domingo, junio 16, 2013

DE PASOS HONROSOS Y OTROS NO TANTO

            ¿Qué ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Guy de Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de Mantible…? Son palabras que Cervantes pone en boca de un don Quijote triste y enjaulado cuando, ya al final de la primera parte de su historia, trata de rebatir los argumentos del canónigo servidor de la Santa Hermandad que tilda de invenciones sin sentido cuanto se lee en los libros de caballerías. Y, acudiendo a hechos verídicos, añade algo más adelante: Niéguenme asimismo que […] fueron burla las justas de Suero de Quiñones, del Paso.
            ¿Quién fue ese Suero de Quiñones y qué era eso de los puentes y el paso? Zalabardo espera con cara de cierto despiste, pues no atina a imaginar de qué hablo. Hablo, le digo, de aquellas hazañas que hicieron famosos a muchos caballeros andantes y que dieron ser durante la Edad Media a una serie de espectáculos, entretenimientos, ejercicios, o llámeseles como se quiera, entre la gente de la nobleza. Estas fiestas constituían a la vez una forma de entrenamiento para la batalla y un reflejo del amor cortés. En los pasos, un caballero, solo o con compañía, ocupaba una encrucijada de caminos o, más comúnmente, un puente, impidiendo el paso, y de ahí su nombre, a cualquier otro caballero si antes no combatía con él. ¿Con qué objeto?: proclamar y hacer reconocer las altas cualidades y belleza de su dama. Quien no quisiese luchar debía entregar un guante en señal de rendición y vadear el río sin cruzar por el puente.
            Se dice que Suero de Quiñones, leonés nacido en 1409 y muerto en 1458 fue el último caballero que practicó esta costumbre apostándose en 1434 a la entrada de un puente del río Órbigo, cerca de Astorga, donde permaneció durante un mes hasta que por orden real tuvo que abandonar la empresa. Su historia se cuenta en El paso honroso, del cronista Pero Rodríguez de Lena.
            Aquellos pasos quedaron en el olvido, aunque, posteriormente aparecieron otros, durante el siglo xix. Uno fue especialmente peligroso: el paso de la sierra. Los caminos se plagaron de bandoleros que asaltaban a los pobres viajeros que se arriesgaban a atravesar las fragosidades de los montes. La historia conserva el nombre de bastantes y me cabe el dudoso honor, le digo a Zalabardo, de que muchos de los que alcanzaron renombre fueran naturales de mi pueblo o de otros próximos: El Tempranillo, El Pernales, Diego Corrientes, Pasos Largos, los Siete Niños de Écija (de los que destacaron Juan Palomo, Tragabuches, Malafacha…, sin olvidar a su  capitán, Luis de Vargas).
            En época similar nació otro paso, ni honroso ni peligroso, aunque sí algo indiscreto y pejiguera: lo guardaban los porteros de las viviendas. Léase si no Nadie pase sin hablar con el portero, el delicioso artículo de Larra. El pretendiente a acceder a una  casa debía dar cuenta cumplida de sus intenciones si no quería ver el acceso denegado.
            ¿Y se puede saber por qué me sacas ahora estas historias?, me espeta Zalabardo un poco harto ya de tantos pasos entorpecedores.
            La razón, le cuento, no es otra sino que el viernes, leyendo la prensa, sentí de pronto que ya no es Suero de Quiñones quien se aposta en un camino haciendo frente a cuantos tratan de pasar por él, ni un bandolero que pretende desvalijarnos, ni un curioso e impertinente portero. En este siglo xxi, la Diputación de Guipúzkoa trata de hacer revivir tan antiguo hecho, aunque con fines nada románticos ni caballerescos. Los políticos que han dilapidado el dinero de nuestros impuestos no saben de dónde obtener liquidez para tapar los agujeros que han provocado sus irresponsables actuaciones. Quienes mangonean ahora en la Diputación guipuzkoana han decidido poner en práctica su paso particular. No se les ha ocurrido otra cosa que cobrar un peaje a cuantos vehículos no matriculados en aquella provincia circulen por sus autovías y carreteras principales. A los que pertenezcan a provincias limítrofes que deban traspasar sus fronteras por motivos de trabajo, dicen, se les hará un precio especial. Quieren que el invento comience a funcionar el próximo año, aunque aún no saben cómo cobrarán ni cómo distinguirán entre quienes sí y quienes no tienen el paso vedado.
            Si el asunto es como me cuentas, añade Zalabardo después de un momento de meditación, a esos fulanos me los figuro más parecidos a los salteadores apostados en la sierra que al tal Suero de Nosecuantos que, al fin, lo único que pretendía era enaltecer a su amada. Aparte de que, me temo, no ha de tardar el momento en que vayan apareciendo otras provincias y comunidades que decidan imitar su ejemplo.
            Yo no tengo otra respuesta que darle sino la de que comparto sus temores y que, a la vista de cómo nos va, se me vienen a la memoria aquellos versos de Quevedo para los que el poeta buscó forma de que aparecieran bajo la servilleta del rey Felipe iv:
Y el pueblo doliente llega a recelar
no le echen gabela sobre el respirar.



No hay comentarios: