No hace muchos días, Rafa López me remitió una de esas
presentaciones que circulan profusamente por Internet. Estaba dedicada a las
lenguas de España y, en un lugar concreto se afirmaba que fue en el siglo XIX
cuando en nuestro país cobró fuerza el uso de lenguas como el catalán, el vasco
o el gallego. Me creí obligado a enviarle una contestación en la pretendía
mostrarle que en nuestro país, desde muy antiguo, han coexistido culturas y
lenguas sin problemas especialmente graves y que ha sido la intolerancia que
supone cualquier clase de nacionalismo (ya sabéis que aborrezco los nacionalismos,
sean del signo que sean) la que ha originado conflictos.
Adjuntaba a mi mensaje una serie de
textos literarios de diferentes épocas (desde el siglo X al XX) que pretendían
mostrar lo que le decía: latinos, mozárabes, gallegos, catalanes,
judeoespañoles… Todos coincidían en un punto, ser pruebas de literatura
española. Hoy me dice Zalabardo que le gustó mi carta, lo que ha llegado a
preocuparme. ¿Pero es que Zalabardo ha conseguido acceso incluso a mi
correspondencia privada? Aunque no es eso lo que quiero tratar hoy.
En la actualidad vivimos un
conflicto cuyas consecuencias desconocemos: se trata del conflicto catalán. Yo
no le daría mayor importancia si no fuera porque dudo de qué nacionalismo
(siendo malos los dos) sea más intolerante y peligroso, si el catalanista o el españolista.
Intentaba decirle a Rafa López que tal vez no tengamos
conciencia del valor que supone un estado pluricultural y plurilingüístico. No
sé si lo conseguí. Sí le decía que, en mi opinión, cuando la política
interfiere en cuestiones de cultura y de lenguaje todo salta por los aires. He
querido argumentar lo que le exponía y, con ayuda de Zalabardo, hemos buscado
ejemplos demostrativos.
El Edicto de Granada de 1492
que recogía la expulsión de los judíos españoles (que, no olvidemos, llevaban
ya asentados en estas tierras más de ocho siglos) supuso, aparte de un duro
exilio para muchas personas, la pérdida, aquí, de una lengua: el judeoespañol o
sefardita. Pero, pese a todo, estas personas mantuvieron la esperanza de regresar
un día a Sefarad, nombre que daban a lo que nosotros llamamos España y han guardado,
hasta hoy, su cultura y su lengua. Ayer leía que Portugal ha dado pasos firmes
para deshacer aquella injusticia. Carlos
Zazur, sefardita portugués descendiente de sefarditas españoles, dice
conservar aún la llave de una sinagoga de Zamora. La sinagoga ya no existe,
tampoco el edificio. Pero, para él, esa llave es la muestra de una cultura que
no olvida. En España aún dudamos sobre si reconocerles o no la nacionalidad española.
Más pruebas de actitudes políticas
que han predispuesto contra el castellano (o, si lo queremos llamar así,
español, que ambos son el nombre de la lengua oficial). En 1536, Carlos I, que, paradójicamente, había
nacido en Alemania, cuando delante del papa el embajador francés declara no
entenderlo, afirma: Señor obispo,
entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua
española, la cual es tan noble, que merece ser sabida y entendida de toda la
gente cristiana. Eso es tolerancia, me dice Zalabardo.O como decimos muchas veces: A mí háblame en cristiano.
Y vamos al presente. ¿Por qué el
conflicto actual y la inquina de catalanes y vascos contra lo español? No voy a
comentar el contenido del decreto ley 247 de 23 de junio de 1937 en que se
alude a la traición de las provincias vascas que no se sumaron al alzamiento.
Cualquiera puede leerlo. Voy solo a lo que afecta a las lenguas de España.
Muchos dicen que nunca hubo ley o decreto que prohibiese el uso de lenguas que
no fueran la española o castellana. Es verdad. Pero Franco, en una alocución radiada el 1 de octubre de 1936, afirmaba:
España se organiza en un amplio concepto
totalitario, por medio de instituciones nacionales que aseguran su totalidad,
su unidad y su continuidad. El carácter de cada región será respetado, pero sin
perjuicio para la unidad nacional, que la queremos absoluta, con una sola
lengua, el castellano, y una sola personalidad, la española. Más claro,
agua.
Y su cuñadísimo, el ministro Serrano Súñer, no dudó en manifestar: Si el catalán es un vehículo de separatismo,
lo combatiremos.
Con todo eso, pregunto a Zalabardo,
¿aún queremos que no nos miren con desconfianza? Porque si nacionalistas hay en
un lado, también abundan en el otro.
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