lunes, mayo 22, 2017

COMO MÉDANOS



Como médanos de oro,
que vienen y van, son los recuerdos.
El viento se los lleva,
y donde están, están,
y están donde estuvieron,
y donde habrán de estar… —Médanos de oro—.
(Juan Ramón Jiménez)



           A los hijos hay que quererlos y cuidarlos, hay que estar pendientes de ellos hasta que son capaces de valerse por sí solos. Pero, cuando llega ese momento, aunque cueste trabajo, aunque nos aturda el síndrome del nido vacío, debemos dejarlos ir por donde ellos quieran y puedan. Ya les hemos dado las alas y los hemos enseñado a volar. Ahora es necesario impedir que se adocenen, que se mal acostumbren con el resguardo continuado del nido. Deben volar solos.
            Le digo a Zalabardo que notará que he hecho cambios en el aspecto de la Agenda. Ha desaparecido la portada de No tendrías que haber vuelto y he querido rendir mi pequeño homenaje a Miguel Hernández, aunque sea con algo de retraso.
            Para este cambio hay, en principio, una razón de peso: mi novela No tendrías… ya está en condiciones de caminar por sí sola. Le he dado cuanto he podido y sabido, la he presentado en sociedad, la he acercado a lectores de muy diferente índole. Por tanto, creo llegado el momento de no tener que llevarla más de la mano. No la abandonaré; a ningún hijo se abandona. Estaré preguntándole a cada instante cómo le va. Pero, lo que decía, la dejo que camine sola, la libero de mi vigilancia.
            Pero hay otra razón que no es baladí. A esta novela le ha surgido una hermana, otra novela, que requiere la atención que antes le di a ella. Es un proyecto casi culminado y, si todo sale de acuerdo a lo previsto, verá la luz en octubre. Ya tiene nombre, Como médanos, y espero su aparición con actitud temerosa.

            Confieso a mi amigo que ese miedo lo provoca el hecho de que sea un proyecto muy antiguo, tal vez demasiado antiguo, que se remonta a hace unos cuarenta o cincuenta años. Incluso comencé a escribirla y, si bien no recuerdo con exactitud su inicio, más o menos decía: Al llegar a la altura del puente que salva las vías del tren, Arcadio se quedó mirando cómo Nosua, a aquella hora, dormitaba tendida sobre la falda de la suave colina en que se asienta. ¿Cuánto tiempo había tardado en regresar?
            Yo quería escribir una historia en la que, de alguna manera, fuese protagonista mi pueblo. Y como Clarín convirtió Oviedo en Vetusta o Muñoz Molina Úbeda en Mágina, yo cambié Osuna en Nosua. Nada original. Pero, muy pronto, abandoné el proyecto y la idea quedó ahí, no olvidada, aunque sí marginada.

            Cuando me jubilé en 2008, decidí retomarla y, lógico, empezar de nuevo. Naturalmente, ha cambiado mucho, prácticamente todo, del proyecto inicial. Pero Osuna, Nosua, seguía, y sigue, en ella. Me ha costado mucho trabajo, nueve años, porque, aun valiéndome de muchos elementos autobiográficos, he debido luchar por que no sea una autobiografía, sino una ficción, que eso ha de ser una novela. Han sido muchas redacciones, muchos cambios, muchas lecturas. Finalmente, ha quedado convertida en una novela sobre el recuerdo, sobre la memoria y sobre la lucha por recuperar y preservar el pasado del que el protagonista está casi a punto de desligarse porque le han diagnosticado un alzhéimer que progresa de un modo inusualmente rápido. ¿Valor del resultado final? Sinceramente, no lo sé. Lo que temo es que se haya quedado en un parto de los montes.
            En cierto modo, la novela, en sus orígenes, la inspiró la foto que incluyo. Si la observamos, se ve una carretera y, al fondo, un pueblo, el mío. Uno de mis hermanos está apoyado sobre la baranda del puente bajo el que pasaba el tren. Yo, doy la espalda al pueblo, como si me alejara de él. Pasado el tiempo, me marcharía y tardé en regresar. Con la novela, Como médanos, he querido simbolizar ese regreso al lugar en el que viví tantos momentos de felicidad.

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