¿Mercedes Alaya —me ha planteado más de una vez Zalabardo—, es juez
o jueza?
Y no me queda más opción que responderle que yo también albergo esa duda,
aunque, acabo, tengo formada una firme opinión al respecto.
Aviso de antemano que no voy a caer
en la trampa de plantear nuevamente el manido asunto del sexismo lingüístico.
Me voy a referir tan solo a una cuestión diáfana para quien quiera ver que la
lengua no es inmutable y se adapta, con más naturalidad de la que algunos piensan
a la evolución social de cada momento histórico. Y aunque la lengua tengan sus
normas (y estas no están como comúnmente se dice para infringirlas), no hay por
qué considerarlas inalterables o indiferentes a la realidad. Quiero decir que
si una norma ha de ser modificada, no hay que rasgarse las vestiduras por ello.
La pregunta de Zalabardo surge
porque no resulta extraño encontrarse en un mismo periódico, en páginas
diferentes, las dos formas; un redactor, en una información, la llamaba juez
al tiempo que otro, unas páginas más adelante, la llamaba jueza. Le digo, cosa que
él y los lectores de esta Agenda saben, que nuestra lengua
reconoce dos géneros en los sustantivos, masculino y femenino. Pero, que aun
así, existen sustantivos que, indistintamente, se emplean en las dos formas: son
los que llamamos de género ambiguo (el/la mar, el/la puente, etc.). Del
mismo modo, en sustantivos que designan seres sexuados, nos topamos
con unos que poseen una única forma, masculina o femenina, para designar tanto
al macho como a la hembra (jirafa, pingüino, etc.); los
llamamos de género epiceno. Y, por fin, están aquellos sustantivos que
poseen una única forma (que diferenciaremos por el artículo que le pongamos)
para los dos géneros (atleta, pianista, modelo,
etc.); decimos que estos son de género común.
De los tipos citados, le comento a
Zalabardo, este último es el que más conflictos plantea a los hablantes. A los
hechos me remito: la Nueva gramática de la lengua española
dedica su segundo capítulo al género. Y de los diez apartados que recoge, cuatro
van referidos al género común (págs. 94 a 113). Cuáles son las terminaciones propias
de estos nombres, qué excepciones hay, en qué contextos históricos la norma ha
sido contravenida, etc., allí podemos verlo. Que aparezcan bastantes
excepciones ya da muestra de la complejidad del caso. Que el DRAE
y el Diccionario
Panhispánico de Dudas recojan a su vez un número cada vez mayor
palabras que, siendo según la norma y la historia de género común, pasan a
tener dos formas válidas, una masculina y otra femenina, nos hace ya pensar en
que la mutabilidad de esa norma es un proceso natural.
La dificultad de la cuestión se
encuentra, según mi criterio, claro está, en el hecho de que entre los nombres
de género común tiene cabida un elevado número de palabras que designan
actividades, profesiones y oficios que pueden ser desempeñados tanto por una
mujer como por un hombre pero que, en tiempos pasados, los desempeñaban “casi”
con exclusividad, hombres. El caso más notable, al menos para mí, es el de los
grados jerárquicos en el ejército. Bien es verdad que no debemos olvidar la
historia de Catalina de Erauso, la monja
alférez, que escribió ella misma. Como tampoco debemos olvidar las
denominaciones nao capitana o nao
almiranta que los cronistas emplearon para referirse a la Santa
María, la nave en que Colón
llegó a América.
Hace unos días me entretuve en hacer
un recuento de las palabras que el DRAE recoge como de género común.
Ante la cara que puso Zalabardo, le expliqué que no fui contando una por una,
pues la edición digital del diccionario académico permite dicho conteo en
cuestión de segundos. Palabra arriba, palabra abajo, son 1300 sustantivos de
género común. Nada hay que decir de la mayoría de ellos. ¿Quién discutiría atleta,
modelo,
ebanista
o la mayoría de los acabados en –nte, derivados de participios de
presente latinos? Aunque, ya digo, de siempre ha habido excepciones que la lengua
ha asumido sin mucho trauma (cercanos son ese feo, para mí, modisto
o esas formas, más normales, clienta, presidenta o asistenta,
amparados incluso por el DRAE o el DPD).
Y esa es la tesis propia de la que
hablaba al comienzo. Sin dejar de respetar lo que sean los sustantivos de género
común, ¿qué impide que, al amparo de los signos de un tiempo en que la mujer ha
alcanzado una proyección social que la ha alejado de ese segundo plano en que
se mantenía, utilicemos doble forma para algunas palabras que antes solo han
tenido una? Nada que decir de astronauta, cofrade, conserje,
agente,
mártir,
testigo,
miembro
y tantas otras, es decir, de la mayoría. ¿Pero por qué no vamos dando carta de
naturaleza a arquitecta, médica, árbitra, cancillera,
jueza,
bachillera,
coronela,
jefa,
concejala,
fiscala,
bedela
y todas cuantas permitan adoptar una forma específica para el femenino en los
casos en que las mujeres van accediendo a la función correspondiente?
1 comentario:
Hello. And Bye.
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