TODAVÍA NO SE ENTERAN
Hace unos días me encontré a Zalabardo en la Plaza de la Constitución, en una esquina, muy pendiente de los acampados del movimiento 15 M. Le pregunté si había decidido unirse a ellos y me respondió, me pareció percibir en su voz un deje de tristeza, que físicamente no, porque a él ya se le había pasado el arroz para estas cosas, pero que en espíritu, se sentía bastante unido a la esencia de este movimiento de indignación que recorre el país y que parece haberse extendido, como mancha de aceite, por otros lugares.
En un momento de la conversación, me dijo: Tú que estuviste en la Universidad, ¿cómo viviste el mayo del 68? Y tuve que contestarle, para su asombro, que aquí, en España, aquel movimiento ya histórico que conocemos como el mayo francés del 68, igual que otro que tuvo lugar por las mismas fechas, la primavera de Praga, apenas si tuvieron repercusión. Sí se hablaba mucho de todo ello, pero apenas si se pasó de algunos intentos de huelga o de alguna que otra algarada estudiantil, huelgas y algaradas pronta y fuertemente reprimidas por la policía franquista. Recuerdo asambleas de facultad, intentos de tomar la calle, proclamas que pedían unir las quejas estudiantiles a los movimientos obreros; todo quedaba en poca cosa.
Aquí, por contra, tuvieron más eco otros sucesos anteriores, concretamente de 1965. Los movimientos universitarios en solidaridad con las reclamaciones obreras significarían la expulsión de sus cátedras de los catedráticos Enrique Tierno Galván, Agustín García Calvo, que había sido profesor mío en Sevilla, y José Luis López Aranguren, así como la dimisión, en solidaridad con los expulsados, de Antonio Tovar y José María Valverde.
Aquel año de 1968 conoció, sin embargo, dos hechos de muy diferente naturaleza: los primeros atentados de ETA y el recital (el 18 de mayo) de Raimon en la Universidad Complutense de Madrid. Años después, para otro recital madrileño, Raimon compuso una canción, titulada 18 de mayo en la Villa, que recogía la experiencia vivida entonces y en la que se decía: Per unes quantes hores / ens vàrem sentir lliures, / i qui ha sentit la llibertat / té més forces per viure (Durante unas cuantas horas nos sentimos libres y quien ha sentido la libertad tiene más fuerzas para vivir).
Pero pronto volvimos sobre la actualidad de este grito de los indignados que se inició en la Puerta del Sol de Madrid. Me pregunta Zalabardo si he leído su manifiesto. Le respondo que sí y que, salvo algunas cuestiones que parecen un poco utópicas y otras que habría que matizar, considero que recoge peticiones muy puestas en razón: exigencia de unos servicios públicos (educación, sanidad, transportes…) de calidad, supresión de los privilegios de la clase política, lucha contra el desempleo, derecho a la vivienda, control de las entidades bancarias, imposición de una democracia participativa…; en suma, grito contra tanta corrupción como hay en el sistema y queja por la indefensión en que se encuentra el ciudadano normal y corriente. Ya digo, un alto componente de utopía trufada de más de una y más de dos peticiones sobre las que alguien debería reflexionar.
Lo que le duele a Zalabardo es la indolencia y desprecio con que acoge la clase política estos movimientos. Me dice que le sulfura cómo, en los días previos al 22 de mayo, muchos políticos (desde el propio Zapatero hasta el último de los candidatos) decían comprender (que no es igual que entender) todas estas quejas. Incluso Rubalcaba decía que no enviaría a la policía contra ellos porque la policía está para resolver problemas y no para crearlos. Pero ya que han pasado las elecciones y se ha terminado el tiempo de las promesas, el movimiento 15 M es ya algo que molesta; en Barcelona, los mossos cargan contra los acampados y, en Madrid, Esperanza Aguirre pide a Interior que ponga fin a la ocupación de la Puerta del Sol. Y me dice, Zalabardo, no haber oído a ningún político que confiese haber escuchado las reclamaciones de los indignados ni que se muestre dispuesto a debatir sobre ellas. Como si estuviesen esperando a que el movimiento se diluya y acabe de desaparecer.
Y es que los políticos no se enteran. O no quieren enterarse. Parece que va a hacer falta un más amplio movimiento que grite con voz firme hasta qué grado llega la indignación de los ciudadanos y hasta qué punto la ciudadanía está asqueada de estos políticos que no se preocupan sino de sí mismos y que no merecen, la mayoría de ellos, sino una buena patada en el culo.
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