jueves, julio 27, 2017

RAZÓN DE UN TÍTULO: COMO MÉDANOS



Mi amigo Zalabardo ha querido salir de su descanso veraniego para atender a una cuestión que, me dice, pudiera ser importante. Estamos ya en la cuenta atrás para que aparezca mi próxima novela, titulada Como médanos. ¿Por qué ese título?, me ha preguntado alguien.
           Cuatro días ocuparon a don Quijote poner nombre a su caballo y otros ocho ponérselo a sí mismo. No es fácil, lo reconozco, poner título a una novela.
            ¿Por qué Dumas llamó Los tres mosqueteros a lo que en realidad es la historia del cuarto de ellos, D’Artagnan? Orwell había pensado titular la más conocida de sus novelas El último hombre libre de Europa y, sin embargo, acabó resolviendo sus dudas con el curioso recurso de alterar las cifras del año en que la compuso, 1948, para publicarla como 1984. Umberto Eco barajó La abadía del crimen y Adso de Melk antes de decidirse por El nombre de la rosa. A Henry James le dijo un editor que lo que no le convencía de su novela era el título, al que debería darle otra vuelta de tuerca para hacerlo más atractivo. James, ni corto ni perezoso, le presentó el manuscrito definitivo bajo el título Otra vuelta de tuerca.
            Yo mismo dudé bastante a la hora de titular mi anterior novela. Pensé en No hay caminos para Ítaca, No debiste partir sin ella y algunos más antes de decidirme por No tendrías que haber vuelto.
            En la que está próxima a ver la luz, sin embargo, siempre lo he tenido claro. Nunca he pensado otro que no sea Como médanos. Es la historia de alguien a quien se le diagnostica alzhéimer y se afana en componer un diario en el que queden reflejados su pueblo, al que no ha regresado desde que salió de él para ingresar en la Universidad, y sus amigos, a los que no ve desde hace muchos años. Y todo porque no quiere que se pierda el recuerdo del afecto que siente por ellos. La novela huye de cualquier enfoque melodramático y plantea el problema de manera esperanzada. Busca ser una reflexión sobre el peso que en nosotros tienen la memoria y los recuerdos.
            Lector y admirador, desde muy joven, de la poesía de Juan Ramón Jiménez, al instante se me vinieron a la cabeza los poemas que conforman la serie El recuerdo, incluidos en Piedra y cielo. En el 1, se puede leer: ¡…no ser instante, / sino perennidad en el recuerdo! En el 2, Como médanos de oro, / que vienen y que van, son los recuerdos. En el 3, ¡Seguid mirándome, ojos grandes, fijos, / como un momento me mirasteis! Y en el 4, Recuerdos, que una noche, / de pronto, resurjís. Cualquiera de ellos reflejaba los sentimientos del protagonista de mi novela a quien, aprisionado en su enfermedad, los recuerdos se le enredan y dispersan, se le alteran continuamente. Porque los recuerdos a los que desea volver son como médanos que cambian sin parar.
            Alguien me comentó que el título no ilustraba al lector sobre lo que la novela contiene; llegaron a decirme que, por la misma rareza del término médanos, en lugar de dunas, incluso podría resultar cursi. No pretendo rebatir ninguna opinión. Todas son lícitas. Solo quiero dejar claro que nunca dudé de ese título. Y cuando años después —me ha llevado nueve años escribir la novela— me encontré con un poema de José Infante, La ausencia, en el que leí: Ellos fueron mi vida. Fueron / la vida y ahora vuelven / cuando la vida se aleja / de mis manos, tuve el convencimiento de que el título de esta novela es acertado.

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