En ocasiones, Zalabardo y yo aprovechamos cualquier ocasión para hablar acerca de las diferencias observables en la formación de los jóvenes en los tiempos actuales respecto a la que se recibía en nuestra época. Zalabardo es defensor, y en ocasiones casi me ha convencido, de que no hay diferencias notables entre los jóvenes de ahora y los de nuestra época salvo en aquellas cuestiones en que cualquiercambio es debido al mero paso de los tiempos. Pero hoy hemos vuelto a enzarzarnos. Participaban en la conversación, también, José Luis Rodríguez y Joaquín Martínez.
¿Razón de la discusión? Tres simples hechos, dos de ellos similares y una de naturaleza diferente. Los tres, sucedidos en un espacio de tiempo bastante breve. Los dos similares: un profesor requiere la presencia en el centro educativo de unos padres por motivo de una conducta inapropiada de sus hijos y recibe la callada por respuesta, es decir, que los padres no atienden dicha llamada y no aparecen a la cita. El tercer caso: todos los alumnos de un grupo se ponen de acuerdo y deciden no asistir a una clase sin que haya motivo aparente para tal conducta. Consecuencia inmediata: no pasa nada. Consecuencia a más largo plazo: esos jóvenes van adoptando, a pasos agigantados, un sistema de conducta en el que no tiene cabida el sentido de la responsabilidad, porque su experiencia les dice que pocas veces se les pide cuenta de sus actos.
Zalabardo alegaba que siempre los alumnos han hecho novillos y siempre ha habido padres despreocupados por la formación de sus hijos. Y yo le decía que aunque siempre se hayan dado esas conductas había algo que hoy se echa en falta: la rendición de cuentas. ¿Y quién tiene la culpa de lo que nos pasa hoy? Todos un poco. Porque de un tiempo a esta parte podemos observar que, quien más quien menos, nos hemos ido maleando. Los padres porque, unas veces, piensan que la formación de los hijos es cosa de los centros escolares y no asunto que concierna a los progenitores; otras, porque aplican ese criterio de que "no falte a mi hijo lo que a mí me gustó tener y no pude"; y les conceden cualquier capricho sin que este vaya acompañado de la enseñanza de que las cosas hay que ganárselas y de que cada uno debe responder de sus actos y pagar, o recibir, por ellos.
Los profesores porque hubo una época, aquella en la que nuestro país salió de sus años oscuros y pensábamos que todo debía ser vuelto manga por hombro para que nada tuviera el menor tufo a la dictadura de la que veníamos,y nos dejamos llevar por tal principio. Y se defendía, en el campo de la educación, entre otras cosas, que la asistencia a clase debía ser algo libremente asumido por los alumnos y que si estos no asistían la culpa habría que buscarla en el profesor, que no los motivaba de manera suficiente. Y todavía queda quien piensa que eso es así.
Y tiene la culpa la sociedad, y pienso ahora en los políticos, porque ven a los jóvenes no como individuos en formación, y por tanto expuestos a malformación, sino como futuros votantes a los que hay que atraer. Y de esa manera llegamos a situaciones de extrema permisividad, como la de los botellones, que en un principio se aceptan como mera expansión juvenil ante la que hay que sonreír, y luego terminan por convertirse en grave problema que, aparte de las consecuencias directas que tiene (ruidos, suciedad, molestias para los vecinos a los que no se deja dormir, destrozos en el mobiliarrio urbano, etc.) conduce a situaciones más graves, si cabe, como la caída casi irreversible de muchos jóvenes en el consumo desmedido de alcohol y otras drogas.
Y en casi todos los casos que comentamos, los jóvenes carecen de un sentido de la responsabilidad que les lleve a plantearse su conducta como inadecuada cuando alguien pretende llamarles la atención y automáticamente se escudan en que somos nosotros, los mayores, los culpables de no entender su sentido de la vida.
Por eso, cuando algunos padres tratan de justificar las conductas de sus hijos, recuerdo aquella anécdota que contaba Machado, profesor que nunca suspendía, sobre el profesor que, cuando un padre le preguntaba si le bastaba con mirar a un niño para suspenderlo, repondía: "no, me basta con mirar a su padre".
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