...es ser agradecidos; es este uno de los muchos refranes que Zalabardo me recuerda con frecuencia y que yo procuro no olvidar. Sobre todo, en aquellos momentos en que, sin saber bien por qué, me asalta la preocupación sobre la opinión que de mí pueda quedar entre los alumnos con los que comparto unas determinadas horas semanales. En esos momentos, me agradaría tener la capacidad suficiente para dejar en ellos el recuerdo que algunos de mis profesores han dejado en mí. Por supuesto que algunos son recordados con más intensidad que los demás, aunque por todos sienta un gran respeto. Creo que ya alguna vez he hablado de esto. De los más recordados, ordenándolos de manera cronológica, el primero de ellos es don Eduardo, que se ocupó de mi formación primaria; ya en el bachillerato, influyó mucho en mis tendencias don Aniceto Gómez Esteban; y en la universidad, don Agustín García Calvo, don Manuel Alvar López y don Antonio Llorente están a la cabeza de aquellos por los que siento admiración y agradecimiento.
Del último de los citados aún conservo apuntes de clase que, alguna vez, releo. Hoy, por ejemplo, los he sacado para revisar las teorías gramaticales de las escuelas posteriores a Aristóteles. Los estoicos, a quienes se les recuerda especialmente por su actitud en torno a la ética, aunque no menos por sus tesis lógicas y físicas, comprobaron que la lengua griega distaba mucho de ser perfecta y observaron la gran cantidad de excepciones e irregularidades que presentaba. Con este motivo dieron origen una nueva polémica en la filosofía del lenguaje, la de si predomina en las lenguas el principio de analogía o el de anomalía. En un primer momento, se inclinaron por por defender la tesis de que predominaba la anomalía y el propio Crisipo parece que escribió un tratado sobre el asunto.
Cuando ahora, en este tiempo, me encuentro en clase con los alumnos, les hablo, alguna que otra vez de este asunto. Bueno, como veo la cara que me pone Zalabardo, quiero aclarar que no les hablo de los estoicos ni nada de eso, sino de que la lengua está llena de anomalías, excepciones o irregularidades, y, por tanto, deben aceptar con cautela con cautela cuanto les digo porque no es difícil, al mismo tiempo, dar paso a la posibilidad de una excepción que parecería invalidar lo anteriormente expuesto. En definitiva, que todo en esta vida es relativo y tienen poca cabida las verdades inmutables.
Por ejemplo, cuando les hablo de la concordancia entre sujeto y verbo, en una oración, y les señalo que el número y persona de aquel determina el número y persona de este. ¿O quizá no es así siempre? Pues no. El otro día leía que una parte de los imputados recurrirán... ¿Quién es el núcleo del sujeto?: una parte; ¿y qué es de los imputados?: complemento de ese sujeto. Pues bien, observamos que en el ejemplo la concordancia del verbo se efectúa con el complemento y no con el núcleo. ¿Es esto correcto? Sí. Y también leía: una banda de ladrones irrumpió..., donde el verbo concuerda con el núcleo del sujeto y no con su complemento. ¿Incorrecto? No, también correcto. Lo que pasa es que en nuestra lengua, cuando el sujeto es un sustantivo de significado cuantificador (parte, multitud, resto, etc.) o de sentido colectivo, el verbo puede hacer la concordancia con ellos, en singular, o con el complemento introducido por de que comúnmente los acompaña, que suele estar en plural. Dos ejemplos más de cada tipo leídos recientemente. En singular: Un grupo de expertos reúne las pruebas...; Una ola de terroristas suicidas siembra el caos... En plural: Un millón de personas se acomodan en los camposantos...; Una cuarta parte de los nacimientos se producen ya fuera... Y así seguiríamos en todo, dudosos siempre en cuanto estudiamos de si domina la regla o la excepción a la misma. Pero eso no lo soluciona ni el mismo Zalabardo.
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