sábado, junio 14, 2025

MÁS VIEJO QUE LA COTUMBLÁ

 


Ya en el siglo XVIII, Benito Jerónimo Feijoo ―no es la primera vez que hablo de él― se enfrentó a quienes criticaban la introducción de palabras extranjeras en nuestra lengua, echándoles en cara que lo que algunos llamaban pureza de la lengua no era sino pobreza. El criterio de Feijoo (Benito) se basaba en que se debía usar siempre la palabra que mejor conviniese a lo que se quería decir, con independencia de su origen. No muy apartado de este sentir se mostró ―dos siglos antes― Juan de Valdés, cuando afirmaba: «el estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible».

            Le estoy contando a Zalabardo una anécdota reciente. Hace unos días, un grupo de amigos de esos cuya amistad viene reforzada desde la niñez por un cemento inmune a cualquier aluminosis posible nos reunimos en Sevilla para comer. Entre los integrantes de esa reunión quiero destacar a Mari Pepa Márquez, una de las personas más vivarachas y vitalistas que uno pueda imaginar. Entre las virtudes de Pepa es preciso señalar que ella, como Valdés, usa al hablar un estilo natural, sin afectación, y se vale de vocablos que significan bien lo que quiere decir y lo hace con la mayor llaneza del mundo. Lo peculiar en ella es la espontaneidad con que sigue valiéndose de la lengua tradicional, que mezcla con la actual sin dejarse contaminar por modernismos. Pepa difícilmente hablará de leggins o de pullover y cosas así. Ella sabe que no necesita hablar de jersey porque en nuestro pueblo siempre nos pusimos saquitos o que, si hace fresco, sirve tanto una bobita como una chaquetilla. Dice velorio en lugar de velatorio, prefiere decir colorao antes que rojo, sardinel o rebate antes que escalón. ¿Inquieta ella? Ella es un bilorio. Y, si lo necesita, no pedirá una cuerda ni un cordón, sino un jical. Podría seguir poniéndole a mi amigo ejemplos del habla viva de Pepa.

            Escuchar a Pepa es un placer, porque es un ejemplo viviente del habla tradicional de nuestra zona frente a este mundo globalizado que nos ha tocado vivir, también en esto del léxico. Durante la comida a que me refiero, alguien hizo un comentario que no creo que sea recordado por ninguno de los presentes. Ni lo que se dijo ni quién lo dijo. Pero ninguno habrá olvidado la reacción de Pepa Márquez al comentario: «Eso es más viejo que la cotumblá». Por un instante, se hizo un total silencio hasta que varios, sorprendidos, preguntamos: «¿La cotumblá? ¿Qué es eso?». Aunque pueda parecer extraño, la persona más sorprendida en aquel instante fue la propia Pepa: «¿Pero ustedes no habéis escuchado nunca lo de ser más viejo que la cotumblá? Pues se ha dicho en el pueblo toda la vida». Cierto es que no supo decirnos qué o quién es la cotumblá, pero sabía perfectamente que la expresión se emplea para reforzar la antigüedad de algo, como cuando se dice ser más viejo que Matusalén o ser más antiguo que la Tana.

 


           Como siento curiosidad por estas rarezas del lenguaje, le relato a Zalabardo mis pesquisas. Lo primero que he encontrado ha sido una obrita de nuestro Rodríguez Marín, Varios juegos infantiles del siglo XVI, en que alude a una obra de Quevedo, Discurso de todos los diablos, donde se pregunta quién pudo inventar tantas palabras sin sentido que aparecen en los juegos de los muchachos. Entre ellas cita una, naqueracuza que a Rodríguez Marín le recuerda una cancioncilla de origen catalán que cantan los niños y que comienza Atusa cacaramusa.

            Carlos Ros, autor del siglo XVIII, describe en Romanç nou ese juego diciendo que un jugador, arrodillado, oculta la cabeza entre las piernas de otro ―llamado madre― y aguanta las palmadas y los pellizcos de sus compañeros, hasta que salen corriendo para esquivar las acometidas del que se levanta para perseguirlos. Este juego lo comenta también Ana Pelegrín Sandoval en Juegos y poesía popular en la literatura infantil y juvenil, 1750-1987, tesis doctoral que le dirigió Andrés Amorós en los años 1991-1992. En un capítulo titulado La campanada es el dar sin reír y sin hablar, recoge una cancioncilla, Amagar y no dar, que comienza:

Amagar y no dar.

Cantimplora cantimploramos,

Que buen juego tenemos.

Amagar y no dar…

            En una nota explica que de esa canción ―y por supuesto del juego― hay muchas versiones y cita entre ellas La cotumblá, de Rodríguez Marín. Vuelvo a nuestro paisano que dice conocer la siguiente canción murciana:

Tusa cascaramusa,

Jarrito de mear,

Alzar y no dar,

Dar sin reír,

Dar sin hablar,

Un repisquito en el culo

Y echarse a volar.

            Y nos remite a la que él recogió en nuestra tierra y que aparece en su magistral Cantos populares españoles:

A la cotumblá,

A la cotumblemo.

¡Qué lindo juego tenemos!

Que no sabemos jugá.

Amagá y no dá.

Dá sin reí.

Dá sin hablá.

Un peyisquito’n er culo

y echarse a volá.



            O sea ―le digo a Zalabardo―, que cuando Pepa Márquez hablaba de que lo que alguien dijo era más viejo que la cotumblá no hacía sino recuperar ―aunque fuese de manera inconsciente― una canción y un juego que los niños de nuestro pueblo jugarían en tiempos muy lejanos y que otro autor sevillano del siglo XVII, Rodrigo Caro, había descrito en Días geniales o lúdricos como Adivina quién te dio. El juego, con este nombre, se conservaba en nuestra época, aunque la canción cayó en el olvido. Pero se ve que no del todo, porque sirvió de base para una locución ―ser más viejo que la cotumblá― con la que se hacía referencia a la antigüedad de algo.

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