domingo, junio 10, 2018

LA FE DEL CARBONERO


            Pensar que todos los que convalecen de sus dolencias después de implorar en su favor la intercesión de Nuestra Señora o de cualquier otro santo, sanan milagrosamente es discurrir la Omnipotencia muy pródiga y la naturaleza muy inepta.
(Benito J. Feijoo)

Iznatoraf. Milagro de la Virgen
            Zalabardo, curioso por naturaleza, me planteaa cualquier duda que le surja. Ni que yo tuviera la sabiduría que se atribuía a aquel don Pedro de Lepe y Dorantes, nacido en 1641 en Sanlúcar de Barrameda, que llegó a ser obispo de Calahorra; o como si yo fuera uno de aquellos ratones coloraos del antiguo cuento. Me pidió hoy que le explique el origen de la expresión tener la fe del carbonero, que, como bien se sabe, sirve para señalar a quien cree algo por la sola razón de que le han dicho que ha de creerlo, sin requerir ningún argumento racional que sustente aquello en que cree. Esta es la fase entre la más que antigua oposición entre fideísmo y racionalismo.
            El origen de la expresión es algo dudoso. Hay quien defiende que su difusión se debe a otro obispo, este de Ávila, don Alonso Tostado de Madrigal (1410-1455), que debió escribir tanto que su fama gestó aquello de escribir más que el Tostado. Como quien mucho dice corre riesgo de errar, parece que este buen hombre escribió cosas que no gustaron a las jerarquías religiosas. Y harto de que se le exigiera que explicara sus posiciones en cuestiones de fe, acabó diciendo: Yo, como el carbonero.

Lugar de aparición de la Virgen del Monte
            ¿Y quién fue este carbonero? Conozco dos versiones diferentes. Dicen unos que un teólogo solicitó a un carbonero analfabeto, para burlarse de él, cómo explicaría el misterio de la Trinidad, tres Personas y un solo Dios. El buen hombre se quitó el mandil, hizo con él tres dobleces y, luego, lo desplegó al tiempo que respondía: “Así”. Esta versión, le digo a Zalabardo, me parece rebuscada y poco creíble. Hay otra más verosímil, que parece tener su origen en un viejo cuento francés: el diablo se presentó a un carbonero para tentarlo y le preguntó: “¿Qué crees tú?”, a lo que el carbonero respondió: “Creo todo lo que cree la Iglesia”. El diablo, mohíno, insistió: “¿Y qué cree la Iglesia?”. Ni corto ni perezoso, el carbonero respondió: “La Iglesia cree todo lo que creo yo”. Y para su desesperación, el diablo no fue capaz de sacar al carbonero de este círculo vicioso.

Cueva de los Caños Santos. Cañete la Real
            También fue muy perseguido por sus ideas un fraile benedictino del siglo XVIII, Benito Jerónimo Feijoo, una de las más ilustres figuras de nuestro racionalismo y uno de los creadores del género del ensayo en nuestro país. Feijoo, erudito, sabio, en su Teatro crítico universal y en sus Cartas eruditas y curiosas criticaba lo que él llamaba “errores comunes” (supersticiones, falsas afirmaciones, prejuicios, fanatismos) en filosofía, ciencias, religión y demás campos del saber. Feijoo llegó a afirmar que no se consideraba esclavo ni de Aristóteles ni de sus enemigos y que antes que a cualquiera que presumiera de autoridad escucharía lo que le dictara la experiencia y la razón. Se creó multitud de enemigos y fue acusado ante la Inquisición. De esos ataques lo salvó una Real Orden dictada en 1750 por el rey Fernando VI en la que se decía, más o menos, que, por ser la obra del fraile de su real agrado, prohibía que se lo pudiese criticar.

 
Peña de Francia. Cueva en que apareció la Virgen de la Peña
           Una de las cosas que más fustigó Feijoo es la ingente cantidad de milagros atribuidos sin razón que los sustentase. Decía: “…para dar fe en materia de milagros, es menester que esté más altamente calificada la veracidad de los sujetos de lo que se requiere para ser creído en otras materias comunes”. Me he acordado de Feijoo y de su crítica a los milagros estos días pasados en un viaje realizado por tierras de Jaén,

            Me pregunta Zalabardo, en tono muy serio, si es que no soy religioso y niego los milagros. Le respondo a mi amigo que nunca negaré la religión porque es algo que existe desde el principio de los tiempos. Desde el momento en que se los neandertales (parece que fueron ellos) entierran a sus difuntos acompañados de algunas pertenencias, puede deducirse que manifiestan una preocupación por la vida ultraterrena. Y cuando los hombres piensan en un mundo fuera de este, crean fantasmas, demonios y dioses que lo rijan, a la vez que mitos y ritos que expliquen este. Básicamente, hay tres tipos de religiones: politeístas, panteístas y monoteístas. El ateísmo parece algo bastante posterior. Y le añado a mi amigo que, en este asunto, no me atrevo a señalar que haya una religión verdadera, sino que las considero válidas a todas siempre que se muevan dentro del respeto a la ética y a las personas.
            “¿Y qué tiene que ver Jaén en todo esto?”, inquiere Zalabardo. Sencillamente, le respondo, que me he encontrado ante tradiciones religiosas que, con todos mis respetos, me parecen leyendas carentes de veracidad porque, o están contra la razón, o se limitan a repetir historias que hallamos, sin apenas variantes, en una infinidad de lugares. En Iznatoraf, en su iglesia, me encuentro un cuadro que representa la curación, por intercesión de la Virgen María, de la esposa del rey Alí-Menón, a quien su marido mutiló salvajemente por acudir a oír la doctrina de los cristianos.

Cueva del Agua. Hueco en que apareció la Virgen de Tíscar
            En Tíscar visité la impresionante Cueva del Agua, donde se venera, en realidad, en el santuario que hay al lado, una imagen de la Virgen de Tíscar. Su historia se repite múltiples veces: alguien (un pastor que ha perdido una cabra y la busca) encuentra una imagen que lleva a una iglesia cercana; la imagen desparece y vuelve a ser encontrada en la cueva; se reintegra a la iglesia y vuelve a desaparecer, lo que se interpreta como deseo de la Virgen María de que se construya en el lugar un santuario para su adoración. Esta historia, le digo a Zalabardo, la tenemos en Cañete la Real con Nuestra Señora de los Caños Santos; en la Peña de Francia, con la Virgen de la Peña y la moza santa de Sequeros, en Cazalla de la Sierra con Nuestra Señora del Monte; en… mil sitios. Muchos de estos santuarios, bien lo sabemos, parecen haberse inclinado más por el negocio que por la devoción.
            Contra esas cosas se mostraba contrario el fraile Benito J. Feijoo. Y, yo, le digo a Zalabardo, respetando profundamente a todos los creyentes de cualquier religión, no tengo fe de carbonero para aceptarlas, pues me parecen ya demasiadas imágenes jugando al escondite con pastores o pastoras descuidados de su labor. Creo que, en nuestro tiempo, tenemos la suficiente formación para no sobreponer el fideísmo sobre el racionalismo; sin negar la religión, habría que evitar cualquier signo de superstición.


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