sábado, marzo 01, 2014

¿QUIÉN ES EL ÚLTIMO?




           Hay atavismos, le digo a Zalabardo, de los que cuesta desprenderse. Están tan enraizadas determinadas costumbres que no acertamos a desligarnos de ellas. Un simple ejemplo: nos gustan las colas más que el arroz con leche, según afirma la expresión popular, aunque sea algo que a mí no me gusta. De mi pueblo, cuando era pequeño, recuerdo las colas de cántaros en la fuente pública. Aunque eso tenía su explicación. Era tan grave la carencia de agua que la fuente solo funcionaba unas horas al día. Las familias, por tanto, situaban sus cántaros en fila en espera de poder hacer acopio del necesario líquido. Pero es que nos gusta hacer colas para todo: en el mercado, en el médico, en los bancos, en las taquillas de los cines… ¿Quién es el último? Es una pregunta que se repite constantemente.

           Diríamos que la modernidad ha abolido la rancia costumbre. En muchas oficinas, instituciones y establecimientos de todo tipo hay dispensadores de números y pantallas en las que va apareciendo el número de la persona que será atendida. También es posible solicitar cita a través del teléfono o por Internet. ¿Creéis que esto ha alterado mucho los comportamientos? Pues se equivoca quien tal cosa piense. Llegamos al banco, al médico, a una oficina de Hacienda, a correos, a donde sea. Cogemos nuestro número y, sin tardar, siempre habrá quien se nos acerque y pregunte: “¿Quién es el último?” Creemos que es alguien desinformado y le aclaramos dónde está el dispensador. Pero resulta que el fulano ha cogido su papelito y, aun así, pregunta: “¿Qué número tiene usted?” Queremos ser educados y se lo decimos; no es extraño que, entonces, nos diga: “Pues yo voy detrás de usted. Es que como no hay cola…”
            Le digo a Zalabardo que con el lenguaje pasa algo semejante, que algunos se empeñan en mantener vivos usos que, a más de indeseables, son incorrectos. Y no será por falta de información. Si el error se produce en los medios de comunicación, el asunto da que pensar. No hace falta ser demasiado perspicaz para observar que, si se habla de una fiesta popular, no faltarán términos como terruño, lugareño o ancestral, por ejemplo. Lo peor es cuando tales palabras se escriben o se pronuncian con cierto tono de prepotencia, como diciendo “es que yo soy de la capital…” Le digo a Zalabardo: ¿Quién no es de un terruño, pues nunca habrá lugar lo suficientemente grande que no resulte pequeño frente a otro? ¿Quién no es un lugareño, ya que todos hemos nacido en un lugar y a él pertenecemos? ¿A quién no le han dejado nada sus ancestros, siquiera sea el apellido?  Ya lo decía Gonzalo de Berceo: Todos somos romeros que un camino andamos
            Pero, bueno, todo esto es asumible. Lo dejamos pasar, ya digo, como atavismos, costumbres que mantenemos contra viento y marea, como tópicos, las más de las veces, en los que no reparamos. Pero si quien incurre en ellos es persona que trabaja para un medio de comunicación debería ser más cuidadoso, tendría que vigilar más el lenguaje que emplea. El otro día, en un periódico de Málaga se recogía una información que, más o menos, comentaba que en un pueblo de la provincia iba a tener lugar la diecisieteava edición de la Fiesta de la Matanza, celebración ancestral que introdujeron en la Península Ibérica los celtas.
            Pase que no resista la tentación de decir que la matanza del cerdo es costumbre ancestral; pase que diga que la introdujeron los celtas, pues eso parece insinuar Wikipedia,  instrumento de consulta universal, si bien no siempre fiable. Pero la persona que escribió aquello debería conocer, qué menos si es periodista, que un numeral ordinal expresa orden o sucesión en relación con los números naturales (primero, segundo, vigésimo, etc.) mientras que un fraccionario o partitivo expresa partición de un todo en partes y sirve para designar una o varias de las partes (medio, doceavo, etc.). Debería saber que, algunos, presentan formas comunes (por ejemplo, octavo es tanto ‘que va después del séptimo’ como ‘cada una de las ocho partes en que se divide un todo’). Pero que diecisieteavo, aquí y en Pekín, es un fraccionario, y ni en nuestra lengua, ni en ninguna otra, un fraccionario puede ser usado con valor ordinal.  Por tal razón, la persona que escribió el texto al que aludo está obligada a conocer que lo que se celebraba en tal pueblo no era otra cosa que la decimoséptima Fiesta de la Matanza, y no la diecisieteava, que es una cosa muy diferente. Por muy ancestral que sea la fiesta y por mucha influencia que en su introducción pudieran haber tenido los celtas. No pido ya que un periodista se lea cada día un capítulo de la Gramática o una página del Diccionario (cosa que, por otro lado, no hace daño a nadie). Pero hay prontuarios, obras de consulta, guías, resúmenes, todos breves y asequibles, que explican perfectamente estas cuestiones. Y qué menos que quien vive de informar a los demás procure primero estar él mismo informado.







No hay comentarios: