¿Qué
ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo
de la infanta Floripes y Guy de Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de
Mantible…? Son palabras que Cervantes
pone en boca de un don Quijote triste y enjaulado cuando, ya al final de la primera parte
de su historia, trata de rebatir los argumentos del canónigo servidor de la
Santa Hermandad que tilda de invenciones sin sentido cuanto se lee en los
libros de caballerías. Y, acudiendo a hechos verídicos, añade algo más adelante:
Niéguenme asimismo que […] fueron burla
las justas de Suero de Quiñones, del Paso.
¿Quién fue ese Suero de Quiñones y qué era eso de los puentes y el paso?
Zalabardo espera con cara de cierto despiste, pues no atina a imaginar de qué
hablo. Hablo, le digo, de aquellas hazañas que hicieron famosos a muchos caballeros
andantes y que dieron ser durante la Edad Media a una serie de espectáculos,
entretenimientos, ejercicios, o llámeseles como se quiera, entre la gente de la
nobleza. Estas fiestas constituían a la vez una forma de entrenamiento para la
batalla y un reflejo del amor cortés. En los pasos, un caballero, solo
o con compañía, ocupaba una encrucijada de caminos o, más comúnmente, un
puente, impidiendo el paso, y de ahí su nombre, a cualquier otro caballero si
antes no combatía con él. ¿Con qué objeto?: proclamar y hacer reconocer las
altas cualidades y belleza de su dama. Quien no quisiese luchar debía entregar
un guante en señal de rendición y vadear el río sin cruzar por el puente.
Se dice que Suero de Quiñones, leonés nacido en 1409 y muerto en 1458 fue el
último caballero que practicó esta costumbre apostándose en 1434 a la entrada
de un puente del río Órbigo, cerca de Astorga, donde permaneció durante
un mes hasta que por orden real tuvo que abandonar la empresa. Su historia se
cuenta en El paso honroso, del cronista Pero Rodríguez de Lena.
Aquellos pasos quedaron en el olvido,
aunque, posteriormente aparecieron otros, durante el siglo xix. Uno fue especialmente peligroso: el
paso
de la sierra. Los caminos se plagaron de bandoleros que asaltaban a los
pobres viajeros que se arriesgaban a atravesar las fragosidades de los montes.
La historia conserva el nombre de bastantes y me cabe el dudoso honor, le digo
a Zalabardo, de que muchos de los que alcanzaron renombre fueran
naturales de mi pueblo o de otros próximos: El Tempranillo, El
Pernales, Diego Corrientes, Pasos Largos, los Siete
Niños de Écija (de los que destacaron Juan Palomo, Tragabuches,
Malafacha…,
sin olvidar a su capitán, Luis
de Vargas).
En época similar nació otro paso,
ni honroso ni peligroso, aunque sí algo indiscreto y pejiguera: lo guardaban los
porteros de las viviendas. Léase si no Nadie pase sin hablar con el portero,
el delicioso artículo de Larra. El
pretendiente a acceder a una casa debía
dar cuenta cumplida de sus intenciones si no quería ver el acceso denegado.
¿Y se puede saber por qué me sacas
ahora estas historias?, me espeta Zalabardo un poco harto ya de tantos pasos
entorpecedores.
La razón, le cuento, no es otra sino que
el viernes, leyendo la prensa, sentí de pronto que ya no es Suero de Quiñones quien se aposta en un
camino haciendo frente a cuantos tratan de pasar por él, ni un bandolero que
pretende desvalijarnos, ni un curioso e impertinente portero. En este siglo xxi, la Diputación de Guipúzkoa trata de hacer revivir tan antiguo hecho,
aunque con fines nada románticos ni caballerescos. Los políticos que han
dilapidado el dinero de nuestros impuestos no saben de dónde obtener liquidez
para tapar los agujeros que han provocado sus irresponsables actuaciones.
Quienes mangonean ahora en la Diputación guipuzkoana han decidido poner en
práctica su paso particular. No se les ha ocurrido otra cosa que cobrar un
peaje a cuantos vehículos no matriculados en aquella provincia circulen por sus
autovías y carreteras principales. A los que pertenezcan a provincias
limítrofes que deban traspasar sus fronteras por motivos de trabajo, dicen, se
les hará un precio especial. Quieren que el invento comience a funcionar el
próximo año, aunque aún no saben cómo cobrarán ni cómo distinguirán entre quienes
sí y quienes no tienen el paso vedado.
Si el asunto es como me cuentas, añade
Zalabardo después de un momento de meditación, a esos fulanos me los figuro más
parecidos a los salteadores apostados en la sierra que al tal Suero de Nosecuantos que, al fin, lo
único que pretendía era enaltecer a su amada. Aparte de que, me temo, no ha de
tardar el momento en que vayan apareciendo otras provincias y comunidades que
decidan imitar su ejemplo.
Yo no tengo otra respuesta que darle
sino la de que comparto sus temores y que, a la vista de cómo nos va, se me vienen a la memoria aquellos versos
de Quevedo para los que el poeta
buscó forma de que aparecieran bajo la servilleta del rey Felipe iv:
Y el pueblo doliente llega a recelar
no le echen gabela sobre el respirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario