; su título: El 'spray grafitero' cotiza al alza. Se habla en él de cómo una actividad que por muchos años se ha considerado vandálica, la de las pintadas callejeras sobre no importa qué superficie, puede terminar por ser mirada como una auténtica manifestación artística que, poco a poco, va teniendo sus pontífices, sus iconos y sus nombres ilustres: street-art, que dicen los que piensan que todo se ha de nombrar en inglés; arte urbano o arte callejero, que debemos decir nosotros.
A mí, y a Zalabardo, dejando a un lado todo eso del arte urbano o callejero, como queramos llamarlo, que merecería consideración aparte, ese asunto de las pintadas nos sigue pareciendo una gamberrada salvo que se realicen en lugares expresamente habilitados para ello. Pero que las paredes de un edificio, posea o no valor histórico, o una escultura urbana aparezcan emborronadas con mensajes del tipo Pepito estuvo aquí, o si alguien quiere, aquella tan traída y llevada del mayo francés del 68 Soyons réalistes, demandons l'impossible! (¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!), nos parece una total salvajada.
Pero, como digo, todo ello podría ser tema de otro comentario. Aquí quiero traer la cuestión de las palabras. En el reportaje que provoca este comentario aparecen dos que me hacen reflexionar: spray y graffiti. Sobre la segunda, se observa la inconsecuencia de que junto a ella se emplea el adjetivo grafitero, correcto de todo punto, lo que es señal de que quien escribe no tiene las ideas muy claras. Ya en ocasión anterior, octubre de 2007, hablaba del término graffiti y la necesidad de convertirlo en grafito para respetar el modo en que nuestra lengua adapta los extranjerismos. No decía entonces, pero lo digo ahora, que lo mejor, por supuesto, sería emplear en su lugar pintada, vocablo español por los cuatro costados que no hay por qué repudiar. Zalabardo me hace un gesto de asentimiento. Pese a todo, si por las connotaciones particulares que pueda tener la palabra deseamos emplear grafito, punto en boca.
Con la otra palabra, spray, sucede algo similar. El Diccionario de dudas nos indica que sería mejor utilizar aerosol y lo define como 'envase que contiene un gas a presión, mezclado con un líquido, que permite expulsar este pulverizado'. Pero resulta que, si echamos mano del Diccionario RAE, nos enteramos de que aerosol es un vocablo francés, es decir, otro extranjerismo. Siendo así, ¿por qué no nos servimos, simplemente, de pulverizador, que es lo que siempre se ha dicho en nuestra lengua? Y si pese a todo nos asalta la necesidad de usar la palabra que comentamos, ¿por qué no la convertimos en espray? Que no vaya a pensar nadie que defiendo una especie de teoría inmovilista sobre las palabras. El léxico constituye un campo en continua evolución: hay palabras que nacen, otras que mueren y otras que modifican su carga significativa; hay vocablos que, sin que se sepa bien por qué, caen en desuso y otros que se ponen de moda. Todo ello es natural y así ha sido y será siempre. Lo que yo defiendo es el mantenimiento de un criterio acorde con el espíritu de nuestra lengua, que no en vano es la cuarta del mundo por número de hablantes. En definitiva,que digamos, y escribamos, grafito y no graffiti; que usemos espray y no spray. Así de sencillo.
Pero, volviendo al tema del principio, la conveniencia o inconveniencia de las pintadas en las calles, es verdad que todo depende de un cómo y un según. Veamos un ejemplo: la calle Pozos dulces, de Málaga, llama la atención porque sus paredes aparecen rotuladas de trecho en trecho con bellos versos dedicados a la ciudad por diferentes poetas. Mas esta bella imagen se convierte de pronto, nada más llegar al ángulo que forma poco antes de su confluencia con calle Coronado, en aguzado aguijón que hiere la mirada por las pintadas que unos desalmados han dejado allí. Y no digamos nada del breve, estrecho y humilde callejón que ostenta el altivo nombre de calle de Don Juan de Málaga; para quien no lo conozca, digo que es aquel que nace en calle Cañón y desemboca en Cortina del Muelle, poco antes de llegar al Palacio de la Aduana. No sé si será la calle de Málaga con mayor número de pintadas por metro cuadrado. En cualquier caso, un horror.
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