domingo, marzo 16, 2014

INFORMACIÓN Y DOCUMENTACIÓN (A PROPÓSITO DE CADÁVER)




           Si me ofrecieran verme cara a cara con un escritor de nuestra antigüedad, le digo a Zalabardo, creo que elegiría echar un rato de charla amistosa con Gonzalo de Berceo. El riojano, comento a mi amigo, debió ser un hombre humilde que no presumía de su arte ni sus conocimientos (quiero escribir en la lengua que el pueblo habla, pues como no soy hombre de letras, no me considero capaz de hacerlo en latín, confiesa). Fue respetuoso con sus fuentes de información y no inventaba nada, según vemos en la historia del sacristán impúdico recogida en los Milagros de Nuestra Señora (vivía en un convento del que no os puedo decir el lugar, pues no lo sé). O como acepta en un episodio de la Vida de Santo Domingo de Silos cuyo final deja en suspenso (no sé cómo salió porque al libro en que lo leo le faltan unas hojas y sería locura decir lo que no sé).
            Berceo, bien mirado, era lo que hoy llamamos un comunicador. Divulgaba, vulgarizaba, en el buen sentido del término, historias en un periodo en el que había tantos iletrados. Finalmente, era un hombre de humor ya que, como premio a su labor, poca recompensa pedía (creo que lo que hago bien vale un vaso de buen vino).
            Transmito esta reflexión a Zalabardo después de leer en la edición digital de un periódico una breve noticia sobre el hallazgo en Málaga, en el interior de un automóvil, de los restos de una mujer desaparecida hace cinco meses. Siendo tan trágico y macabro el contenido de esas apenas doce líneas, en los foros, los lectores se sintieron inclinados a comentar más aspectos de forma que el propio contenido. Indudablemente, algo fallaba.
            El redactor, anónimo, pues la noticia estaba firmada por la redacción de Sevilla, escribía, entre otras cosas, lo siguiente: La descripción del coche se corresponde con la de una mujer de 28 años desaparecida. Supongo, está claro, que la descripción del coche coincidiría con la del coche de la pobre mujer fallecida, no con ella.
            Pero es que, aparte de la defectuosa redacción, el texto se mostraba descuidado en la documentación. Se afirmaba que el vehículo apareció en una zona llamada Las Erizas, descampado situado al final de la Avenida James Bowles. Empecemos por aclarar que en Málaga no hay ninguna avenida llamada así (sí la hay en Grahamstown, ciudad sudafricana que desconozco tanto como ignoro quién pudo ser ese señor que le dio nombre). En Málaga, en cambio, hay una avenida Jane Bowles, escritora norteamericana nacida en 1917, que vivió sus últimos años en nuestra ciudad, donde murió en 1973. Está enterrada en el cementerio de San Miguel. Y Las Erizas no es un descampado al final de dicha avenida, que pertenece a la barriada de Las Virreinas, sino que se encuentra bastante más arriba, después de haber cruzado al otro lado de la Ronda del Oeste. No hay más que consultar los propios mapas de los distritos de la ciudad que incluye el Ayuntamiento en su página web. Aparte de que, en alguno de mis cotidianos paseos, he andado por allí.
            Pero una de las cuestiones que me atrajeron fue la discusión en torno a si es posible o no hablar del cadáver de una persona. Primero, aviso a Zalabardo, hay que plantear  una cuestión general. Se lee en muchos sitios (de los que no escapa la propia Wikipedia) que cadáver es el acrónimo de una inscripción que los romanos colocaban en muchas tumbas: caro data vermibus, es decir, ‘carne que se entrega a los gusanos’. Lo peor es que, con toda inocencia, o ignorancia, tal etimología se atribuye a San Isidoro. Lo cual es totalmente falso porque el santo sevillano no escribió nunca tal cosa; lo que escribió, si alguien se molesta en leerlo es: cadaver nominatum a cadendo, quia iam staret non potest, es decir (más o menos), ‘el nombre cadáver procede de cadendo (“cayendo”), debido a que ya no puede estar de pie’. Esto prueba que San Isidoro hacía derivar el término del verbo latino cadere, ‘caer’. Este verbo, a su vez, procede de una raíz indoeuropea kad-, ‘caer’, de la que también surgen caduco, ‘que va a caer’, casual, ‘fortuito’, ocaso, ‘caída del sol’, occidente, ‘lo que está en el ocaso’ y bastantes más.

           En segundo lugar, imitando a Berceo, dejemos la corteza, en el meollo entremos. ¿Qué significa cadáver? Encuentro la palabra por vez primera en el diccionario español-francés de Francisco Sobrino definida como ‘cuerpo muerto’. El Diccionario de la Academia de 1729 dice: ‘El cuerpo muerto. En castellano comprende solo el del hombre’. En 1780, la definición queda reducida a ‘el cuerpo muerto del hombre’. No obstante, Terreros y Pando, en su Diccionario de 1786 ya lo define como ‘un cuerpo muerto’. La Academia modifica su definición en 1873 y dice que es ‘el cuerpo muerto’ para, a partir de 1884 y hasta nuestros días, decir simplemente que cadáver es ‘cuerpo muerto’. Debería bastar, pero acudamos al de María Moliner, que es el más explícito: Cuerpo muerto. En lenguaje corriente, se aplica solo a personas; podría decirse el cadáver ‘del burro’ o ‘del pájaro, pero la expresión usual es ‘el cuerpo del burro o del pájaro muerto’. Es decir que cualquier cuerpo de un animal, racional o no, muerto puede ser llamado cadáver, aunque, como decía García de la Concha recordando a Nebrija, el tiempo es maestro. También es esto de la lengua. El uso hace que cadáver se entienda más como referido a persona, aunque nada impide que se aplique a cualquier otro cuerpo muerto.

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