domingo, octubre 16, 2016

SER UN PRIMO O HACER EL PRIMO



Manolo.—¡Que me ahoga!
Amparo.—¡Por Dios, señor Adrián…!
Adrián.—Y ahora, solo con verte ahí, en el suelo, ya estás declarando que no soy un primo. ¿Lo ves como no soy un primo…? ¿Lo ves tú, Amparo? Pues me basta.
           (Carlos Arniches)

Infante don Antonio Pascual de Borbón, el primo.
            ¿Qué puede hacer que una palabra que siempre ha tenido un significado enormemente positivo pase, de buenas a primeras, como quien dice, a expresar menosprecio y burla hacia alguien? Eso es lo que le aviso a Zalabardo que intentaré aclarar en este apunte.
            La palabra primo procede de la latina primus, ‘el primero, el más importante, el principal, la parte anterior…’ De su unión con capio surge princeps, ‘el primero en el combate, el jefe, el guía, quien dirige…’ Remontándonos a su etimología, vemos que se relaciona con proa, primicias, próximo, prior, protón, privilegio, etc.; pero explicar esa relación sería extenso y quizá no muy divertido. Le digo a Zalabardo que, incluso en matemáticas, hay unos números a los que se les llama primos (los que solo son divisibles por sí mismos y por el 1) porque son los primeros, los fundamentales, a partir de los cuales se obtienen los demás por medio de la multiplicación. Los demás se llaman compuestos.
            Si cogemos el DRAE, leemos que primo es: ‘1. Primero; 2. Primoroso, excelente; 3. Hijo del tío de una persona; 4. Tratamiento que daba el rey a los grandes de España en cartas privadas y documentos oficiales.’ Y, de pronto, como a traición, aparece: ‘5. Persona incauta que se deja engañar o explotar fácilmente.’ Y el Diccionario del español actual, de Manuel Seco, se dice que hacer el primo es ‘dejarse engañar, o actuar de modo que otros se aprovechen de su bondad o generosidad.’ ¿Cómo se llega a esa definición de primo y a la expresión ser un, tomar a alguien por o hacer el primo?

Mariscal Murat, duque de Berg
            Para explicarlo, tendremos que regresar a la acepción número 4 y volver los ojos a un determinado periodo de nuestra historia, 1808. En aquellos malhadados años de Carlos IV y Fernando VII en que Napoleón metió las narices en nuestros asuntos y se produjo la vergonzosa huida, marcha o como se le quiera llamar a Bayona de nuestros reyes, las tropas francesas ya se habían aposentado en nuestro país y, aunque aparentemente dejaron funcionar las instituciones, como el Consejo de Regencia, lo cierto es que eran ellos quienes decidían lo que había que  hacer.
            Al frente de este Consejo quedó el infante don Antonio Pascual de Borbón, hermano de Carlos IV, hombre, aunque bondadoso, bastante pusilánime. Aunque hermano del rey, su tratamiento era primo. El pueblo no vio con buenos ojos este secuestro de la familia real y pedía su vuelta. Hubo protestas y resistencia frente a los franceses.
            El mariscal Joaquín Murat, comandante de las fuerzas de ocupación, se sintió obligado a enviar al infante una carta que comenzaba: Señor Primo, Señores miembros del Consejo de Regencia; el comienzo parecía respetuoso con el tratamiento correspondiente, aunque la carta seguía con tono amenazador: Anunciad que todo pueblo en que un francés haya sido asesinado será quemado inmediatamente [...]. Que los que se encuentren mañana con armas, cualesquiera que sean, y sobre todo con puñales, serán considerados como enemigos de los españoles y de los franceses, y que inmediatamente serán pasados por las armas.... Y concluía: Mi Primo, Señores del Consejo, pido a Dios que os tenga en santa y digna gloria.
            Ni el infante don Antonio, ni la Junta de Gobierno, ni el Consejo de Regencia hicieron nada ante la dura represión que los franceses llevaron a cabo.  No así el pueblo, que se enfrentó a los invasores. Ya sabes, le digo a Zalabardo, aquello del 2 de mayo, de la Guerra de la  Independencia y demás. He leído en algunos sitios que por el pueblo de Madrid, ante la actitud de Murat, comenzó a extenderse la expresión Nosotros no somos el primo, es decir, no se dejaban amilanar por las amenazas como el bonachón infante don Antonio, primo del rey.

Números primos
            Y debe ser así, supongo. Porque en el Diccionario de Autoridades, (1726-1739) no aparece esta acepción de primo. No la encuentro hasta el Nuevo diccionario de la lengua castellana, de Vicente Salvá (1846), que dice: ‘Tonto, bobalicón; y así se dice: no quiero pasar por primo; ¿me ha tomado Vd. por primo?’ En el Diccionario de la Academia no entrará hasta la edición de 1852: ‘Hombre simplón y poco cauto’. Por la fecha, los dos casos son cercanos, aunque posteriores, al hecho relatado.

1 comentario:

Molina de Tirso dijo...

En esto de la degeneración de los parentescos, a "primo" le siguió "suegra" y ahora la hemos emprendido con "cuñado". Esta tiene pinta de que, como "primo", se acabará lexicalizando.