sábado, mayo 13, 2023

TOCAR MADERA

 

Sostiene Ignacio Abella en el bello e interesante libro La magia de los árboles que «los viejos, los niños y los árboles son nuestros maestros naturales. La pérdida de esta relación con ellos ha conllevado un profundo desarraigo y desconcierto». Culpa de ese desarraigo a la desruralización de la sociedad moderna y al predominio de la vida urbana. Por eso, añade unas líneas más adelante, ese importante papel de maestros naturales ha dejado de tener sentido porque «en la ciudad, el viejo es una pesada carga, y se lo confina en los geriátricos, y a los niños en los colegios y guarderías, y a los árboles en los parques…».

            Le digo a Zalabardo que no es mi intención hablar hoy del papel que la sociedad concede a niños y ancianos, que prefiero hablar de árboles porque hace unos días, tras manifestar en les redes mi alegría ante la floración de las jacarandas con unas fotos acompañadas de un poema de Alberti, una amiga, Carmen Olid, me respondió que en Sevilla había una jacaranda de flores blancas, cuya foto enviaba. Busqué en internet y me llevé la sorpresa de que, al parecer, ese ejemplar, si no único, es muy raro en Europa. Entonces me planteé la pregunta: ¿reparamos en los árboles y les concedemos el cuidado y atención que merecen? Zalabardo y yo hablamos de esa plaga de incendios que amenaza desde hace unos años a nuestros bosques, del terrible que el año pasado tuvo lugar en Sierra Bermeja, poniendo en peligro los bosques de pinsapos, esa riqueza arbórea que, en Europa, no se puede apreciar más que en algunas sierras de Málaga y de Cádiz. Y, cómo no, hablamos del miedo a los posibles incendios de este año, tan seco.



            Mi amigo soltó entonces en medio de la conversación que toquemos madera para que la cosa este año no sea tan grave. Le hice notar entonces cómo, sin darnos cuenta, sin ser conscientes de lo que decimos, algo atávico nos lleva a gritar, cuando deseamos que nada estorbe un proyecto que tenemos, que nada tuerca la ilusión con que esperamos algo, ¡Toca madera! ¿Por qué tocamos madera cuando deseamos alejar de nosotros un daño que estimamos muy posible? Hay varias opiniones en torno al origen de la expresión. Una bastante extendida quiere que esa madera se refiera a aquella en que Jesucristo fue crucificado y defiende que es la forma de ponernos en sus manos para que nada nos salga mal. Pero no es esta la más acertada porque encomendarse a la madera, y al árbol del que procede es un rito muy antiguo, muy anterior al cristianismo.


            En efecto, todas las tradiciones, las religiones y las creencias que queramos tener en cuenta confluyen siempre en el árbol y utilizan un lenguaje que podríamos juzgar de universal al hablar de él. Ya Plinio el Viejo sostenía que los árboles son templos de los dioses, más venerados que el oro o el marfil, razón por la que no hay pueblo que no considere sagrada esta o aquella especie de árbol. Y acompañaba sus opiniones con el hecho de que, aun en sus días, cada árbol estaba dedicado a un dios: la encina y el roble a Júpiter, el laurel a Apolo, el olivo a Minerva, el mirto de Venus, el álamo a Hércules, el manzano a Afrodita

            Pero la cosa no queda ahí. Si estudiamos las culturas antiguas, encontraremos que los juicios, las asambleas, las clases escolares o las consultas médicas tenían lugar bajo el cobijo de un árbol, consagrado a ese menester. Esta costumbre se ha perdido, pero recordemos una que nos queda bien cercana. Las juntas del Señorío de Vizcaya, constituidas por los representantes de los pueblos, tenían lugar en Guernica, bajo un roble. Allí se debatían los problemas y se tomaba juramente a los señores y al propio rey de que se respetarían los fueros. Todavía hoy ese árbol es símbolo de todo el País Vasco. Y entre los celtas, el calendario estaba formado por trece meses, lunares, de 28 días, cada uno de ellos dedicado a un árbol: abedul, serbal, aliso, sauce, fresno, majuelo, roble, acebo, avellano, vid, higuera, saúco y tejo.


            
Por esta razón, y le digo a Zalabardo que es la que considero más verosímil, la gente se acogía a la protección de un árbol, puesto que, además, el árbol era quien le proporcionaba alimento y materiales para construir viviendas, barcos, herramientas. La madera, pues, era un material que gozaba de la misma veneración que los árboles de los que procedía. Así que cuando deseamos atraer la suerte o alejar de nosotros cualquier mal, tocamos madera. E impone la tradición que sean dos toques: con el primero se expone la petición y con el segundo se solicita que sea concedida. Para lo que no he encontrado explicación, y agradecería que alguien me la proporcionara, es para el hecho de que cuando no tenemos cerca madera nos tocamos la cabeza. 

1 comentario:

Vicky Gomez dijo...

We gracias a Dios que sigues aquí!!! Pensé que habías dejado de subir contenido. Gracias por tanto!!!