Provoca malestar y desencanto leer que España, un país entre los punteros de la Unión Europea, haya bajado en 2024 diez puestos en el Índice de Percepción de la Corrupción, publicado por Transparencia Internacional. Se nos coloca ahora en el lugar 46 de entre 180 países. Según ese informe, somos tan corruptos como Chipre o Chequia, y más que Portugal o Ruanda, por citar solo unos casos.
El malestar se ahonda cuando nos
enteramos de que en un Gobierno que se proclama de progreso y de preocupado por
las mejoras sociales estalla la bomba de la corrupción con los vergonzantes
casos de Ábalos y Cerdán ―que ocupaban altos puestos en el
organigrama del PSOE y del propio Gobierno― y de ese Koldo ―con
apariencia de chico de los recados― pero que ha resultado más pícaro y listillo
que los otros dos. Y claro, nos decimos ante este panorama que al Gobierno y a
su Presidente parece que todo se le va al garete.
Dice María Moliner en su no
suficientemente alabado Diccionario de uso del español ―magnífico
corpus del español que compuso ella sola, sin ayudas ni subvenciones, a lo
largo de quince años, en su casa, usando la mesa del salón como lugar de
trabajo y fuera de su horario laboral como archivera―, que ir al garete
probablemente provenga del la expresión francesa être égaré, ‘ir
sin dirección’ y que, en lenguaje marítimo significa ‘ser llevada por el viento
o por la corriente una embarcación que ha quedado sin gobierno’ o, más
brevemente, ‘ir a la deriva’. Me dice Zalabardo que así está la política
española, pues no dejamos de tropezar en la misma piedra y hemos de encarar problemas
de corrupción graves que ya amargaron la vida de otros gobiernos de diferentes
signos: el socialista de Felipe González, los populares de José María
Aznar y Mariano Rajoy ―estos aún a la espera de resolución judicial―
y, ahora, el socialista de Pedro Sánchez. O sea, que se nos sigue yendo
todo al garete.
Cree Zalabardo haber leído que la
palabra mordida, con el sentido de ‘provecho o dinero obtenido de
un particular por un empleado o funcionario, con abuso de las atribuciones de
su cargo’ también se relaciona con el vocabulario marítimo y tiene sus orígenes
posiblemente en México. Al menos ―me dice― eso ha leído en la revista mexicana CQ.
Pero son dos las interpretaciones que hay. Una sostiene que se remonta a los
siglos XVI y XVII y tiene que ver con el rescate de la mercancía de los buques
naufragados. Los buzos que intervenían se enfrentaban a un peligroso trabajo y,
por hacerlo, exigían una retribución, que consistía en la cantidad de monedas
que pudieran alojar en sus bocas tras la última inmersión realizada. O sea, lo
que pudiesen obtener en una mordida.
Sin desmentir la anterior explicación hay otra que muy posiblemente se derive de la primera. En aquellos años, el comercio naval entre América y España ―y posteriormente Filipinas― era intenso. Este comercio se controlaba desde la Casa de Contratación de Indias, institución castellana que se fundó en Sevilla en 1503. Desde la Casa de Contratación se establecieron las rutas por las que los galeones llegaban desde lejanos puertos a Cádiz y Sevilla, especialmente. Para hacer posible un adecuado control, se estableció en los puertos de origen un monopolio que constituyó la llamada Carrera de Indias. Sus funcionarios eran los encargados de revisar y autorizar la salida de los buques que partían hacia la Península. Las navieras hacían cuanto podían por conseguir los permisos con la mayor rapidez posible y no dudaron en ofrecer sobornos a los funcionarios. A estos sobornos, en casi toda América, se les llamó mordidas, con lo que una palabra que se aplicaba al beneficio por un trabajo pasó a designar el beneficio por una mala praxis.
Hemos consultado el CORDE
―Corpus Diacrónico del español― y no encuentro ejemplos del empleo de esta
palabra en textos escritos más que en dos casos. Uno es en Juan Martín el
Empecinado (1874), novena novela de la primera serie de los Episodios
Nacionales de Pérez Galdós. Allí se lee: «¿Si a mí me diera la
gana de indultarle y mandar que le dieran cincuenta palos por la mordida…?»
El aludido responde que, si lo indultan, no es por magnanimidad, sino porque
tienen miedo a lo que pueda decir. El otro ejemplo es de Pablo Neruda.
En el Canto general (1938-1949) hay unos versos que dicen:
«…ellos pagaban la mordida o coima, / a unos y otros jefes. Otros
/ daban más.»
O sea, que estamos ante un fenómeno
que no es de ahora, lo que no aporta ningún consuelo, sino al contrario, pues es
demostración de que la democracia aún debe avanzar bastante en esto de la
honradez de los servidores públicos. El «Yo te concedo a ti tal obra, que te va
a reportar millones, a cambio de que tú me ofrezcas a mí una pequeña parte de
esas ganancias» parece ser el planteamiento con siglos de existencia.
El malestar de Zalabardo ―y por
supuesto el mío― no nace de que creamos imposible acabar con estas prácticas
sucias de las mordidas. Desazona ver cómo quienes más se
escandalizan ―en el momento presente― sean el PP ―que aún está metido y
pendiente de resolución de veintitantos casos similares de corrupción― y VOX
―un partido formado por fanáticos integristas―.
Que a Pedro Sánchez le cabe la culpa de ser responsable político de la situación ―pues no fue capaz de ver a quiénes metía en altos puestos― parece innegable. En tal situación, lo que cabe es presentar una moción de censura o una moción de confianza. Pero si Sánchez anda alelado por lo que se le ha venido encima y no reacciona, Feijóo está más alelado aún porque todavía no se ha repuesto por no haber salido Presidente tras las elecciones de 2023, asunto del que solo él es culpable por no conocer lo que la Constitución dice sobre las mayorías parlamentarias para acceder a la Presidencia.
En esta tesitura, me dice Zalabardo,
caso de ser él jefe de la oposición no dudaría un momento en presentar una
moción de censura. Y, si la ganara, pensaría que los socialistas se han
merecido perder el poder. En tal caso ―me sigue diciendo― lo que él nunca haría
sería azuzar a los ciudadanos a la zafiedad de que lo llamasen hijo de puta,
como él y los suyos consienten que se haga con Sánchez. Y es que, aparte
de que siempre es bueno guardar las formas y la educación, Sánchez ―pese
a Cerdán, Ábalos y Koldo― aún sigue siendo el Presidente
de la nación. Claro que la derecha española acoge de buena gana como modelo de
actuación a ese fantasmón maleducado que se ha convertido el presidente de los
Estados Unidos.