Es opinión de Zalabardo ―así me lo dice él― que vivimos en un tiempo gobernado por la paradoja. Impera lo provisional, lo efímero; todo se nos queda viejo e inservible al momento. Se nos empuja a cambiar de teléfono, de ordenador, de vestimenta, de coche…, no porque se hayan vuelto inservibles, sino porque alguien, o algo, se empeña en que cambiemos por lo que se nos trata de convencer que es mejor. Es la cultura de lo transitorio. La paradoja está en que en un mundo que se predica libre se nos impone la obligatoriedad de cambiar al nuevo producto; y, si alguien se resiste, queda señalado. Nos dejamos regir por una especie de totalitarismo, de dictadura que busca la implantación de una ideología oficial.
Escuchando a mi
amigo, recuerdo a otro amigo, Antonio López Gámiz, que, hace unos días ―aunque
por otro motivo― me decía. «todo totalitarismo empieza por reescribir y
recortar el pasado». Y, esta mañana, leía un artículo de Josep Ramoneda
sobre la situación española titulado El ruido y la palabra, en el
que comienza recordando algunos de los significados que ruido
tiene en nuestra lengua: ‘litigio, pendencia, pleito, alboroto o discordia’; ‘apariencia
de grande en cosas que no tienen gran importancia’; ‘en semiología, interferencia
que afecta a un proceso de comunicación’.
Pues bien, de eso va hoy este apunte: de la transitoriedad a aplicamos a nuestras palabras y el ruido con que las adornamos. La que hoy nos sirve, mañana deja de ser útil. Podría decir que todos los aspectos de nuestra vida están afectados por ese vicio, pero me interesa fijarme en cómo afecta a nuestro lenguaje. Le sugiero a Zalabardo que repase un poco en su memoria una serie de hechos muy repetidos: cuál es la mejor película de la temporada, del año o de la historia; cuál es el mejor libro de este otoño, o de la primavera; cuál es el mejor futbolista del partido, de la jornada, de la temporada; siempre el mejor esto o el mejor lo otro. Y, claro, el objetivo es que demos por buena una opinión sobre la de desconocemos qué criterios o parámetros le han otorgado la condición de dogma. Tenemos que defender la verdad de lo que se predica aunque no hayamos leído el libro, ni visto la película o nos importe un bledo el fútbol.
De unos años a
esta parte, en España desde 2013, se elige la palabra del año.
¿Por qué es esa la palabra? ¿Por qué es la más usada? ¿Quién la emplea y en qué
ambientes? No es un fenómeno específico de España. Sucede también en otros
países. Entre nosotros, es Fundéu (Fundación del Español Urgente)
quien toma esa decisión. Si se nos hubiese preguntado, es posible que
hubiésemos respondido que sequía, inmigración, carestía,
sanchismo… Vaya usted a saber. Pero Fundéu nos dice que la
ganadora ha sido polarización, término procedente de la física cuya
primera aparición en un diccionario fue en el Suplemento de 1853
del Gran Diccionario Clásico de la Lengua Española, de Ramón
Joaquín Domínguez. La RAE le daría cobijo en el suyo en 1884. En
1956 ya la encontramos desgajada del campo de la física al señalar la ‘concentración
de la atención en un punto’. Ahora, en 2023, se nos enaltece como ‘tendencia imparable
a que las posiciones se alejen entre sí y copen los extremos’. Se piensa,
claro, en el ámbito político. Ya teníamos radicalización de
posturas, confrontamiento, crispación, enfrentamiento
irresoluble… Pero 2023 ha impuesto polarización.
En fechas anteriores, como palabra del año nos han propuesto vacuna, confinamiento, emoji, microplástico, aporofobia, populismo, escrache… ¿Qué ha pasado con muchas de ellas? ¿Por quiénes y con qué frecuencia se utilizan en la actualidad? Muchas de ellas viven efímeramente, porque se empleaban por moda y por mimetismo ―en ocasiones, por ignorancia de que eso se podía decir de otras maneras―. Lo que me decía antes Zalabardo del totalitarismo. Lo que Ramoneda denuncia en su artículo sobre el ruido que impide la comunicación. Lo que Álex Grijelmo desarrolla en su libro La información del silencio. Cómo se miente contando hechos reales. Se utiliza el lenguaje muchas veces con el claro intento de disimular que detrás de palabras que consideramos grandes solo hay conceptos sin importancia.
Ya le he dicho
a Zalabardo que la moda de la palabra del año no es solo
española. Pero le pido a mi amigo que repare en que, en otros lugares, se han
considerado palabras del año algunas aplicables a esferas que
sobrepasan sus propias fronteras y podrían aplicarse en otros países. Porque polarización,
significa no moverse de una opinión, no cambiar de ideas por ninguna razón. Y
no es de hoy ―su sentido, la palabra sí― pues es lo que afirmaba un personaje
no de La venganza de don Mendo ni del Quijote (¡ay,
la manía de las falsas atribuciones en internet!) sino el padre de Jimena
en Las mocedades del Cid, de Guillén de Castro: «Esta
opinión es honrada. / Procure siempre acertalla / el honrado y principal; /
pero si la acierta mal, / defendella y no emendalla». ¡Con un par!
¿Cuál ha sido la palabra del año en otros lugares? Cambridge y Dictionary.com coinciden en escoger hallucinate (que en español sería alucinar), que definen como ‘producir información falsa contraria a la intención del usuario y presentarla como si fuera verdadera’. El diccionario de Oxford elige rizz, abreviatura de charisma, empleada en internet y videojuegos por la generación Z, entendida como ‘capacidad que se necesita para triunfar, para atraer a otra persona a través del estilo, el encanto o el atractivo’. Y la Sociedad para la Lengua Alemana (GfdS) se inclina por Krisenmodus (‘modo crisis’) que sería ‘la manera de estar en el medio, rodeado de crisis’, porque vivimos en una inagotable serie de crisis que se superponen: crisis energética, crisis de deuda, cambio climático, las guerras entre Rusia y Ucrania o las de Oriente Próximo (aparte de otras muchas a las que nadie atiende)… No hay duda de que habitamos un mundo complicado que nos asaeta por todos lados.
Zalabardo se queda pensando y me dice al cabo de un rato que ahí tengo otro ejemplo de ese mundo paradójico del que me hablaba. Carecemos de rizz que nos libre de ese terrible hallucinate que nos sumerge en un desesperante Krisenmodus. Ante este inquietante panorama, a nosotros nos preocupa la polarización, ese «defendella y no emendalla» de unos mediocres políticos, incapaces de sentarse a hablar civilizadamente sobre los problemas de la nación en lugar de adoptar la actitud totalitaria de quien solo acepta un pensamiento único.
1 comentario:
Buen año!. Zalabardo y Vd siempre agradables y cautivadores con un lenguaje natural y atractivo, y con contenidos llenos de riqueza. sí que tienen carisma.
Que la palabra castellana del año sea "polarización", evidencia a todas luces la incapacidad que nos transmiten nuestros representantes políticos; yo como estudiante de Ciencias, estudié la polarización electromagnética y la luz polarizada, espero que esta polarización política, oscura y llena de sombras y ruido, termine pronto.
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