La evolución de una sociedad se observa en los cambios de la lengua a través de los años. Trato de explicarle a Zalabardo que tal afirmación es una verdad incontestable. Ahora estamos de viaje, sentados en la terraza de un bar donde quizá nunca hayamos estado antes. Un camarero se nos ha acercado y, sonriente, nos ha saludado: «¡Hola, chicos!, ¿qué deseáis tomar?» Zalabardo se levantó y, de forma algo exagerada, recorrió con la vista todo nuestro entorno. El camarero quiso colaborar: «¿Se te ha caído algo?» Y Zalabardo, con la cachaza que a veces simula, respondió: «No, nada. Es que busco a los chicos». El camarero, un joven con pelo engominado y un bigote que es casi un reguero de hormigas, pareció no darse cuenta de la ironía que reflejaba el comportamiento de mi amigo, aunque puso cara de extrañeza.
Casi sin esperarlo y antes de que nos
pongan la cerveza que pedimos, nos encontramos con un tema de conversación: la
generalización del tuteo. Nuestra lengua heredó del latín
medieval dos formas de pronombre, tú y vos, que se
usaban según la situación: la forma latina tu era propia de un trato
de familiaridad entre las personas, explica nuestro tú; vos
―que en principio era el plural de tu― llegaría a adoptar en castellano
la función de expresión de respeto o cortesía. Proceso idéntico sirve para
explicar en francés las formas tu y vous.
Pero, en el siglo XVI ―en nuestro
país― se comenzó a expandir la forma vos para toda clase de usos,
en perjuicio de tú. Manuel Alvar ―de quien siempre me he
honrado en ser discípulo― dice en Morfología histórica del español
que «el avulgaramiento de vos produjo vuestra merced».
Y explica que la cuestión no quedó ahí, sino que continuó evolucionando con
formas voacé, vuaced, vuarced…, hasta
acabar en usted que ―nos dice― se documenta por primera vez en
1620 en un texto de Tirso de Molina.
Según eso ―me interrumpe Zalabardo―, usted provocó la muerte de vos en nuestra lengua. Le respondo que sí, aunque el voseo familiar siga siendo práctica común en muchos países de la América de habla hispana; pero hablar de ello daría para otra conversación. Ahora ―le digo a mi amigo―, lo que nos ocupa es cómo vivimos un periodo en que tú está afirmándose ―si no lo ha conseguido ya desde hace tiempo― como forma provocadora de la agonía usted, que pierde terreno a marchas forzadas.
En efecto, no es difícil observar
cómo se extiende el tuteo. ¿Es malo o censurable? No tiene por
qué serlo. La naturaleza de la lengua es cambiar con los años y las
mentalidades. En el enfrentamiento tú/usted intervienen muchas
circunstancias. Quizá interesaría indagar sobre dónde está el origen del cambio
que observamos. Hay dos teorías ―le explico a Zalabardo―, aunque sinceramente
no me atrevo a tomar partido por ninguna de ellas. Unos dicen que todo radica
en que el inglés carece de formas de tratamiento y no cuenta más que con you.
Familiaridad y cortesía se manifiestan de otra manera: el empleo de simplemente
you mostraría cercanía, familiaridad; en cambio, si se pretende
ser respetuoso o cortés, se usa el apellido de la persona antecedido de mr.
o mrs. La otra teoría sostiene que todo se inició hacia los años 40
y 50 del siglo pasado cuando, tanto el fascismo como el comunismo impusieron el
empleo de la palabra compañero como signo de igualdad y ausencia
de jerarquías sociales.
Lo que parece también innegable es
que la extensión del tuteo obedece a la búsqueda de una situación
menos formal, a una aspiración de cambio en las convenciones sociales. Pero la
cuestión no es tan fácil. Habría que pensar en lo que decía Calderón en El
alcalde de Zalamea, que poco importa errar en lo de menos si se acierta
en lo principal. Y en lenguaje jurídico existe un aforismo que dice «utile per
inutile non vitiatur», o sea, que lo útil no se vicia por lo inútil.
Lo útil en este caso, el calderoniano acertar lo principal, es tener una idea clara de cuándo procede y cuándo no el tuteo. Tres factores deberían tenerse en cuenta para utilizarlo. Es la edad el primero; si nos dirigimos a una persona mayor, a la que no conocemos, es preferible utilizar usted. El segundo factor es el contexto; en una entrevista de trabajo, o cuando llegamos a un notario para cualquier asunto, resulta recomendable emplear usted. Y el tercero de los factores es el grado de confianza; en la caja de un supermercado, si nos atiende cada día la misma persona, podemos muy bien emplear tú, aunque si nos encontramos por primera vez con otra persona debamos emplear usted. Dado esto, no debe olvidarse que la persona a la que nos dirigimos nos pida que la tuteemos para crear un clima de confianza. Pero estos factores tienen siempre una segunda parte. Ocurre, por ejemplo, con el camarero que nos sirve diariamente el desayuno o con el empleado de banco que nos atiende con frecuencia.
Lo que no me parece de recibo ―digo a mi amigo― es esa especie de colegueo que se ha impuesto, que no se limita a optar entre tú o usted, sino que traspasa unos límites que podrían incluso irritar. Por ejemplo, la forma de hablar del camarero a que me refería al comienzo y que provocó la irónica respuesta de Zalabardo.
Se ha generalizado el mal uso ―que
aunque se observe con mayor claridad en hostelería se da también en otros
medios― de dirigirse a un grupo que se sienta en un restaurante o que entra en
unos grandes almacenes «¿Qué tal, familia?», «¡Hola, chicos!» o expresiones
semejantes, nacidas a partir de la expansión indiscriminada del tuteo.
No creo en la fórmula ―que muchos aconsejan― de emplear el mismo tratamiento
con que se dirijan a nosotros. No sé si será la edad o la costumbre, pero
Zalabardo y yo preferimos seguir utilizando la forma de cortesía usted
salvo que haya un nivel de confianza suficiente para emplear el tuteo.
Por lo mismo, no nos gusta ver en un supermercado el anuncio «Coge aquí tu
carro», o en un banco «Tu banco de confianza» o en cualquier anuncio
publicitario «Tú eliges». Por supuesto que yo elijo, pero mi elección es
continuar siendo cortés y respetuoso sin poner trabas en el camino a la
confianza y familiaridad en el trato.