domingo, marzo 09, 2014

ESTAR ALIÑAO



            Muy pocas veces nos sentamos juntos ante el televisor Zalabardo y yo si no es para ver un partido de fútbol. La verdad es que, tanto él como yo, vemos cada día menos la televisión. Las programaciones no levantan mucho entusiasmo que digamos.
            Pero, un día, algo nos llamó la atención. Fue un anuncio breve, a veces pienso si no fue una ilusión (pues no lo hemos vuelto a ver más). Sí he encontrado otros parecidos en Internet; pero ya se sabe, ese es otro mundo. En televisión uno esperaría (aunque me consideren iluso) más seriedad. En resumidas cuentas, el susodicho anuncio solicitaba el envío a un determinado teléfono del siguiente mensaje: nombre – amor – nombre de tu pareja. Tras este simple proceso se recibiría una respuesta con el grado de afinidad existente entre los dos.
            Zalabardo me preguntaba si aún quedan incautos, ignorantes, que se dejan arrastrar por tales engaños. Le respondo que el inocente es él si cree lo contrario.
            Y le conté la anécdota que viví, de primera mano, cuando hacía la mili, es decir, ayer mismo. Estaba destinado en la Caja de reclutamiento (nombre que, por cierto, se remonta al siglo xvi), organismo que se encargaba de la clasificación, inscripción y sorteo de los mozos para el servicio militar así como control de reservistas. Para los tiempos que corrían, era un destino en verdad apetecible. A lo que iba, todo aquel que creyera disponer de una causa eximente que lo librase del servicio militar debía presentarla ante el tribunal competente. Pues bien, un joven se presentó alegando que él no podía ir a la mili porque estaba aliñado.
            ¿Puede alguien imaginar la reacción de los miembros de un tribunal militar de los de entonces ante tal excusa? Porque aquel cándido muchacho no pretendía convencer a nadie de estar aderezado (condimentado como una vulgar ensalada o adobado como un pescado). Lo que el buen mozo pretendía demostrar es que su novia lo había sometido a un sortilegio amoroso y no podía separarse de ella, pues ese es, en nuestra tierra andaluza, uno de los significados de aliño. Creo que en varios lugares de América llaman a lo mismo amarre. Algo parecido expresa el término ligazón, empleada por Valle-Inclán como título de una de sus piezas.
           Antonio Alcalá Venceslada, en su Vocabulario andaluz (1934-1980), afirma que aliñar es ‘preparar con bebedizos a una persona’; que aliño es ‘bebedizo, pócima, tósigo’; y que se llama aliñado al ‘marido abobado, a quien su mujer dio un filtro para que no note sus liviandades’. Juan Cepas se limita, en su Vocabulario popular malagueño (1972), a decir que aliño es un ‘bebedizo amoroso’. Paco Álvarez Curiel, compañero y amigo, dice en su Vocabulario popular andaluz (1991) que aliñar es ‘encantar, trastornar con un bebedizo’. Y José Mª de Mena, en El polémico dialecto andaluz (1986), se muestra más explícito: En Córdoba y Sevilla existía la costumbre y todavía en algún pueblo queda, de que la mujer celosa, para asegurarse la fidelidad de su marido, le daba ocultamente, sin que él se diera cuenta, mezclándoselo al café o al vino, un aliño, hecho con hierbas como la mandrágora, el beleño y otras, anafrodisiacas, con el fin de que no lo atrajeran otras mujeres. Naturalmente que el pobre hombre aliñado no se iba con otras, pero se quedaba atontado e impotente. De aquí que de un hombre atontado (quizás por una congestión cerebral u otra causa) suele decirse que está aliñado, y desde luego con fundamento si es un hombre todavía joven y casado con mujer celosa.
            Pero el aliño no lo daban solo las esposas celosas. También lo utilizaban algunas mujeres temerosas de que sus novios, que habían de pasar (entre el centro de instrucción y el cuartel) dos años alejados de su residencia, las olvidasen por otras. Pero José Mª de Mena, al hablar de los ingredientes, calla es uno fundamental de dicho aliño; porque la disminución del apetito sexual en la milicia se conseguía, según es fama, y según costumbre impuesta, según he leído en alguna parte, por las tropas británicas durante la Segunda Guerra Mundial, aportando una suficiente dosis de bromuro en el desayuno. Para que el aliño del que hablamos fuese de verdad efectivo y el hombre quedara atado por vida a la mujer que no quería perderlo, debía llevar, aparte de lo ya dicho, unas gotas de la sangre menstrual de la enamorada celosa.
            En lo que Mena tiene toda la razón es en que tal costumbre tuvo como consecuencia que a cualquier persona que presentase aspecto distraído, bobalicón o ensimismado, se le dijese que parecía estar aliñado, por los negativos efectos que tal pócima provocaba en ocasiones.
            ¿Tiene alguien curiosidad por saber la decisión del tribunal militar ante aquella petición? Pues eso, que el aliñado fue enviado de inmediato, como todo quisque, al campamento de reclutas de Obejo, en la sierra cordobesa, a “cumplir sus deberes para con la patria”, y en donde, se le dijo, “se se anularía cualquier aliño y saldría hecho un hombre de verdad”.

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