Cuando inicio la redacción de este
apunte, Zalabardo, que como sabéis permanece a mi lado cuando escribo y que
sabe de antemano el tema que voy a tratar hoy, me sugiere si no habría sido
mejor titularlo El buque fantasma, que es el título de la novela que compuso el
capitán Frederick Marryat
inspirándose en la antigua leyenda, pero le contesto que a mí me gusta más el
que definitivamente dejo.
La leyenda a la que aludo es simple,
conocida y cuajada de relaciones con otras más o menos semejantes. El capitán
de un barco holandés (por cierto, que muchas veces se ha discutido si eso de holandés
errante va por el capitán o por el barco), al encontrarse ante una
terrible tempestad y desoyendo a sus subordinados que pretendían que buscara
seguro refugio en algún puerto cercano, comete la blasfema osadía de jurar que
no abandonará su rumbo hasta doblar el cabo de Buena Esperanza, así tuviera que
navegar hasta el día del juicio final. Vanderdecken, nombre del capitán en
la novela de Marryat, es castigado a
vagar con su tripulación eternamente por los océanos sin tocar nunca puerto.
Solo se le permitía, según algunas versiones de la leyenda, acercarse a la
costa cada siete años en busca de una bella mujer dispuesta a redimir su
pecado.
¿Me encontraré yo ante otro holandés
errante?, pregunté hace unos días a Zalabardo. Por ahora, lo único
seguro, o casi, pues ya se sabe eso de que nada hay seguro sino la muerte, es
que tengo en mis manos la historia de un buque fantasma. Y le conté lo que
ahora repito aquí.
Hace años, bastantes ya, un alumno se
me acercó y me entregó un sobre amarillento al tiempo que decía: “Que mi padre
dice que si a usted le puede interesar esto, que se lo regala”. Abrí el sobre y
dentro me encontré un legajo de unas 150 páginas en cuya portada se puede leer: Testimonio del Expediente formado con
motivo de haver naufragado en las Playas de Marvella el Buque Olandez la Buena
Esperanza. Su Capitan J. J. Wygens. Redacta el expediente (en marzo de
1823), con cuidada caligrafía, D. Josef Marín Bedmar, escribano único
de marina de aquel puerto.
Expliqué a mi alumno lo que era
aquello y lo exhorté a que contara a su padre el interés que podía tener el
documento. Al día siguiente recibí esta respuesta: “Que dice mi padre que él no
lo quiere y lo va a tirar a la basura; que si a usted le gusta, que se quede
con él”. Naturalmente, me lo quedé.
Pasado el tiempo y ya jubilado, he
creído encontrar tiempo que dedicarle y he comenzado su estudio y
transcripción. De lo que llevo hasta ahora, surge la historia siguiente: El día
4 de febrero de 1823, un buque holandés de nombre Buena Esperanza, cuyo
capitán se llama Juan Jacobo Wygens,
carga “vino y otros efectos” en el puerto de Cete y el día 8 zarpa con destino
a Ámsterdan. Ignorante de cuál pudiera ser la ciudad de Cete, comencé a
investigar hasta concluir en que puede que sea la ciudad del sur de Francia, y
puerto importante en aquellos años, llamada Cette hasta 1927 y modernamente
Sète. De allí partían los afamados vinos tintos del Ródano.
En la travesía, según Wygens anota en su cuaderno de
bitácora, les sorprende un temporal fuerte. El 5 de marzo observan que el barco
comienza a hacer agua sin que las bombas puedan achicar de forma suficiente.
Por fin, el día 7 de marzo de 1823, el capitán, de conformidad con el piloto y
la tripulación, decide acercarse a la costa “con el fin de salvar el cargamento
y sus vidas”. En la maniobra, encallan en “la Playa Boca del Río de Guadalpín”,
frente a Marbella.
Con ayuda de marineros de Marbella
consiguen trasladar hasta los almacenes del puerto la carga del barco, aunque
este, según la opinión de los buzos que lo revisan, está muy dañado y
prácticamente perdido. Estoy enfrascado ahora con la transcripción del
inventario realizado del cargamento y subasta de los restos. La tarea me tiene
interesado e incluso se me ha ocurrido que el acontecimiento podría ser origen
de una novela.
¿Y qué tiene todo esto que ver con lo del
buque fantasma o con lo del holandés errante? Creo que es fácil de explicar y a
ello voy. Lógicamente, lo primero que he hecho conforme avanzaba en la
transcripción del texto ha sido recabar información. El Archivo Histórico de Marbella me contesta que en sus bases de datos
no existe nada relacionado con tal acontecimiento. La Comandancia Naval de Málaga me expone que ellos conservan datos tan
solo de los cinco últimos años y que toda la información la pasan a la Delegación de Defensa. Allí, tras
algunas dificultades para hallar a la persona encargada del archivo histórico,
me hacen saber que ellos poseen información a partir de la Guerra Civil y que,
para lo que yo busco, debo dirigirme a Historia
y Cultura Naval. Instituto de Historia, dependiente de la Armada. El
general jefe del organismo me dice que en sus archivos no aparece nada sobre
dicho naufragio. La Embajada de Holanda
en España me remite al Instituto del
Patrimonio Cultural de su país; aún no he recibido respuesta. Por último,
también he escrito al Departamento
Cultural de la Embajada de Francia; tampoco me han respondido, aunque a
ellos hace menos que les escribí.
Tras esto le pregunto a Zalabardo: ¿Es
que la única información sobre dicho barco y su naufragio es la recogida en el
legajo que obra en mi poder? ¿Es posible que no haya nada más en ninguna parte?
Si fuese así, no hay duda de que mi Buena Esperanza, que se hundió
veinte años antes de la muerte de Marryat,
es otro buque fantasma. ¿Qué ocurrió con el capitán Wygens, los marineros y las dos o tres personas que iban en calidad
de pasajeros? ¿Por qué mares de oscuridad navegan ahora? La Buena
Esperanza, en este caso, no es un barco de leyenda, sino que fue muy
real.
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