sábado, junio 03, 2017

HISTORIAS DE PALABRAS: DE NEGAR A NEGOCIO



Cuál fuera su pecado es lo que no podemos decir. Los teólogos consideran que fue el pecado de orgullo, el pecaminoso pensamiento concebido en un instante: non serviam: no serviré. Y aquel instante fue su ruina. Ofendió a la majestad de Dios con el pensamiento pecaminoso de un solo momento y fue precipitado en los infiernos para siempre. (James Joyce)

Caída de los ángeles rebeldes. Pieter Brueghel el Viejo
            En ocasiones, Zalabardo y yo nos enredamos, solo como juego, nunca agria discusión, en debates que tienen difícil salida. Un día, pusimos sobre el tablero de nuestro juego cuál habría sido la primera palabra cuyo eco se oyó en el silencio del universo.
            Quise dármelas de erudito, y le contesté que, en buena lógica, la primera palabra debió ser haya, por aquello de que en el inicio de la creación, lo primero que Dios dijo fue: “Haya luz”. Entonces, mi amigo me desconcertó con este razonamiento: “¿Acaso crees que Dios, todo poder y todo inteligencia, necesitó del instrumento falaz del lenguaje para crear lo que se le vino en gana?” Y mi desconcierto se tornó en estupefacción al continuar: “Cuando no existían más que los cielos, pues ni siquiera el mundo había acabado de ser creado, la primera palabra que pudo oírse fue no”.
            Ante mi incredulidad, Zalabardo saca a relucir la historia de Lucifer, el más bello de los ángeles, que en un acto de soberbia gritó aquel Non serviam!, cuya consecuencia fue verse arrojado a las más hondas simas de los infiernos. No sé que habrá de verdad en todo ello, pues la historia es difícil de encontrar en los textos sagrados, salvo una vaga referencia del profeta Jeremías.

Caída de Lucifer. Gustavo Doré
            Pero, fuese como fuese, mi amigo me pide solo que repare en una simple circunstancia: la enorme coincidencia de muchas lenguas a la hora de negar (no, non, nicht, ne, não, nie, niet, nu…), claramente opuesta a la disparidad de formas con la que se dice (, yes, oui, ja, sea, da, igen, nai…). Como la curiosidad siempre me puede, decidí ponerme a rastrear un poco. Llegué a conclusiones también curiosas.
            Por ejemplo, encontré que la raíz indoeuropea ne, que significa ‘no’, origina en latín, por acortar el campo de búsqueda y movernos solo en nuestro ámbito, tres raíces: ne-, nek-, in-. Son muchas la palabras en las que, sin que a veces pensemos en ello, se percibe esta raíz: necio (‘el que no sabe’), nefando (‘indigno de ser hablado’), neutro (‘lo que no es ni uno ni otro’). A veces, ne- se transforma en ni-, como vemos en nimio (‘no poco’, es decir, ‘escaso’) o nihilismo (de nihil o nihilum, ‘lo que no es ni un hilo’, razón que explica su significado ‘negación de todo principio religioso, político o social’).
            La forma nek- nos conduce a toda la serie de negar (denegar, renegar, negación…) o negligente (‘que no recoge’ ‘descuidado’). Por fin, la forma in- nos ofrece todo el grupo de inútil, informal, intolerante y un largo etcétera.

Antiguo mercado de Vegueta. Pedro Bonilla
            Pero hay dos palabras, y se lo digo a Zalabardo, que me causan verdadera sorpresa, porque deben ser incluidas en esta familia de la que hablamos y en principio no imaginaríamos. Una es negocio y otra es enemigo. “¿Y qué pinta aquí negocio?”, me pregunta Zalabardo. Debo explicarle que es una palabra formada por dos raíces latinas: nek- , ‘no’, como se ha dicho antes, y otium, ‘descanso’. Así, pues, negocio es ‘la ausencia de descanso’ y, por tanto, ‘ocupación, quehacer, trabajo’. Enemigo también está formado por dos raíces: la forma in, ya explicada, y amicus, ‘amado’, puesto que se deriva de amare. Por esa razón, un enemigo es ‘aquello o aquel no querido’. Y ya desusado en nuestra lengua es el sustantivo enemiga, ‘enemistad, oposición, odio’, palabra bastante común  en otras épocas y hoy apenas oída salvo en la expresión tenerle enemiga a alguien.

Jesús expulsa a los mercaderes del templo. El Greco
            Y como nuestras charlas desembocan muchas veces en temas insospechados, Zalabardo me pregunta si acaso habría que buscar por ese camino el origen del refrán Cuando el diablo no tiene qué hacer, mata moscas con el rabo, porque, piensa él, es indudable que no hay diablo tan ocioso que no ande siempre enredando, atento continuamente a su negocio. Ya a rebufo de sus palabras, le respondo que, si tiene razón, tal vez eso explique que haya tantos Luciferes que, llevados por su soberbia, todo lo centran en enmendar la plana a Dios, por lo que no cesan de airear el no continuado de su fundamentalismo. Un no que entienden sola y exclusivamente como negocio. Y, para algunos, bien productivo.


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